Los Ángeles, ciudad ‘start-up’
La urbe californiana se perfila como un lugar de innovación y nuevas formas de pensamiento, epítome de lo contemporáneo
Dicen los expertos que en Los Ángeles el terremoto anda sobrevolando como la amenaza inexorable. No se sabe cuándo será, pero será. Y, pese a todo, a nadie parece preocuparle, quizás porque, igual que ocurriera durante los ochenta neoyorquinos, en la capital artística de California cada día al despertar se siente cómo queda toda la vida por delante. Frente a Nueva York, que ha pasado de ciudad creativa a centro de transacciones; San Francisco, domesticada y demasiado bella a ratos; o una Seattle que no acabó de consolidarse, la atractiva y diversa LA se perfila como territorio de innovación y tendencias, de nuevas formas de pensamiento en un mundo cambiante como el actual.
De hecho, sumergidos en una especie de renacer neohippy digital —con prioridades como el medio ambiente, el respeto a la diversidad, el negocio imaginativo, la cultura inspirada por las charlas TED…—, los millennials se interesan por un diseño a la carta del acontecimiento, la pluralidad y la transformación rápida. El dinero —mucho y pronto— viene ahora de sitios que no son las finanzas ni el ladrillo.
Y ese dinero —nuevos millonarios de menos de 25 con zapatillas de deporte— se instala en la ciudad, quizás porque Los Ángeles es un lugar en constante mudanza, con reglas del juego renegociadas sobre la marcha en el camino desde Malibú, la costa más hermosa, salpicada por mansiones elegantes, a Compton, el suburbio más peligroso, conocido por los motines de hace años y, en un malabarismo de paradojas angelinas, por las torres Watts, obra maestra de Simon Rodio, un Gaudí del art brut, esa creación outsider, libre de influencias.
Son las escenificaciones de una urbe permisiva, capaz de subrayar la diferencia como norma; continuo sabor a decorado, como refleja el Museo de la Tecnología Jurásica, una especie de gabinete de curiosidades, que comparte pluralidad con el MAK Center, donde artistas invitados exponen en la exquisita casa racionalista construida por Rudolf Schindler. Ocurre incluso en museos clásicos como el LACMA (el museo de arte contemporáneo del condado de Los Ángeles): el visitante tiene la impresión de que las salas se adaptan a cada una de las preciosas colecciones; su bellísimo pabellón japonés es un espacio para dialogar ex professo con las maravillosas piezas.
Es una urbe en constante mudanza, con reglas de juego negociadas sobre la marcha
Incluso se negocia frente a un Pacífico deslumbrante en Venice Beach, entre tambores, gentes que bailan, el último freak show del planeta —una mujer busto con aspecto hispano saborea un trozo de pizza— y el fuerte olor a marihuana, recetada sin pedir muchas explicaciones por los doctores verdes (médicos con licencia) cuando no estaba legalizada para uso recreativo. En Los Ángeles las reglas son sólo la capacidad de transformarlas.
No en vano Google y Facebook se han instalado recientemente en la ciudad y, enemigos mortales hasta el encuentro angelino, plantean ahora construir juntos el primer sistema de cable submarino del Pacífico, directo entre Los Ángeles y Hong Kong. Es la misma creatividad de la cual hace alarde la prestigiosa UCLA, con un factor diferencial desacostumbrado para Estados Unidos: es una universidad pública. Llena de dreamers —indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo menores de edad y a los cuales la ley protege desde 2006—, la UCLA ha sido un centro muy activo a la hora de cuestionar las reformas migratorias planeadas por la nueva Administración de Donald Trump. De hecho, la contundente presencia latina en Los Ángeles —que se remonta al Gran Mural de Judy Baca, un proyecto comunitario pionero de 1976— contribuye a subrayar su esencia abierta, incluso geográficamente, rodeada por espacios despejados en los cuales se pierde la mirada desde la Fundación Getty, uno de los centros de arte e investigación más prestigiosos del mundo.
Es la constante curiosidad, el imparable cuestionamiento, lo que hace de Los Ángeles una ciudad start-up y, por tanto, epítome de lo contemporáneo. Constituida por barrios con personalidad propia, posee una estructura de las diferencias —aunque orgánica y complementaria en sus disparidades— que se revela como propuesta iconográfica también. Si cada barrio mantiene su propia idiosincrasia y hasta su propio olor —no hay ninguna ciudad en el mundo que cambie de forma tan radical de olor dependiendo de la zona visitada—, hay al tiempo unas líneas sutilísimas que unen al turístico Hollywood Boulevard —salpicado por cines art déco, el restaurante fundado en 1919 Musso and Frank’s o museos locos como el Museo de las Relaciones Rotas, donde se acogen los restos del desastre sentimental de quien desee exhibirlos— con el monumental Downtown, conjunto de edificios esculturales —desde la catedral de Moneo hasta The Broad Museum o la sala de conciertos Walt Disney de Frank Gehry— que han venido a acompañar a uno de los primeros rascacielos posmodernos: el hotel Bonaventure.
Está sumergida en un renacer “neohippy” digital que prioriza el medio ambiente y la diversidad
Pero incluso ese Downtown, vaciado cuando el concierto o la ópera acaban, mantiene en su apuesta de decorado el espíritu de constante negociación en Los Ángeles, en la gran y la pequeña escala. Así, en el muro de su casa en Venice Beach, una profesora de la UCLA, Maite Zubiaurre, española, ha escrito con letras grandes la que parece consigna en la ciudad: “El muro que da/the wall that gives”. En un huequecito, su alter ego, Filomena Cruz, deja pequeñas obras de arte que los paseantes se llevan en un trueque inusitado: conchas, un puñado de marihuana… El autobús turístico aminora un poco la marcha al pasar. A veces, alguien recoge los dones, y Judy Baca y sus murales vuelven a la memoria. Los Ángeles tiene ahora grandes retos —y no sólo el cable submarino del Pacífico— para mantener su idiosincrasia. Seguro que podrá con ellos.
Babelia
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