México le echa mucho cuento a la FIL
Seis autores que presentan novedades en la mayor cita del libro en español dibujan con sus relatos un mapa de las contradicciones y ansiedades contemporáneas del país
Con las reglas de la ficción se puede jugar a que un narco con la cara de Tarantino mande a unos sicarios a Los Ángeles para que le traigan en una bolsa la cabeza del director de cine; a que en un pueblo comiencen a borrarse las palabras; a que una mujer agotada de las miradas de los hombres acabe transformándose en una computadora; o a que un talibán de los filetes y la cerveza termine vendiendo bebidas dietéticas porque lo han echado del trabajo. A todo eso han jugado seis autores de una generación joven −entre los treinta y los cuarenta− pero consagrada: a retorcer, fantasear, exprimir, estirar, falsear y contar México en formato de cuento. El resultado figura entre lo más estimulante del programa que la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara ofrece estos días a sus 800.000 visitantes.
Juegan en casa. Y no solo porque la mayor cita del libro en español se celebre en México. Premios, encuentros y publicaciones bombean sangre nueva a un género que en Latinoamérica siempre ha gozado de buena salud. Desde Borges, Rulfo o Cortázar a los contemporáneos Samanta Schweblin o Carlos Yushimito, el relato nunca muere y la FIL ha vuelto este año a servir de pasarela para la literatura en corto. El encuentro internacional de cuentistas alcanza ya su undécima edición en el programa de la cita, y el editor madrileño Juan Casamayor, al frente de la editorial Páginas de Espuma, recibirá este lunes el homenaje al mérito editorial “por su militancia y especialización en torno al cuento”. En Páginas de Espuma han visto la luz desde clásicos hasta autores de las dos orillas del océano, como el mexicano Antonio Ortuño, reciente premio de cuentos Ribera del Duero 2017 por La vaga ambición.
México grotesco
“Uno no se debe a la verdad sino a la verosimilitud, a la construcción de un universo tan similar a realidad y la vez tan diferente. El mayor ejemplo es Rulfo, que logró convencer a todo el mundo de que los campesinos de Jalisco hablaban como en sus cuentos”, explica Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), que en La superficie más honda profundiza en la constante violencia que atraviesa sus novelas anteriores pero “desde un lugar distinto, las historias transcurren ahora con la violencia como ecosistema, como una bruma que nos rodea y que en cualquier momento puede emerger dramáticamente”.
Unas violencias primigenias, íntimas como la ambición de un padre o borrosas como la grieta de la desigualdad. Violencias marcadas a golpe de elipsis, con el lenguaje desapareciendo del relato como desaparecen las palabras en los pueblos gobernados por el narco, o contadas desde el punto de vista de los niños, o de un payaso huérfano, cocainómano y apaleado. “Ese humor negro solo tenía sentido si alcanza lo grotesco, porque la realidad mexicana se ha convertido en algo grotesco”.
No tengo ni para el Netflix
El humor y el cine son los dos mediadores que ha usado Julián Herbert (Acapulco, 1971) en la telaraña metanarrativa de Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino.“Todo el libro está filtrado por una mirada de Tarantino y sus precursores”, cuenta el autor de otros artefactos sofisticados y potentes como Canción de tumba o La casa del dolor ajeno. Desde una escena en unas escaleras de avión a lo Jackie Brown, una descripción casi aérea tomada de un plano secuencia en Good Fellas de Scorsese, hasta el título la nouvelle que cierra la obra, con ecos a Sam Peckinpah, donde la telaraña se imbrica aún más. Tres tramas superpuestas: Jacobo Montaña, el capo con cara de Tarantino, huido de la cárcel y escondido bajo tierra envía a dos sicarios en busca de la cabeza de su doble. A la vez, para entender mejor a su víctima/sosias secuestra a un crítico de cine que va desplegando una tesis sobre la influencia de los monólogos shakesperianos en las películas Tarantino. A la vez, el capo cuenta en primera persona su historia iniciática en el mundo del hampa.
“Obviamente, Montaña es un trasunto del Chapo, pero satirizando la figura romantizada de la cultura del narco. No cumple ninguno de los códigos: niño pobre, ignorante y del campo. Además, la tesis que cuenta el crítico sobre la parodia y lo sublime me sirve para producir significados más complejos sobre los filtros de la tradición en la cultura contemporánea”. El resto de personajes de sus cuentos también son tarantinianos, porque como dice el crítico secuestrado “habitan en universos de estados éticos alterados”, o como dice Herbert “atraviesan momentos significativos, una guerra interna que trasciende el resto de su vida”. Son tarantinianos mexicanos: un ex directivo de Pemex que huye de la Justicia, un periodista al borde de la drogadicción y la delincuencia, el cliente de un psicoanalista caníbal que vive frente a un Zócalo cubierto de una alfombra de zombis.
