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“Necesitamos tiempo para asumir lo peligroso que es nuestro comportamiento actual”

'Comer animales', el alegato contra la industria cárnica del escritor Jonathan Safran Foer, se convierte en un documental que él mismo produce.

Jonathan Safran Foer en una imagen de archivo / Nicolò Campo (Getty)
Jonathan Safran Foer en una imagen de archivo / Nicolò Campo (Getty)
Héctor Llanos Martínez

Cuando Natalie Portman leyó Comer animales (Eating Animals), el ensayo en contra de industria de la carne firmado por Jonathan Safran Foer (Washington, 1977), decidió convertir en película las palabras del autor de Todo está iluminado (2002) y Tan fuerte, tan cerca (2005).

La actriz y el que es uno de los nombres más destacados de la nueva narrativa estadounidense son destacados vegetarianos. También producen juntos el documental homónimo que dirige Christopher Quinn y que se proyecta estos días en el CPH:DOX de Copenhague, festival de cine dedicado al género.

Narrada por la propia Portman, la película no se centra tanto en desvelar imágenes desagradables ocurridas en las plantas de producción como en ofrecer datos y argumentos que nos lleven a una reflexión profunda. Prefiere ser un relato más optimista que catastrófico. Muestra granjeros que intentan sobrevivir con métodos a la vieja usanza y empresarios que buscan la forma de ofrecer comida saludable a precios asequibles. Son para el escritor dos “pequeñas y felices excepciones” que no son suficientes para solucionar el problema. El poder, según sus palabras, está en manos de los consumidores: "Su voluntad puede derrotar cualquier industria por poderosa que sea”, cuenta a EL PAÍS desde la capital danesa.

Pregunta. Hay casi una década de diferencia entre el libro y el documental. ¿Ha empeorado mucho la situación desde entonces?

Respuesta. Las cosas han mejorado y empeorado a la vez. Hay razones por las que ser pesimista. Nunca ha habido tanta gente comiendo carne en el mundo como ahora. Algunas de las prácticas de producción de carne más destructivas se están desplazando a lugares como China o la India, lo que es preocupante.

P. ¿Y las razones para ser optimista?

R. En algún momento, la conciencia pública ha cambiando con respecto a este asunto. Es algo similar a lo que ha ocurrido con el acoso sexual. Era una situación que todo el mundo conocía y que preocupaba, pero nadie hablaba sobre ello. Solo hizo falta una combinación de factores para que se convirtiera en un asunto inaceptable. Por fortuna, también está empezando a ocurrir en Estados Unidos con el control de armas, gracias a los estudiantes de instituto. En los campus estadounidenses ya hay más vegetarianos que católicos.

P. El no comer carne se ha convertido en una moda.

R. Por fortuna. Antes había más vegetarianos de los que se atrevían a admitirlo y ahora hay más gente que dice que es vegetariana que la que realmente lo es. Porque Jay-Z y Beyoncé lo son; Al Gore y Bill Clinton también lo son. Todo el mundo aspira a serlo. Cuando escribí el libro, te preguntaban por qué eras vegetariano y ahora no hace falta explicarlo. Estoy seguro de que, en el futuro, si alguien come carne se le preguntará por qué. La opción alternativa en las cartas de los restaurantes será la de carne, no la vegetariana. Aunque tengo claro que no vamos a dejar de comer carne del todo.

P. Decidió hacerse vegetariano por completo cuando se convirtió en padre. ¿Es sencillo educar a un hijo como vegetariano en un mundo que está lleno de mensajes que invitan a comer carne por muy poco dinero?

R. Me resulta mucho más complicado ser vegetariano a mí que a él. Yo tengo unas conexiones muy grandes con la carne, me recuerdan a cuando mi abuela cocinaba pollo para toda la familia. Él no rechaza comer animales, sencillamente le resulta indiferente porque es algo que no ha visto hacer en casa. Para él es un rasgo de identidad, como puede ser que algunos de sus amigos sean cristianos, latinos o afroamericanos o que él sea judío.

P. El documental es muy explícito, más en datos que en imágenes, a la hora de contar las atrocidades que comete la industria alimenticia. Algunos de los personajes de sus novelas sufren las consecuencias del Holocausto o de los atentados del 11-S. ¿Considera que nos enfrentamos a un asunto igual de grave?

Si me hubieras preguntado antes de escribir el libro qué porcentaje de animales que comemos vienen de estas granjas industriales, te hubiera dicho que la mitad. En realidad es el 99,9%

R. Aunque la industria de la carne no tiene una intención directa de matar a las masas, y por tanto no comparte el mismo tipo de maldad, sí antepone el beneficio económico al bienestar animal o al del medioambiente. Muchas otras industrias buscan el beneficio a toda costa, por ejemplo la gente de Facebook o de Ikea, pero pocas tienen la capacidad de destruir el planeta como la tiene esta en concreto. Desde el punto de vista histórico, pocas estructuras han sido tan destructivas. Miles de millones de animales viven y mueren en granjas industriales cada año, una cifra inabarcable para nuestra mente. Naciones Unidas apunta a la agricultura animal como una de las tres causas principales del calentamiento global.

