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HISTORIA[S]

El GPS de la historia del Tercer Reich

Richard J. Evans publica una colección de ensayos y reseñas sobre la obra de otros expertos que investigan el nazismo y aspectos personales de Adolf Hitler

F. Javier Herrero
Adolf Hitler preside un desfile nazi en Núremberg, en 1927.
Adolf Hitler preside un desfile nazi en Núremberg, en 1927.Hulton Archive (GETTY IMAGES)

En el ranking de los hechos históricos que han sido objeto del mayor número de publicaciones a nivel global, destacan tres temas que han gozado de la predilección de los especialistas: la Guerra Civil española, la I Guerra Mundial y, a muchísima distancia en el primer puesto, se encuentran el nazismo y la II Guerra Mundial. Hablamos de un fenómeno histórico que ha propiciado kilómetros y kilómetros de páginas de bibliografía académica (su faceta divulgativa en la literatura la multiplica exponencialmente), que hacen casi inmanejable el conocimiento de todo lo que se publica, teniendo en cuenta que el Holocausto judío por sí solo, es un capítulo con material ingente.

Para ayudarnos a entender cómo ha cambiado nuestra concepción de la Alemania nazi en los últimos 15 años, su nuevo contexto de estudio y las características de la sociedad y dictadura nacionalsocialistas, contamos ahora con El Tercer Reich, en la historia y la memoria (Pasado y Presente), de Richard J. Evans, profesor emérito de la Universidad de Cambridge y miembro de la British Academy y la Royal Historical Society.

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Evans, autor de una monumental trilogía de la era nazi (publicada en la década pasada por Editorial Península), reúne ahora una colección de ensayos y reseñas publicados en medios anglosajones como The London Review of Books, en donde analiza críticamente los trabajos más trascendentes de muchos de los expertos sobre la materia. En ellos, presta especial atención al nexo cada vez más intrincado entre historia y memoria, cuestión que aquí en España llevamos años tratando de conciliar con un éxito bastante desigual. Para el autor, “la memoria debe someterse al escrutinio detallado de la historia si quiere gozar de solidez, en tanto que las implicaciones de la historia para la memoria colectiva del nazismo en nuestros días deben ser expresadas con precisión y pasión”.

En las décadas posteriores a la guerra mundial, surgen en Alemania las corrientes intencionalista y funcionalista para estudiar el nazismo

La fantasmagórica conspiración judía mundial

Una familia judía pasa ante un escaparate con un cartel contra los judíos, en una calle de Viena, en 1938.
Una familia judía pasa ante un escaparate con un cartel contra los judíos, en una calle de Viena, en 1938.Bettmann-Corbis

El volumen contiene 25 capítulos independientes dentro de 7 unidades temáticas y esa apuesta por ofrecer este material fragmentado en un solo bloque nos permite apreciar el vasto conocimiento de Evans sobre las más variadas cuestiones del Tercer Reich. En ellos se examinan aspectos personales de Adolf Hitler, o las megalómanas implicaciones de sus planes para conseguir el dominio del mundo tras una ulterior victoria sobre Estados Unidos y la fantasmagórica conspiración judía mundial, a la vez que se dedica una unidad aparte al Holocausto. Si hay algo criticable en el libro es la reiteración de algunos argumentos que, a causa de la primigenia dispersión de los artículos, es algo imposible de solucionar, al solaparse algunos de los temas tratados a lo largo del libro.

Evans no olvida contextualizar los derroteros elegidos por los primeros estudiosos del nazismo. En las décadas posteriores a la guerra mundial, surgen en Alemania los enfoques intencionalista y funcionalista. Los primeros colocaron a Hitler en el centro de sus teorías, entendían que todo ocurrió porque así lo quiso el Führer y así lo tenía planeado de antemano, mientras que los segundos concluyeron que este se vio obligado a improvisar sobre la marcha. Tampoco faltaron a la cita intelectuales marxistas con el concepto de clase y los antagonismos y divisiones sociales como base estructural de su labor investigadora ni los que fijaron su atención en las raíces nacionales del nazismo, la continuidad entre la Alemania imperial y el Tercer Reich. En cualquier caso, desde 1990, los historiadores de la Alemania de Hitler se han centrado de forma cada vez más exclusiva en el Holocausto. La ideología y el factor racial han pasado a ser el eje vertebrador de la historiografía, y es aquí donde innegablemente Richard J. Evans se mueve con más comodidad.

“Herido y encarcelado, Adolf Hitler sigue siendo para nosotros el mismo que, intacto y en libertad, era: el necio más sustancioso que desde que estamos en el mundo, hemos tenido el gusto de conocer. Un necio cargado de empuje, de vitalidad, de energía; un necio sin medida ni freno. Un necio monumental, magnífico y destinado a hacer una carrera brillantísima”. De esta manera irónica, mordaz e inteligente, describía Eugenio Xammar, corresponsal en Berlín de La Veu de Catalunya y Ahora en las turbulentas décadas de entreguerras, en una impagable entrevista a Adolf Hitler tras su intento de golpe de Estado de 1923 (El huevo de la serpiente, Ed. Acantilado). Coincidía en esta descripción tan prematura y aguda del personaje con la idea actual que Evans y otros historiadores como Ian Kershaw tienen de su personalidad. El profesor británico no rehuye el envite de diseccionarlo y elige caminos llenos de interés como su relación con Eva Braun o la controvertida faceta de la posible locura del dictador nazi. ¿Podía un ser diabólico tener una relación sentimental y sexual normal? ¿estaba enfermo Hitler? Este aspecto de las enfermedades del Führer ha dado pie a escribir incontables páginas, en gran parte subproductos carentes de un mínimo de rigor. Evans, en su reseña de Was Hitler ill? (2013),de Eberle y Neumann, concurre con su amigo Kershaw, el biógrafo más reconocido del dictador, en que no estaba loco ni trastornado y era por completo responsable de sus actos. Como dijo este a EL PAÍS, “es cierto que la maldad de Hitler resulta más aterradora sin su locura”.

