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Max Richter, el músico que se propone dormirnos

El estreno español de 'Sleep', una nana de ocho horas para escuchar por la noche, genera una enorme expectación en Madrid

El compositor y pianista alemán Max Richter.
El compositor y pianista alemán Max Richter.Wolfgang Borrs (EFE)

En circunstancias normales, a un compositor no le haría ni pizca de gracia escuchar que una de sus partituras resulta soporífera. Por fortuna, casi todo en la obra del alemán Max Richter se mueve en unos parámetros de maravillosa anormalidad. Una remota nave en la periferia madrileña se preparaba en esta noche de sábado a domingo para escuchar a Richter durante ocho horas ininterrumpidas. O, más bien, para que las caricias de Richter sobre las teclas del piano acompañaran los momentos de duermevela, los tránsitos entre sueño y sueño. El minimalismo más contemporáneo en representación del abrazo mismo de Morfeo.

Porque Sleep (Dormir), que de tal estreno español se trataba, no es una obra lenta, monótona o aburrida, que eso siempre va en gustos, sino concebida para inducir al sopor. Richter, natural de Hamelin (y ya han sido escritas todas las gracietas al respecto), quiere llevarnos por el camino de la modorra. Con todas las consecuencias. La obra empezaba este sábado a las diez, con los 400 potenciales durmientes cómodamente repantingados en tumbonas, y hasta la salida del sol estaba permitido escuchar de manera prolongada o intermitente. Dicho de otro modo: había luz verde para dormir sin que tan esencial acto fisiológico fuese motivo de reprobación para intérpretes o vecinos de cama. Sobre la integración de los eventuales ronquidos entre corchea y corchea, en cambio, las directrices ya resultaban más difusas.

La procesión de escuchares por la calle de Cifuentes era pintoresca. Desde las nueve, aún con la luz del día, era fácil distinguir a parejas y amigos ataviados con pantalones jipis, esterillas cuidadosamente enrolladas y mochilas de las que sobresalían almohadones. Una excursión en toda regla, como las de los años de la Primaria (bueno, más bien de la EGB). Pero una excursión al epicentro mismo de las mejores fases REM. Y no, no hablamos del añorado grupo de Michael Stipe.

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El concierto, o velada, o experiencia, encontró acomodo en las antiguas Naves Boetticher (hoy La N@ve), una vieja estructura fabril en el remoto distrito de Villaverde, allí justo donde la capital está a punto de transformarse en cinturón metropolitano. Y los cuatro centenares de asistentes pudieron sentirse unos auténticos privilegiados: las entradas volaron por Internet en poco más de media hora y los suspiros de quienes se quedaron sin plaza eran clamor estos días en los más conspicuos círculos y mentideros de la música contemporánea y de vanguardia. Pese a las restricciones, que no a todo el mundo gustaban.

Y es que, en consonancia con el objeto último de la convocatoria, el uso de móviles quedaba estrictamente prohibido en cualquiera de sus funciones, incluida la redacción de meras notas de texto. Tampoco se permitía, por recomendación de los neurólogos que asesoraron a Richter, el consumo de un solo miligramo de alcohol, para evitar que se alterasen los ciclos naturales del sueño.

Incluido en los cada vez más heterodoxos Veranos de la Villa, el evento de la música para dormir, o soñar, o arrullarnos salió a la venta por 15 módicos euros, más otros 5 para el pequeño desayuno frutal que nos espera al final de la interpretación. Nada que ver, desde luego, con las cerca de 100 libras que hubieron de desembolsar hace pocas semanas los melómanos dormilones de Londres. Hay sueños más caros que otros, como se afanan en repetir los creativos publicitarios de Loterías.

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