P. Vivimos en un mundo en el que pagamos porque nos envenenen o por estar monitorizados en nuestro teléfono y regalamos nuestra privacidad a Facebook. ¿Qué nos pasa?

R. Necesitamos tiempo para asumir lo peligroso que son esos comportamientos. Cuando te quieres dar cuenta, ya eres adicto. Yo tengo una relación con mi teléfono que es nociva a todos los niveles posibles, pero es complicado cambiar. Comer carne es importante para culturas como la española. Tenemos que ponernos manos a la obra, porque la cuenta atrás ha comenzado. Para algunos asuntos, dentro de 50 años será demasiado tarde. O dentro de 10 años. Para otros, quizá ya es demasiado tarde.

P. Pero una de las preguntas más obvias que suscitan libro y documental es el papel que juega la gente que no puede permitirse pagar el doble por comida saludable.

R. Es cierto que en los restaurantes de comida rápida o en el supermercado las hamburguesas vegetarianas son más caras y que también lo son los productos orgánicos. Además, puede que el comer carne tenga un coste directo inferior, pero el coste real no se paga en caja. Es una deflación artificial. Las consecuencias del calentamiento global y la contaminación se pagan con nuestros impuestos. La isla de Manhattan se está planteando construir un muro para protegerse de las enormes tormentas que pueden llegar en el futuro. ¿Quién paga eso?

P. ¿Se está perdiendo la cultura gastronómica?

R. No sé lo que ocurre en España, pero en Estados Unidos ya casi nadie se preocupa de seleccionar alimentos y cocinarlos. Es otra cosa que nos ha arrebatado la industria alimenticia. Ya no se cocina un pollo para que la familia se siente en torno a la mesa e invierta horas en estar juntos. Ahora, con la comida rápida, podemos comer con una sola mano. Aprender a ir a las tiendas a hacer la compra debería ser tan importante en las escuelas como lo son las matemáticas. Eleva nuestra calidad de vida y puede salvar al planeta.

P. ¿Qué opinión le merece la campaña por una dieta saludable que emprendió Michelle Obama mientras era la primera dama?

R. Era increíble, un modelo nacional. Y eso que la gente se reía de que plantara zanahorias en la Casa Blanca. Ese gesto era tan importaste como lo que ocurriera en el Despacho Oval. Si ella lograra convencer a la gente para que coma más vegetales, los beneficios serían mucho más poderosos que el daño que puede hacer Trump rechazando el Acuerdo de París.

P. ¿Cuál es la idea o el dato que le resulta más repulsivo de los que ha descubierto investigando para el ensayo Comer animales?

R. Han sido dos cosas. La primera es lo dominante que es la industria de la agricultura animal. Si me hubieras preguntado antes de escribir el libro qué porcentaje de animales que comemos vienen de estas granjas industriales, te hubiera dicho que la mitad. En realidad es el 99,9%. Es lo que comemos todos. La segunda es que comencé a escribir el libro pensando en los animales y, al terminar, me di cuenta de que el asunto más grave al que nos enfrentamos comiendo carne es el medioambiente. Es difícil saber las cifras, pero emite más gases nocivos para el planeta que el negocio del petróleo.

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P. El documental destaca que el 80% de los antibióticos que produce la industria farmacéutica van destinados a los animales hacinados en granjas. ¿De verdad cree que la voluntad de la gente puede derrotar a tantos Goliaths?

R. No creo que vayamos a tener mucha suerte si pedimos a esas industrias y a los gobiernos que las apoyan que cambien sus prácticas. Si dejamos de consumir su producto, se acabó la partida. Cambiar las leyes es muy complicado y lleva tiempo. Mucha gente piensa que está bien matar animales para alimentarse, quizá incluso yo esté entre ellos, pero rechazo por completo que se críen en esas condiciones. No creo que encontremos a nadie en Copenhague o en Madrid que, al mostrarles la realidad, digan que la aceptan tal cual es.

P. Encontrará a mucha gente en España que acepte el sufrimiento animal en nombre de la tauromaquia.

R. El debate a favor o en contra de los toros que hay en España es una distracción. El número de animales que mueren por la tauromaquia no se acerca, ni de lejos, a los miles de millones de animales que sufren al año por culpa de lo que comemos. Pelear por los toros es pelear por algo que no es relevante; solo es un debate interesante que entra en el terreno de lo filosófico. La principal interesada en que se discuta sobre ello es la industria de la carne. No estoy a favor de las corridas de toros, pero entiendo por qué puede ser importante para un español y acepto que sigan existiendo. No destruyen el planeta. El problema de la comida es mucho más grande.

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Sobre la firma

Héctor Llanos Martínez
Redactor especializado en nuevas narrativas audiovisuales (streaming, pódcast, redes sociales) y en el género documental, con varios años como autor del blog 'Doc&Roll'. Formado en Agencia Efe y elmundo.es, antes de llegar a Verne y la sección de Madrid de El País, escribió desde Berlín para BBC, Deutsche Welle, Cineuropa, Esquire o Yorokobu.

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