Hitler se hizo con las riendas de Alemania en el momento en que lo peor de la Gran Depresión ya había pasado

Un historiador de lo social

Evans es un investigador todoterreno del nazismo pero si brilla especialmente es como historiador de lo social. Su análisis de los marginados sociales del Reich es sobresaliente y nos lanza un aviso necesario y útil para cualquier investigador del genocidio nazi: “El proceso no supuso un regreso a lo salvaje, describirlo como tal equivale a usar este vocablo en un sentido moral más que histórico, y en consecuencia, impide la comprensión seria y bien informada de la propensión nazi al exterminio”. ¿Podemos juzgar moralmente el comportamiento de la sociedad alemana por su actitud frente al nazismo entre 1933 y 1945? ¿hubo coacción o hubo consentimiento? ¿cuál fue la reacción del alemán de a pie ante la deportación y asesinato masivo de judíos? Evans es taxativo y afirma que la violencia y el terror sufridos en todas las regiones europeas conquistadas desde 1939, en particular en el Este y por los judíos, formaban parte de la teoría y la práctica del nacionalsocialismo. Fue algo que ya experimentaron en sus carnes millones de alemanes en mayor o menor grado, judíos, marginados sociales, y sectores de todo el arco político desde 1933, según el autor.

Adolf Hitler pronuncia un discurso en el aeropuerto de Tempelhof, Berlín, en 1935.
Adolf Hitler pronuncia un discurso en el aeropuerto de Tempelhof, Berlín, en 1935.AP

La fortuna no fue esquiva con Hitler en casos concretos como el de la situación económica. Se hizo con las riendas de Alemania en el momento en que lo peor de la Gran Depresión ya había pasado y el rearme fue la medida que consolidó la recuperación económica, hasta el punto de acaparar en vísperas de la guerra la quinta parte del gasto estatal. Pero, ¿cuál era la fuerza que guió a los gestores de la industria armamentística alemana? Una vez más, Evans ve necesario recurrir a la ideología para comprender a gente como Albert Speer, ministro de Armamento, que en 1942, cuando los economistas nazis más realistas daban la guerra por perdida, creía que no había nada irrealizable si mediaba “el triunfo de la voluntad”. Otro ejemplo es la gestión de compañías tan señeras como la Krupp, “foco, símbolo y beneficiario de las fuerzas más siniestras que han tenido bajo amenaza a la paz de Europa”, según el fiscal del proceso de Núremberg de 1947 a los industriales alemanes.

Evans aborda el genocidio judío tratando de compararlo con otros asesinatos masivos del siglo XX. El mismo concepto de la comparación ya es un problema, pues muchos intelectuales lo definieron como crimen sin precedentes ni parangón en la historia. Las colectivizaciones forzosas en Ucrania en los años treinta, el exterminio de los armenios de 1915-16, las matanzas de tutsis en Ruanda en 1994… ¿Tenía finalmente la “solución final” de los nazis a la cuestión judía rasgos que la hicieron diferente del resto de genocidios?

El Plan General del Este

Europa oriental sufrió la guerra de manera mucho más profunda que el resto de Europa con la puesta en marcha del macabro Plan General del Este de Heinrich Himmler, el jefe de la SS, que proponía la muerte por hambre de entre 30 y 45 millones de eslavos y judíos. Esta zona del mapa también padeció las decisiones de Yósif Stalin, que tenía otros intereses en el control del territorio que incluían deportaciones y homicidios masivos. ¿Cuáles fueron los procedimientos y motivaciones de ambos dictadores en sus programas de genocidio y asesinatos en masa? Evans aprovecha este artículo para hacer una crítica muy dura al trabajo de Timothy Snyder, Tierras de sangre (Galaxia Gutenberg), del que no salva ni la prosa. Las nuevas teorías de Snyder sobre los genocidios habidos en Europa oriental durante este periodo han contado con la aclamación de muchos expertos sobre el nazismo, lo que provoca dudas sobre la ecuanimidad de Evans en su análisis. De hecho, acaba de publicar Tierra negra (Galaxia Gutenberg), un ensayo que plantea los posibles riesgos de repetición del Holocausto en un futuro incierto, que ha sido muy bien recibido por la crítica.

Queda patente que el nazismo y Hitler, como asuntos a tratar por los historiadores, siguen siendo un filón inagotable en donde el rigor científico de autores como Evans es necesario para aportar luz al conocimiento del hombre que con su régimen político personificó la maldad humana y provocó la guerra más devastadora de la historia.

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Sobre la firma

F. Javier Herrero
Redactor de la Unidad de Edición de EL PAÍS desde 2019, donde participo en la elaboración de la edición impresa del periódico. Comencé mi tarea profesional en EL PAÍS en 1994 como documentalista. Apasionado de la historia, he colaborado en el blog 'Historias' de la sección de Cultura. Pasé por la sección de Especiales antes de ser editor de la web.

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