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El soplo frío de las palabras

Hubo un tiempo en que el periodismo alimentaba la mejor prosa catalana del siglo. Algunas de las firmas de entonces hicieron época, entre ellas la de Eugeni Xammar. De él había dicho Pla: "Me ha enseñado más que todos los libros juntos. Es el hombre más inteligente que conozco". La tarjeta de presentación no puede ser mejor y, sin embargo, el nombre de Xammar, poco menos que legendario para una generación del oficio, resulta desconocido para los jóvenes periodistas catalanes. Eugeni Xammar (Barcelona 1888 - L"Ametlla del Vallès 1973) llevó una vida activa y aventurera, de ésas que escasean en la literatura. Fue emigrante en América y bailaor flamenco en París, agente de los aliados en la Gran Guerra y funcionario de la Sociedad de Naciones, corresponsal en la Alemania derrotada y diplomático de la República. Estuvo en todos los centros neurálgicos de aquella Europa convulsa, y su firma pudo leerse en los mejores diarios catalanes y del mundo hispanohablante. La vida itinerante de este hombre, políglota autodidacta, conversador brillante, melómano y gourmet, presenta un remanso de 15 años en el Berlín de entreguerras. Allí coincide con el joven Pla durante unos meses, tiempo suficiente para hacer una buena amistad y dilapidar la pequeña fortuna que suponía la moneda extranjera al cambio. Viajaron juntos por la Renania ocupada y la Baviera donde se incubaba el nazismo, y más tarde por la Rusia revolucionaria. Pla admiraba de Xammar la inteligencia pragmática, que le parecía la más eficaz. La consideraba fruto de su formación inglesa y de la escuela de la vida, pero "formarse en la escuela de la vida -reflexiona Pla- quiere decir tener la obsesión del presente en forma exacerbada. Es un don y una tragedia (...). Ante él hay un presente constante que actúa como un papel de lija sobre la carne viva y las facultades mentales. Si esta dolorosa vocación presentista se puede compensar con un copioso ejercicio de la vanidad, puede ser tolerable". Parece, en efecto, que Xammar tenía suficiente vanidad para ir tirando. Los que le conocieron le definen como brusco, orgulloso y dogmático. Hay quien sabe hacer de la necesidad virtud. Xammar supo hacer de sus defectos estilo: tuvo una habilidad innegable para enfocar el lado grotesco y patético de los acontecimientos -para poner en solfa, por ejemplo, un golpe de estado de opereta-, a veces hasta alcanzar cotas magistrales dignas del mejor esperpento valleinclanesco. Supo, además, elevar la anécdota a categoría y, sobre todo, supo hacerlo en una prosa moderna y eficaz, poniendo -como quería Pla- detrás de cada palabra una cosa. Las crónicas de Berlín -para La Veu de Catalunya primero y para La Publicitat después- muestran que tuvo olfato para detectar la noticia, para servirla de la manera más sugestiva y para anticipar el curso de los acontecimientos: no llegó a prever los días de ruido y furia que se avecinaban con el nazismo -para eso hubiese hecho falta mucha imaginación y Xammar era un hombre atento a los hechos, con el prurito de la exactitud-, pero alertó acerca del espíritu de venganza que alentaba el pueblo alemán a causa de unas condiciones de rendición humillantes y advirtió que el único desenlace posible tenía que ser la guerra. La llegada de Hitler al poder y el comienzo de la guerra civil española le hicieron abandonar Alemania -y prácticamente el periodismo- por la puerta de atrás. Había sido agregado de prensa en la embajada republicana en Berlín y pasaría el resto de la guerra ejerciendo ese cargo en París y en Estocolmo. Sólo como catalanista jugó la carta de la República durante la guerra civil, y siempre se pronunció contra España y todo lo español. Fue un catalanista conservador, que admiró a Prat de la Riba y a Cambó. El catalanismo fue el único norte ideológico -quizá incluso el único norte ético- de este hombre de natural escéptico. "Un lobo escéptico y sentimental", dijo de él Montserrat