Mario Bellatin: “Quiero dejar de escribir”
El autor mexicano publica dos nuevo títulos de golpe y anuncia que prepara su obra definitiva, basada a su vez en todos sus libros anteriores: “si sale bien, quiero que sea el último”
En los dos últimos libros de Mario Bellatin hay dos parejas de hermanos. En Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara), dos siameses que ni ven ni oyen, que solo pueden comunicarse escribiendo sin parar en un teclado braille, asisten en un tétrico psiquiátrico a clases de escritura creativa. En la novela gráfica Bola negra (Sexto piso), un mellizo muere consumido por la anorexia, mientras que el otro acaba convertido en un orondo luchador de sumo.
Autor personalísimo, experimental y de culto –junto a Borges o Bolaño es uno de los 10 escritores en español representados por el superagente literario Andrew Wyle–, el universo Bellatin (Ciudad de México, 1960) es un campo minado de paradojas y desdoblamientos. Como el personaje de Disecado que habla con una misteriosa entidad paralela llamada “¿Mi yo?”; o el protagonista parapléjico de Perros héroes que, usando solamente su voz, ha entrenado a una manada de canes asesinos; o como la peluquería convertida en un particular tanatorio en Salón de belleza, su obra más celebrada hasta ahora.
Pregunta. Enfermedad, deformación física, violencia, muerte. ¿Reconoce esos elementos como parte de su universo?
Respuesta. Pienso que no son ciertos. Existen, pero los uso como armas de seducción. Mi única batalla contra el lector es que empiece y termine el libro. Son un pretexto para llamar su atención, para lograr que me acompañe, que entre en mi espacio narrativo creado con mis propias reglas y poder así decir otro tipo de verdades.
P. ¿Qué tipo de verdades?
R. Yo me he construido a mí mismo como un personaje –Bellatin nació sin el antebrazo derecho y su colección de prótesis, desde un garfio biónico a un pene metálico, le ha acompañado como un elemento más de su imaginario poético– pero ese juego ya se gastó. El lector puede leer que a uno de mis personajes le falta una pierna y entonces pensar que soy yo disfrazado.
P. ¿Y no es así?
R. Es una manera de poner al lector a prueba de saber qué cosa es verdad y qué es mentira. Una vez más, es un arma de seducción para hablar de otro tipo de temas. Por ejemplo, mis tres primeros libros eran las tres constantes bíblicas. La peste, la guerra y la carne.
Siempre moviéndose en la nebulosa frontera entre ficción y confesión como poderoso mecanismo narrativo, en Bellatin, como en Onetti o en Faulkner, todos sus libros son en realidad el mismo libro. O, en su caso, algo más extremo todavía: tentativas del libro definitivo, autónomo, total y autorreferencial. Un libro desde dentro de todos sus libros.
Con una frenética trayectoria de más de 40 títulos, premios, colaboraciones con el mundo audiovisual y el circuito del arte, considera que Carta sobre los ciegos para uso de los que ven –“una reflexión sobre la escritura como mecanismo de supervivencia” – y Bola negra –“un hombre consumido por su propia vocación”– son los dos últimos antes de empezar el libro-de-todos-sus-libros. “Estas dos obras marcan el final de los elementos con los que voy a contar para recrear un mundo, todo el universo que ya escribí. Será el gran libro. Si sale bien, quiero que sea el último. Quiero dejar de escribir”.
P. ¿Ya está trabajando en él?
R. Sí, quiero que sea muy grande, sin puntos y a parte. Un libro grotesco. Se origina cuando matan a Mussolini –su familia, novelada en El libro uruguayo de los muertos, es de origen italiano y fascista–, el personaje que hizo Salón de belleza es un refugiado de guerra que llega a América y que tiene unos perros que se llaman como los míos.
P. ¿Cómo está siendo el proceso de trabajo?
R. Dificilísimo porque no recurro a ningún universo externo para inspirarme, sino a mi propia obra. Es el libro que más he corregido, vuelvo y vuelvo. La idea es sentirse nuevo dentro de lo viejo. Mantener el equilibrio perfecto para lograr ese instante en el que estás leyendo algo nuevo sabiendo que ya lo leíste. Si el lector empieza y dice “esto ya lo leí en otro libro”, ahí perdí el equilibrio.
P. ¿Cuánto bebe esta reflexión teórica de su acercamiento desde hace años a la filosofía sufí [una rama mística del islam]?
R. Tiene más que ver con mi infancia y con una concepción de la escritura, por una parte, como algo más allá de la decisión misma de escribir. Y por otra parte, de la escritura como huella. Para mi es como un pre-deseo, y lo tenía claro desde que agarré la maquina de escribir con 10 años. La letra de molde era una letra para ser: soy escritura. Yo he vivido en la pobreza absoluta, en la enfermedad y siempre ha habido escritura. Cuando encontré a los sufís ya tenía 30 años, y ya había publicado, entre otros, Salón de belleza.
P. ¿No cree que, por ejemplo, su obra gira constantemente sobre sí misma igual que lo hace un derviche?
R. Está presente pero no como la idea de ese místico apartado del mundo, guardado en su torre de marfil. En mis libros trato de entender por ejemplo los mecanismos de la violencia, porque vivimos en un mundo violento. Pero, es verdad, el derviche lo que hace es mantener un instante, que es donde está la trascendencia, la verdad. Porque el pasado ya fue, y el futuro no es todavía y el presente dejó de ser presente.
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