1937-2017: el abrazo de Gernika
EL PAÍS reúne a un superviviente del bombardeo de hace 80 años con los descendientes de un comandante y un piloto de la Legión Cóndor que masacró la villa vizcaína
Solo el decurso de la Historia, con sus caprichos y sus crueldades, ha sido capaz de unir los destinos de Luis Iriondo Aurtenetxea, Dieprand von Richthofen y Karl-Benedikt von Moreau. El primero es, a sus 94 años, uno de los poquísimos supervivientes del bombardeo que hace hoy 80 años llenó de sangre y escombros la villa vizcaína de Gernika con la aquiescencia —si no orden— de Franco, dejando un número indeterminado de muertos, entre los 200 y los 1.650 según las investigaciones y las tendencias del historiador de turno. Sus dos amigos alemanes, 75 y 57 años respectivamente, son descendientes de dos de los hombres que perpetraron aquella masacre: Wolfram von Richthofen, comandante en jefe de la Legión Cóndor, y Rudolf von Moreau, uno de los pilotos encargados de soltar más de 7.000 bombas durante tres horas y cuarto, aquel lunes 26 de abril de 1937, día de mercado en Gernika, día de muerte.
Los tres se fundieron ayer en un emocionado abrazo, primero, y en un largo apretón de manos después, cuando se encontraron en el vestíbulo del Teatro Liceo de Gernika. EL PAÍS los reunió para una fotografía histórica que simboliza, coincidieron los tres, “la reconciliación que todos queremos”. La villa conmemora toda esta semana el 80º aniversario del bombardeo con actos institucionales, seminarios, conciertos y lecturas públicas. A las jornadas acudieron el alcalde de Auschwitz y supervivientes del bombardeo estadounidense contra Nagasaki, que acompañaron a Luis Iriondo durante su salvaje, sereno e inolvidable relato de aquella tarde en Gernika.
“Tenía terror de morir en aquel refugio, enterrado vivo”
Este es el relato que hizo ayer Luis Iriondo, superviviente del bombardeo, en el Teatro Liceo de Gernika:
“Tenía 13 años. Mis amigos y yo ya no hacíamos caso de las alarmas, llevábamos ocho meses de guerra y estábamos cansados. Ya ni íbamos a los refugios, ¡nos aburríamos en ellos! Ese día había mercado en el Pasealeku. Allí oímos las primeras bombas. La gente corrió a los refugios. A mí alguien me llevó en volandas hasta el fondo de uno de ellos. El suelo era de barro, las paredes estaban llenas de humedad, no había luz, no había oxígeno para respirar, yo tenía terror de morir allí enterrado vivo. Encima, el día antes había estrenado mis primeros pantalones largos y mi ama me dijo que no se me ocurriera manchármelos. Y me los manché. Salí hasta la boca del refugio para respirar. Quería rezar una oración que nos habían enseñado en la escuela pero no podía. En dos minutos lo habría hecho normalmente, pero allí, nada, imposible rezar, no podía. Cuando salí me quedé aterrado. Todo el pueblo ardía. Detrás de la iglesia de Santa María, cogí la carretera hacia Lumo. Pensaba todo el rato qué sería de mis padres y mis hermanos. Llegué a una hondonada, donde había un montón de cadáveres, y el de un amigo, que murió allí. Me senté con otro amigo en la ladera del monte, viendo cómo se quemaba Gernika. Él me dijo, sin ninguna emoción ni nada: ‘Mira, en esa casa que se acaban de derrumbar estaban mi tía, que es sorda, y mi abuela, que es paralítica. Al llegar a Lumo alguien, no me acuerdo quién, nos dio un tazón de leche y paja para dormir. Me dormí enseguida. De repente, a la noche, desperté. Me estaban llamando. Era mi madre. Llevaba toda la tarde y toda la noche buscándome. Mis hermanos estaban bien. Solo le faltaba yo”.
Poco después de dejar con la boca abierta a un teatro entero, Luis Iriondo saludaba a sus amigos y confesaba a este diario: “¡Hombre!, uno siente mucha emoción al ver a estos, fíjate, nada más vernos nos hemos dado un abrazo tremendo… venga, ¿dónde hacemos la foto?”. Son días de ajetreo para el superviviente, memoria viva de la tragedia. “¡Y ahora me han llamado de una radio para que hable durante 20 minutos… ¡que estoy cansado, que tengo 94 años!”.
