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Muere Luis Loayza, uno de los escritores más discretos y refinados de habla hispana

El escritor creó junto a Abelardo Oquendo y Mario Vargas Llosa la revista 'Literatura'

Luis Loayza junto a las librerías de la ribera del Sena, en París, en 2004.
Luis Loayza junto a las librerías de la ribera del Sena, en París, en 2004.Archivo Abelardo Oquendo

Con la muerte de Luis Loayza, la literatura iberoamericana pierde a uno de sus prosistas más elegantes e inteligentes. Narrador, traductor y ensayista de raro talento, Loayza nació en Lima (Perú) en 1934 y murió en París, este lunes 12 de marzo de 2018, a los 83 años, víctima de una complicación hepática.

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La andadura literaria de Loayza comenzó a fines de los años cincuenta, en la ciudad donde nació, cuando, junto con sus dos grandes amigos de juventud —el crítico literario Abelardo Oquendo y el futuro Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa—, editaron la revista Literatura. Siguiendo a Vargas Llosa, Loayza viajaría a París en 1959 y solo volvería esporádicamente a su país. Trabajaría como intérprete en organismos internacionales, primero en Nueva York y luego en Ginebra. Tradujo a Thomas de Quincey, Nathaniel Hawthorne, Robert Louis Stevenson o Arthur Machen.

"El Perú sufre la enorme pérdida de uno de sus escritores más finos y lúcidos, pero también más recónditos", asegura el novelista Jorge Eduardo Benavides. Coincide con él Alejandro Neyra, ministro de Cultura peruano y gran estudioso de la obra de Loayza: "Tuvo la prosa más exquisita en una generación especialmente brillante, como la del 50 en el Perú. Sus cuentos breves pero sobre todo sus ensayos, eruditos a la vez que curiosos, tienen un estilo único, entre lo peruano y lo universal, que lo sitúan sin duda entre las voces más importantes de Hispanoamérica".

"Luis Loayza es un autor del linaje de Juan Rulfo", explica el escritor Fernando Ampuero. "Escribió muy poco, pero de lo poco que entregó a la imprenta sus lectores nos hemos pasado la vida comentando su gran talento y su prosa elegante. De sus cinco libros publicados, que no eran fáciles de encontrar en librerías, yo me quedo con los cuentos de Otras tardes (1985) y los ensayos de El sol de Lima (1974)". También destacan Sobre el 900 (1990), la novela Una piel de serpiente (1964) y El avaro y otros textos (1974).

A Loayza lo precedía el mito. Se decía que lo había leído todo, que su erudición era de una profundidad y amplitud abrumadora. Cuenta el escritor Alonso Cueto: "La primera vez que estuve con Loayza fue en Lima, a inicios de los años setenta. Recuerdo haber caminado con él durante horas una mañana de sábado. Yo lo escuchaba hablar de libros y autores. El ingenio, la gracia, la variedad de temas, sus chistes y bromas, su erudición, los personajes peruanos que evocaba, sus comentarios sobre Machen, De Quincey o Henry James (a quien conocía a la perfección), están entre los recuerdos más valiosos que tengo".

Como rememoraba hace poco Miguel Saenz en estas mismas páginas, la otra gran afición de Loayza era el ajedrez. Esta provocó otra leyenda, que decía que alguna vez había derrotado al gran maestro y campeón mundial Bobby Fischer. Resulta que esta leyenda era rigurosamente cierta: el 21 de mayo de 1965, Luis Loayza le ganó a Fischer, que encaraba 26 partidas simultáneas en Nueva York. Cuenta Saenz que dejaría de jugarlo en 1986, luego de participar en un torneo donde "la mayoría de los participantes podían ser mis hijos y tenían una memoria, una concentración y un killer-instinct que yo no he tenido nunca".

El proverbial retraimiento del escritor produjo un tercer mito, quizá el más arraigado: que Luis Loayza era una invención, el producto de uno de esos juegos borgianos que entremetían la ficción dentro del mundo real. Como recuerda Fernando Ampuero: "No daba entrevistas, no le interesaba el mundillo literario. Le interesaban solo los buenos libros, que leía vorazmente y que a veces traducía. Muchos jóvenes, en una época, pensaban que era un fantasma inventado por Mario Vargas Llosa y Abelardo Oquendo. Pero no, les decía, es alguien real. Yo lo había conocido en una cena de escritores que diera el crítico Julio Ortega hará ya cinco décadas. Tenía entonces 18 años y estaba en calidad de oyente. Él parecía competir conmigo: tampoco habló nada".

En una columna Piedra de toque que dedicó a la reimpresión de sus ensayos, Vargas Llosa escribió: "Loayza es uno de los grandes prosistas de nuestra lengua y estoy seguro de que tarde o temprano será reconocido como tal. Ya lo era cuando yo lo conocí, en la Lima de los años cincuenta. Lector voraz, desdeñoso de la feria y la pompa literaria, ha escrito solo por placer, sin importarle si será leído, pero, acaso por eso mismo, todo lo que ha escrito exhala un vaho de verdad y de autenticidad que engancha al lector desde las primeras frases y lo seduce y tiene magnetizado hasta el final".

La casualidad quiso que hace solo unos meses se reeditaran los relatos de Otras tardes (Pretextos, 2017). Nunca es tarde para que el vaticinio se cumpla y este grandísimo y original escritor "que escribía por escribir, no para publicar" obtenga esa notoriedad que le fue esquiva por decisión propia.

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