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Carlos Fonseca: “Parecen trágicos, pero los ‘Diarios’ de Kafka están llenos de humor”

El escritor costarricense responde al carrusel de preguntas de este diario

El escritor costarricense Carlos Fonseca.
El escritor costarricense Carlos Fonseca.Roberto Ricciuti (GETTY)

Carlos Fonseca (San José, 1987) es autor de las novelas Museo animal (2017) y Coronel Lágrimas (2015). Su breve obra —aunque ambos libros suman más de 600 páginas— le ha valido para figurar en los dos últimos años en los listados que han perfilado una especie de canon de los autores jóvenes latinoamericanos: Ochenteros, de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la mayor de Hispanoamérica; y Bogotá 39, del Hay Festival. Nacido en Costa Rica y criado en Puerto Rico, Fonseca alterna el oficio de escritor con el de investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge.

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¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?

Por más trágicos que a veces parezcan, suelo reír mucho con los Diarios, de Kafka. Están repletos de humor. Cuando no me salen las cosas, leo esos diarios y me siento en compañía de Kafka y su risa.

¿Quién sería su lector perfecto?

Tal vez un lector obsesivo como lo eran Bouvard y Pécuchet, los antihéroes de la novela de Flaubert. Un lector que se tome las metáforas al pie de la letra y que se imagine dentro de ese mundo disparatado y metafórico.

¿Qué libros tiene en su mesa de dormir?

River, la maravillosa novela de Esther Kinsky. A su lado está Solenoide, de Mircea Cartarescu, que me ha impactado tanto que la he dejado allí incluso luego de terminarla. Y al lado, como siempre, ¡Absalón, Absalón!, de Faulkner, a modo de Biblia.

¿Qué libro le cambió la vida?

Agua viva, de Clarice Lispector. Me mostró que las novelas podían ser otra cosa más que el relato de una historia. La literatura era escritura y la alegría de poder escribir.

¿Cuál es su rutina diaria para escribir?

Durante el proceso de gestación de la idea de la novela soy muy espontáneo y caprichoso. Acumulo ideas diversas, busco conexiones, trazo patrones. Pero a la hora de escribir, hay algo más rutinario: sentarse a releer las 10 páginas anteriores, jugar durante media hora a esbozar posibles formas de continuar el relato, hasta que una vez entro en ritmo, comienzo a escribir. Y bueno, café y más café.

¿Qué música le sirve para escribir?

De todo un poco. Depende del proyecto. Desde salsa dura tipo Héctor Lavoe e Ismael Rivera, hasta Bitches Brew, el fantástico disco de Miles Davis.

¿Qué deportista, personaje literario o cinematográfico se asemeja a usted?

Me gustaría parecerme a Bartlebooth, el personaje de La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. Me gusta imaginarme siempre en busca de la última pieza de un puzle imposible, cuya imagen, al final, termina por borrarse. Siempre en esa conquista de lo inútil, por robarle la expresión a Werner Herzog.

¿Con quién le gustaría sentarse en una fiesta?

Tal vez con el propio Herzog, o con el fantasma de Klaus Kinsky. Vaya fiesta sería. Pura intensidad.

¿Qué significa ser un escritor?

Escribir, que es más que nada un ejercicio entre la pasión y la paciencia, entre la soledad y la comunidad. Como suele decir Don DeLillo en una frase que me gusta repetir: “Escribir es una forma concentrada del pensamiento”.

¿Qué libro regalaría a un niño para introducirlo en la literatura?

La oveja negra y demás fábulas, del gran Augusto Monterroso.

¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?

El sofá de mi casa. Me encanta poder tirarme ahí y sentir que muy bien uno podría entregarse al tedio.

¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?

¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner. Faulkner es el autor que une a las tradiciones más diversas, de Borges a García Márquez, de Piglia a Pierre Michon. Y ¡Absalón, Absalón! es para mí su obra maestra.

¿Cuándo fue la última vez que lloró?

Creo que fue viendo Paris, Texas, de Wim Wenders: esa escena en la cabina telefónica en la que Travis, el protagonista, le cuenta en clave a Jane, su exmujer, la trágica resolución de la historia de amor entre ambos.

¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?

La idea de que “todo llega a su tiempo”. Me gusta esa idea de que lo que no es legible hoy, tal vez sea legible mañana. Un arte de la paciencia.

¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?

Soy bastante claustrofóbico, así que igual con alguien que me haga reír. Con la familia, la esposa o un buen amigo que aguante mis quejas.

¿A qué edad se dio cuenta de que quería ser escritor?

Por ahí de los 16 o 17 años. Quería ser matemático pero en algún punto sentí, ridículamente, que ya no lo lograría. En la escritura, por lo menos, tenía uno más tiempo para probarse. Ahí, pensé, fracasar sonaba más glorioso.

¿Cómo fue su primera borrachera?

A los 15 años. Una tontería: con un amigo testarudo, tratando de desmentir —trago a trago— que el alcohol tuviese en nosotros efecto alguno. Fue como la caída de los dioses, dolorosa.

¿Qué superpoder le gustaría tener?

Me gusta esa idea de Ricardo Piglia en Blanco nocturno: la de un hombre capaz de convertir sus pensamientos en objetos.

¿Messi o Cristiano Ronaldo?

Eternamente Messi.

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