—No se puede ser una estrella, don Luis.
—Estrella, estrella… ¡yo lo que estoy es estrellau!
El doctor Dieprand von Richthofen, que vive en Berlín, sonríe y agarra por el hombro a su amigo vizcaíno antes de posar para la foto. A sus 75 años, este sobrino segundo de Wolfram von Richthofen, comandante de la Legión Cóndor, lugarteniente de Hitler y héroe de la Luftwaffe vive estos días su segunda visita a Gernika. Su padre fue piloto alemán en la Segunda Guerra Mundial y estuvo a las órdenes del comandante Von Richthofen. “Mi padre le conoció mucho, sí, pero no le quería. Era un hombre muy trabajador y muy ambicioso en su carrera militar. Pero sobre todo era terriblemente fiel a Adolf Hitler, no hubiera sido capaz de engañarle ni traicionarle nunca. Nadie de los que estaban a sus órdenes le querían, porque él no tenía en consideración a sus subalternos. Este era el tipo de generales que llevaron al éxito a Hitler: fieles, duros, crueles”.
Dieprand von Richsthofen había oído hablar y había leído cosas sobre su tío en el colegio. Pero fue en el transcurso de una reunión familiar cuando de verdad supo quién era. La familia Von Richsthofen se reunió al completo en el año 2000. “Queríamos afrontar sin complejos nuestro pasado nacionalsocialista”, confiesa. Fue entonces, investigando y preparando aquella reunión, cuando conoció los detalles de la participación directa de su tío en la masacre. “Todos sabíamos que aquel bombardeo no solo era un acto de guerra, sino además y sobre todo un crimen de guerra”.
Un apellido que pesa
“No es que me sienta culpable”, prosigue en su relato, “pero para mí sí supone un gran peso llevar ese apellido, porque a través de él estoy relacionado de algún modo con aquella tragedia. Y lo mismo le ocurrió a mi hijo, que ahora tiene 32 años. En 2012 leyó un artículo sobre Wolfram von Richthofen y tuvo esta misma sensación que tengo yo. Se sintió aludido. Por eso vinimos a Gernika la primera vez”.
Hoy lo confiesa: aquella primera visita le provocaba terror. “El tema de la culpabilidad estaba ahí, dentro de mí. Sin embargo, cuando vi cómo me recibía la gente de Gernika caí en la cuenta de que no había sentimientos de amargura y, mucho menos, de venganza. Al contrario, estaba claro que buscaban la reconciliación. Y hoy, ver cómo Luis Iriondo, superviviente de aquel horror en el que tomó parte un familiar mío, me ha recibido con los brazos abiertos, ha sido muy liberador”.
Karl-Benedikt von Moreau tiene 57 años, vive en Passau (Baviera) y visita Gernika por primera vez. Es el sobrino de Rudolf von Moreau, uno de los jefes de escuadrón de la Legión Cóndor en aquella operación de castigo. Está emocionado. “Venir aquí por primera vez supone una sensación muy fuerte, es algo que te remueve por dentro… pero lo más fuerte es cuando compruebas las ganas que los vecinos de esta ciudad tienen de buscar la reconciliación con Alemania, de estrechar nuestras manos, de abrazarnos. Es algo conmovedor, de verdad”.
Su tío murió en 1939, durante un vuelo de pruebas en vísperas de un gran homenaje del Partido Nazi a la propia Legión Cóndor. “Cuando me enteré de que mi tío había participado en aquella acción, además de en otros ataques contra Bilbao y otras poblaciones del Frente Norte, quedé muy impresionado. Quiero asumir ese pasado, asumir mi responsabilidad. Y de cara a un futuro, comprometerme con ella. Es muy difícil, es triste, pero quiero hacerlo y buscar un futuro mejor y en paz para Europa”. En 2003, él y sus hermanos escribieron una carta a los vecinos de Gernika en la que les expresaban su dolor y solidaridad con los supervivientes y con los descendientes de las víctimas.
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