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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El pequeño gran poder del consumo consciente

La creciente sensibilidad por el bienestar animal y la tendencia a consumir menos carne amenazan el modelo de crianza intensiva

Milagros Pérez Oliva
La tendencia es a consumir menos carne pero ser más exigentes con la calidad.
La tendencia es a consumir menos carne pero ser más exigentes con la calidad.Óscar Corral

Un pequeño gesto, el de alargar el brazo y tomar un producto de la estantería de un supermercado, puede ostentar un gran poder en la sociedad del consumo. Especialmente si ese gesto es susceptible de ser emulado por otros consumidores. La industria cárnica española lo ha comprobado estos últimos días a raíz de un reportaje del programa Salvados sobre las condiciones en que se crían los animales en las granjas y se sacrifican en los mataderos, incluida la explotación de los empleados. El eco del reportaje llevó a que dos grandes cadenas belgas retiraran de su oferta los productos de El Pozo por las tremendas imágenes que se vieron de una de las granjas proveedoras de la firma. Al principio, los responsables de la compañía trataron de desacreditar al mensajero, pero acabaron rompiendo su relación con esa granja y anunciando su intención de colaborar con las asociaciones animalistas.

Es el último episodio de un fenómeno que no es puntual y que va a más. Hace tiempo que la industria cárnica acusa en sus estadísticas de venta la erosión que le inflige la nueva cultura del consumo responsable, aquel en el que el comprador tiene en cuenta todo lo que hay detrás de cada producto que lleva a su cesta de la compra. El número de vegetarianos aumenta entre los jóvenes y no es ajeno a este fenómeno la creciente sensibilidad hacia el bienestar animal. Pero el problema no radica solo en cómo se crían los animales. El problema es la evolución de una industria sometida a un proceso de concentración en el que el granjero ya es el que menos cuenta. De hecho ya solo pone el suelo, la instalación y su trabajo. El sistema de integración hace que un número cada vez menor de empresas controla todo el proceso, desde la producción de piensos hasta el suministro de los animales y los medicamentos con los que se tratan, los mataderos en los que se sacrifican y la elaboración de los derivados cárnicos. Todo en las mismas manos en un proceso muy poco transparente.

España se ha convertido en el gran criadero de cerdos de Europa. De hecho engorda y mata cada año 40 millones de cerdos, casi tantos como habitantes hay. La mitad de la carne que sale de los mataderos va a la exportación. Eso significa que España se ha especializado en la parte más onerosa del proceso desde el punto de vista ambiental. El precio de la carne no incorpora los costes ocultos que representa la contaminación de suelos y acuíferos por los nitratos que hay en los excrementos, ni el hecho de que la crianza de animales para el consumo sea responsable del 18% de los gases de efecto invernadero que se emiten.

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En nuestra cultura todavía persiste la idea de que consumir mucha proteína animal nos hará más altos, más fuertes y más sanos. Pero no es así. De hecho, consumimos mucha más carne de lo aconsejable: 50 kilos por persona y año, cuando la OMS recomienda la mitad. La tendencia es a consumir menos carne pero ser más exigentes con la calidad. Si a ello añadimos factores como el castigo de los consumidores por el maltrato animal, no es difícil vaticinar una grave crisis para el actual modelo de producción intensiva.

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