Roig, quien le entrevistó al final de su vida. Mucho más brillante por escéptico que por sentimental, sus artículos pierden fuerza cuando sobre ellos planea la sombra de la patria. Hacer escarnio del castellano cuando escribía en catalán -se complacía en decir que "no hay lengua como el castellano para decir cosas sin sentido"- formaba parte de su artillería: todo vale en la guerra, incluso ignorar la obvia inocencia de la lengua. Fuegos de artificio, en realidad: al final de su vida releía a Baroja, Azorín y Camba, y fue tan intransigente con los pecados estilísticos en una lengua como en otra. En una carta a Jaume Miravitlles, en 1972, habla de quienes escriben en castellano en Barcelona: "Viven convencidos de que escriben en castellano y están tan contentos. Tratar de desengañarlos sería una crueldad (...). Pero tú... ¿Tú hablando de gentes que se lo creen? Los castellanos, las cosas no se las creen ni se las miran. Las creen o las miran, y basta". Unos meses más tarde dirige a Josep Fornas, el editor de sus memorias, una frase impagable: "Estoy perfectamente convencido de que mi estilo es mejorable; lo que no quiero es que sea mejorado". Quizá sorprenda tanto miramiento estilístico en un periodista, pero Xammar no era sólo un periodista: era un buen periodista. Un buen escritor: llevar la literatura al presente es, al fin, la esencia del periodismo. El desenlace de la guerra le mantuvo en el extranjero, trabajando para agencias internacionales o como traductor para la ONU. Al final, se encerró en su casa de L"Ametlla del Vallès y en un legítimo pero inútil exilio interior. La patria, otra vez. Sólo en ocasiones abandonó su mutismo intransigente para ejercer de temible Xammar en el semanario Mirador, que se editaba en París. La tenacidad de un amigo, Josep Badia Moret, permitió articular unas memorias dictadas a última hora. Como la figura de Xammar, esas memorias han sido también legendarias. Es posible que lo fueran incluso antes de ver la luz: el propio Xammar habla de ellas en su correspondencia a principios de los sesenta -parece que ya entonces había empezado a escribir algún capítulo- y Josep Pla las menciona en una carta al editor Cruzet: "Creo que debe usted publicar el libro de Xammar enseguida, porque ya es hora de poder tener un texto en catalán para enseñar a los americanos (...). Xammar es un gran escritor como hay pocos en el país, un escritor que no es un aficionado de domingo por la tarde. Yo trataré de ponerme en contacto con él, porque podría haber un filón muy importante". La carta está fechada en 1953. No hay datos para saber si la alusión indica que Pla conocía la existencia de unas memorias, o de parte de ellas, o si sólo se trata del deseo de que el editor arrancase a Xammar el compromiso de escribir unas memorias anunciadas. Sea como sea, la valoración que hace Pla no tiene desperdicio. La historia de la literatura catalana, sin embargo, más dedicada a lamerse las heridas que a rescatar lo mejor de su prosa, ha ignorado a Xammar. Es grave que también le ignoren las facultades de periodismo. Hace unos años -dos, quizá tres-, en estas mismas páginas, Joan de Sagarra se lamentaba de ese desconocimiento de Xammar. En aquella crónica está el germen de la recopilación que ahora publica Quaderns Crema. Muestra una pluma de trazo más grueso, si se quiere, que el de Pla, pero no menos acerada y brillante. Algún día, las crónicas que escribió en castellano -publicadas sobre todo en el madrileño Ahora de 1930 a 1936- contribuirán a colocar la obra a la altura del personaje, a constatar que el mejor Xammar sabía insuflar la brisa fría que suele necesitar el calor de los acontecimientos. Fue -otra vez Pla- un "observador incuestionable que conocía el mundo, sus misterios, de un sentido crítico literalmente terrible, sarcástico, impresionante...", que tuvo el vértigo del presente y que siempre cabalgó sobre el huracán. Es decir, un cronista de su tiempo.

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