Carlos Velázquez (Torreón, 1978) juega por su parte con arquetipos deformados, tiernos y paródicos. “Hay cosas de mi vida que me han marcado profundamente y que están en los relatos. Por ejemplo, la obesidad. Yo vivo en Coahuila, el estado con mayor índice de obesidad de México, que a su vez es el segundo país del mundo. La cantidad de información para combatir la enfermedad es permanente, 24 horas. Hay una obsesión por la figura, la gente se hace selfies de la cara pero no del cuerpo. Los personajes que sufren sobrepeso me parecen muy ricos literariamente, sufren dramas muy recurrentes”. De ese drama nace Porcel, un Don Juan de 120 kilos, “un gordo con pegue” que cuanto más se enamora más kilos pesa, “un satélite de amor”, un bello durmiente que después del beso “en lugar de despertar se hubiera inflado como un zepelín”.
La efeba salvaje está repleta de referencias pop en un mundo de desclasados. “Ya no tengo ni para el Netflix”, dice en otro cuento Rober, otro gordo feliz con su puesto de repartidor de cervezas y sus asados los fines de semana hasta que, traicionado por el sindicato, le echan del trabajo y tiene que poner un puesto de comida dietética. “México es el país del empleo informal por excelencia. Está desapareciendo la clase media. Apenas hay capacidad de progreso, se vive y se trabaja para subsistir. En los 70 u 80, la literatura mexicana se fijó mucho en las clases medias, a mí me interesa el potencial dramático de las clases bajas”.
En la mesa de una cocina pasan más cosas que en una guerra
A Brenda Lozano (Ciudad de México, 1981) le gusta pensar que los objetos pueden tener la misma importancia que los personajes de sus relatos. En Cómo piensan las piedras, parte de ese objeto, las piedras, para lanzar otra pregunta: “¿cómo sería ponerse en el punto de vista del otro? Todo los cuentos de algún modo se originan en cómo sería estar en ese lugar”. Una niña explicándole a un policía porqué vive en un coche con su madre, una hermana reflexionando sobre lo útil y lo inútil con su hermano con frases como “en la mesa de una cocina pasan más cosas que en una guerra”, una oficinista que harta de las miradas de los hombres decide transformarse en un ordenador.
En la elasticidad del lenguaje, en el juego de los puntos de vista, en las voces elegidas es como Lozano toma partido. “Anecdóticamente este libro no está anclado en las notas que nos alarman todos los días. Sin embargo, creo que el presente nos atañe a todos. De los 12 feminicidios diarios en Latinoamérica, siete son en México. Pero sí ponemos en la misma escala la realidad que la literatura, no habría literatura. Y en esa dialéctica entre lo posible y la ficción, yo creo que en las pequeñas historias puede haber un estruendo escandaloso”.
La vaga ambición tampoco remite directamente a los encabezados de los periódicos pero Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) cree que “es un libro que no se podría haber escrito desde otro lugar que no fuera México”. Los seis cuentos recorren la vida de Arturo Murray, un escritor de una ciudad de la periferia de Guadalajara, como el mismo Ortuño. Desde el niño hasta el marido con hijos, pero siempre con la literatura por medio. Desde las transcripciones del Quijote que le valen las patadas de un amigo, los talleres de escritura por recónditas provincias mexicanas mientras la madre agoniza en la cama, hasta el trabajo como guionista de una serie de éxito que le sirve para mudarse a una casa más grande pero también para convertirse en “una estatua, un retrato, un diploma”.
“Es la mirada de un outsider que está siempre entre el estrellato y el estrellarse. Entre el fracaso absoluto y la supervivencia más llana: poder mandar a los hijos a la escuela, pagar las facturas, algo que en México está fuera del alcance de la mayoría de los escritores. Si como se suele decir el oficio es una carrera de resistencia, en México es una súper maratón”. De forma paródica y parabólica, aparecen también lateralmente otros conflictos como los abusos infantiles, la alienación, o la precariedad, “muchas cosas que tienen que ver con la vida mexicana”.
El hilo conductor de Enemigas es la figura de la madre, como Rosa Montoya, que llega hasta el desierto en busca de su hija, “una chica sensata y equilibrada que conoce los límites de todo” y que el día que desaparece llevaba puesta una playera verde que decía sweet as gold. “No hago literatura de denuncia, el tono de los relatos es fantástico y psicológico pero sí que están conectados con el presente, sobre todo porque me gusta que mis personajes no estén aislados del mundo, son ensimismados pero por la realidad que los asalta”, explica Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982), que en este relato eligió la segunda persona para interpelar al lector: “y tú has dejado de ser una flor para convertirte en una llaga”.
La madre amante, la madre devoradora, la madre ausente, la madre loca, la madre muerta, la madre dolida, la madre lunar, la madre animal, la madre gemela o la madre totémica. Domingo ha estructurado su libro con el molde de la leyenda mexica del Mitlclán, recogido en el códice colonial Ríos. La cosmovisión prehispánica dibuja nueve regiones, nueve casas como los nueve meses de gestación de la maternidad, una travesía que el alma debe superar para alcanzar el descanso eterno. Un viaje del mundo tangible, como la camiseta de la niña desaparecida, al mundo acuoso de los sueños, como la presencia en el último cuento del hijo muerto por “habitaciones oscurísimas, infusiones, y hamacas próximas al mar”.
Babelia
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