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Cuando una historiadora descubre que su abuelo sirvió en un comando nazi

Linda Kinstler lidia en ‘Ven a este tribunal y llora. Cómo acaba el Holocausto’ con los secretos que esconden las historias de los países, pero también de las familias

Retrato de grupo en la Escuela del Führer para la Policía de Seguridad, en otoño de 1942 en Berlín. Boris Kinstler, abuelo de Linda Kinstler, está de pie en la fila superior, en el centro. Viktors Arajs, líder del Comando Arajs, se sienta en la primera fila, segundo desde la izquierda.
Retrato de grupo en la Escuela del Führer para la Policía de Seguridad, en otoño de 1942 en Berlín. Boris Kinstler, abuelo de Linda Kinstler, está de pie en la fila superior, en el centro. Viktors Arajs, líder del Comando Arajs, se sienta en la primera fila, segundo desde la izquierda.Archivo Estatal de Hamburgo,
Guillermo Altares

El nazi Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, fue capturado por un comando israelí el 11 de mayo de 1960 en Buenos Aires, trasladado a Israel, juzgado y ejecutado el 1 de junio de 1962. Aquella operación del Mosad cambió la existencia de otros criminales nazis escondidos en América Latina, como Josef Mengele, el médico asesino de Auschwitz, que hasta entonces regresaba con cierta impunidad a Alemania. Sin embargo, es mucho menos conocida otra operación israelí en América: el asesinato en Uruguay, el 24 de marzo de 1965, de Herberts Cukurs, el carnicero de Riga, miembro del llamado Comando Arajs, responsable del exterminio de los judíos letones.

La periodista e investigadora estadounidense Linda Kinstler, de 34 años, parte de esta historia para componer su libro Ven a este tribunal y llora. Cómo acaba el Holocausto (Gatopardo, traducción de Magdalena Palmer). Cuando la justicia letona inicia una investigación para tratar de redimir a Cukurs —considerado un héroe nacional por una parte de la población y uno de los pioneros de la aviación en este país—, Kinstler comienza a indagar ese caso y se topa con un hecho que cambia su vida: descubre que su abuelo Boris sirvió en la misma unidad asesina que Cukurs, aunque es posible que fuera un agente doble que trabajó para el KGB.

Ven a este tribunal y llora. Cómo acaba el Holocausto es un libro apasionante que, más allá del relato de la Shoah en Letonia, trata temas muy cercanos para cualquier lector: la dificultad que tienen muchos países para lidiar con un pasado terrible, la colaboración de los pueblos ocupados por los nazis en el asesinato masivo de judíos —algo que ocurrió en Francia, Hungría, los países bálticos, Polonia, Holanda…— y los secretos que encierran las familias y lo tremendamente doloroso que resulta enfrentarse a ellos.

“En las últimas décadas, muchas naciones han reconocido la complicidad de sus propios pueblos en el Holocausto, mientras que otras han seguido resistiéndose a cualquier acusación de implicación local”, explica Linda Kinstler en una entrevista por correo electrónico. “El reconocimiento es el primer paso, pero no es suficiente: no basta con erigir un monumento y considerar expiados los pecados nacionales. El historiador Eelco Runia escribió: ‘Cuanto más conmemoramos lo que hicimos, más nos transformamos en personas que no lo hicieron’. Ciertamente, vemos bastante de eso en lo que respecta a la memoria del Holocausto: la conmemoración junto a la negación de la responsabilidad”.

Linda Kinstler en diciembre de 2021 en Washington DC, en una imagen cedida por la editorial Gatopardo.
Linda Kinstler en diciembre de 2021 en Washington DC, en una imagen cedida por la editorial Gatopardo.Pete Kiehart (Pete Kiehart)

Cukurs fue una persona extraordinariamente famosa en Letonia, antes de convertirse en un asesino despiadado de judíos. “Durante la década de 1930, sus compatriotas siguieron con interés sus vuelos”, escribe Kintsler en su libro, al narrar de las hazañas de este Lindbergh letón. “Con cada nuevo lugar exótico que visitaba, parecía ampliar los límites imaginarios de la pequeña nación”. Sin embargo, frente a la repercusión internacional que tuvo el caso Eichmann —durante la cobertura de su juicio Hannah Arendt escribió un clásico de los estudios del Holocausto, Eichmann en Jerusalén, que recoge sus crónicas para The New Yorker y de donde sale el famoso concepto de “la banalidad del mal”—, la muerte de Cukurs ha sido casi totalmente olvidada.

