Cuando el amor se transforma en geometría
La artista visual Verónica Gerber logra una bellísima novela sobre los vacíos de la vida a partir de palabras y dibujos
Hay quien se atreve a convertir el amor y el desamor en poesía, en música o en pintura. Pero he aquí una mujer que ha elegido transformar los sentimientos en algo mucho más peculiar: en geometría. Verónica Gerber escribe y dibuja su novela -o la dibuja y la escribe- como un cuerpo único que recuerda el célebre Principito. Si Antoine de Saint Exupéry fue capaz de meter un elefante en una boa y que viéramos un sombrero, o de dibujar una caja de tres agujeros para que viéramos el cordero perfecto, esta autora complementa su escritura con diagramas de Venn para que visualicemos el dolor. Su dolor. Y su esperanza.
“Los dibujos no ilustran la narración, sino que son parte de ella. Una lectora se me acercó para decirme que jamás pensó que un círculo o un cuadrado pudieran conmoverla tanto”.
Verónica Gerber (Ciudad de México, 1981), habla de su primera novela en una librería de Madrid, a donde ha viajado tras recibir el premio Cálamo. Se trata de Conjunto vacío (Pepitas de Calabaza), una hiriente y bella historia de vacíos en una vida taladrada por el abandono, el desamor, el exilio heredado, pero sobre todo sostenida en la lucha por entender y rellenar. No basta con leerla, hay que mirarla bien para comprender: comprender que entre dos círculos puede haber una intersección; en la intersección, un vacío, y en alguno de los círculos, su propia intersección diferente con un círculo diferente. Ay, es entonces cuando comienzan los celos, la ruptura, la distancia. El vacío.
“Como hija de exiliados yo crecí en sus huecos y además ya he producido los míos propios. Es como crecer en un agujero, no tienes un lugar”,
“Como hija de exiliados argentinos yo crecí en sus huecos y además ya he producido los míos propios. Es como crecer en un agujero, no tienes un lugar”, comenta Gerber. Su historia es autoficción: “Una parte de la protagonista es mía y otra no, pero comparto varios de sus huecos, los conozco, los he atravesado, por eso he podido escribir sobre ellos. Es un libro de muchos pasillos que se interconectan y que de repente se dan la vuelta y te llevan a otro lado en medio de un gran caos temporal”.
Gerber es artista visual y ha aprendido de figuras como Vito Acconci, Ulises Carrión, Öyvind Fahlström, Marcel Broodhaers, pero también de Kurt Vonegut, de Bolaño, Zurita y las vanguardias que han sabido fusionar las artes visuales y la literatura. Fue después de publicar cuando conoció a otros autores que han trabajado el tema de los hijos del exilio, una forma de trauma diferente a la del exilio mismo. Alejandro Zambra, Diego Zúñiga, Nona Fernéndez. “En todos ellos, chilenos, encontré una conexión profundísima al darme cuenta de que les estaba pasando algo parecido a mí, no se trataba de hablar de una dictadura del pasado sino de lo que pasa después. Está conectado, pero ya es otra cosa”.
Pero el exilio paterno y materno es solo uno de los temas de su novela. El desamor es un asunto fuerte que le hace arrancar la obra con una frase para recordar: “Mi expediente amoroso es una colección de principios”. La vida para ella son principios sin finales porque nunca acaban los amores ni sus huellas aunque se hayan acabado. “Muchas cosas no se acaban porque no quieres que se acaben y es desolador porque no estás en ningún lado, solo en historias abiertas”, dice. “El amor es la circularidad del mundo porque se transforma, es el gran sino al que nos enfrentamos todos los días”.
¿Y por qué eligió los diagramas de Venn y los conjuntos? “Mi personaje los utiliza para entender dónde está su madre o dónde está ella y es absurdo porque no hay ciencia que te explique eso, es su paradoja. Pero los conjuntos de Venn, si los llevas a un lugar más elevado, estás hablando de lógica, y por tanto de filosofía”. Ella los lleva lejos, pero sobre todo ha llevado a sus lectores a un territorio geométrico donde hasta los sentimientos pueden encontrar su lógica. Y a donde merece la pena llegar.
Babelia
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