“Cukurs fue asesinado en 1965, cuatro años después de que el juicio a Adolf Eichmann alertara al mundo sobre la espantosa realidad del Holocausto y difundiera al globo los primeros testimonios de víctimas”, responde la autora sobre ese largo silencio. “El caso Cukurs es un sucesor directo de Eichmann —de hecho, el mismo agente del Mossad fue desplegado en ambas misiones— y hubo rumores de que él también habría sido secuestrado y llevado a juicio en la Unión Soviética. No es tan conocido como el caso Eichmann porque Cukurs nunca tuvo un juicio, e irónicamente la ausencia de un procedimiento judicial es precisamente lo que ha alimentado el continuo negacionismo y revisionismo de su personaje”.

Los países bálticos —Letonia, Lituania y Estonia— fueron anexionados por Stalin en 1940, luego ocupados por los nazis y de nuevo entraron a formar parte de la URSS hasta 1991, cuando se convirtieron en Repúblicas independientes. Actualmente, forman parte de la UE y la OTAN, aunque el presidente ruso, Vladímir Putin, considera que haber permitido su independencia fue un error histórico. Una parte de la población interpretó la invasión nazi como una liberación; lo que, sumado al profundo antisemitismo, llevó a la colaboración con los alemanes y a la participación directa en el Holocausto de muchos letones.

Fueron a la vez víctimas y verdugos durante la Segunda Guerra Mundial. “Todas las naciones que fueron ocupadas tanto por los alemanes como por los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial comparten elementos de la historia letona”, señala Kintsler. Y añade: “En estos países, el mito del doble genocidio ha hecho que las experiencias superpuestas de victimización compitan entre sí por el reconocimiento, creando un paisaje de memoria controvertida que se filtra en todos los elementos de la vida”.

El capitán Herberts Cukurs fotografiado delante del avión que construyó con sus propias manos y con el que realizó el viaje Riga-Tokio en 1937.
El capitán Herberts Cukurs fotografiado delante del avión que construyó con sus propias manos y con el que realizó el viaje Riga-Tokio en 1937. Keystone-France (Gamma-Keystone via Getty Images)

En el caso de la investigadora, todos esos secretos del pasado de su país se mezclaron con sus propios y dolorosos secretos familiares. “Fue extremadamente difícil”, señala sobre la escritura del libro. “En parte porque tuve que resistirme a mi propia inclinación a dejar que los secretos permanecieran ocultos, y también tuve que pedir a los miembros de mi familia que hicieran lo mismo. Mi conexión familiar con esta historia —la complicidad de mi abuelo paterno en el Holocausto— fue mi punto de entrada a la narración, me impulsó el deseo de comprender cómo debería ser la justicia para los supervivientes del Holocausto y qué debemos hacer nosotros, como herederos de esta historia, para protegerla en el futuro. Fui sabiendo que probablemente nunca averiguaría qué le ocurrió a mi abuelo paterno, que pudo haber sido un agente doble del KGB y desapareció repentinamente en 1949 sin llegar a conocer a su propio hijo”.

Ven a este tribunal y llora plantea problemas muy actuales en España. ¿Quién debe establecer la verdad histórica sobre un pasado criminal: los tribunales, los historiadores, los políticos, los familiares? Es una de las muchas preguntas que planean sobre su investigación, que, como ocurre en España, se produce en un momento en que las víctimas y los verdugos, los que sufrieron y mataron en aquellas guerras de los años treinta, están desapareciendo por pura naturaleza. El tiempo de los testigos, de los que vivieron los horrores del siglo XX, se acaba, pero la disputa continúa.

Kinstler sostiene que ha llegado el tiempo de los historiadores, que una vez los perpetradores muertos en su inmensa mayoría y las víctimas desapareciendo poco a poco, son los investigadores los que tienen que continuar el trabajo de recordar. Para ella, tratar de olvidar, de enterrar un pasado incómodo, no puede ser el camino. “Debemos enfrentarnos a ellos porque ignorarlos no hará que desaparezcan. Puede que sea imposible ganar una discusión contra un negacionista convencido —no hay un sentido compartido de la realidad sobre el que debatir—, pero eso no significa que podamos simplemente negar su existencia. Es fundamental comprender de dónde viene el negacionismo y vigilar su propagación, porque puede tener efectos políticos corrosivos y peligrosos en el presente”.

Y, precisamente, sobre ese presente, con el que cada vez se establecen más comparaciones con los años treinta, cuando los grandes totalitarismos controlaban Europa, reflexiona: “Es imposible no estar preocupada, ante el curso de los acontecimientos mundiales: el afianzamiento de gobiernos autoritarios, la denigración del derecho internacional, la aceleración de la catástrofe climática. Sin embargo, no creo que sea útil comparar nuestro momento actual con la década de 1930. Puede que nos estemos precipitando hacia un cataclismo, pero será de una naturaleza nueva y aterradora que los del pasado”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
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