La última voluntad del arquitecto: unas Torres Colón sin su ‘enchufe’
Antonio Lamela, fallecido la semana pasada, dejó un proyecto que recupera el diseño original del edificio madrileño. El dueño del inmueble prevé reformarlo
La ordenanza municipal decía claramente que lo que se podía levantar en aquel solar era “una unidad arquitectónica de marcada verticalidad” y lo que le estaban poniendo delante eran dos torres. Así se lo reprochó el arquitecto municipal. Pero Antonio Lamela respondió que no eran dos torres, sino una pareja. “Y una pareja es una unidad compuesta por dos individuos”. Así, hijas de soluciones imaginativas a problemas de lo más práctico —meter todas las viviendas proyectadas en un solo edificio hubiera requerido una altura fuera de escala—, nacieron hace más de cuatro décadas las Torres Colón en el centro de Madrid, en la plaza del mismo nombre, justo donde el paseo de Recoletos se convierte en el de la Castellana.
Pero nunca tuvieron exactamente el aspecto como las había proyectado Lamela. La intención del dueño del edificio, la aseguradora Mutua Madrileña, de reformarlo, previsiblemente el año que viene, podría ahora hacer realidad la idea original del arquitecto, fallecido el pasado sábado a los 90 años. Lamela dejó un proyecto póstumo que el Ayuntamiento ha validado hace unos meses en una consulta urbanística vinculante. Esto no significa que se vaya a hacer, pero sí que es posible hacerlo. Aunque seguramente no sea el único proyecto que se ha presentado.
Polémicas desde el principio, aquellas enormes construcciones que se empezaron a construir por el tejado, de arriba abajo (tienen un especial sistema de arquitectura suspendida) se convirtieron a principios de los años noventa en una sola, cuando hubo que incluir en la fachada una escalera de incendios. Para sujetarla desde arriba entre los dos edificios, se colocó una gran plataforma que se escondió después bajo una cubierta de color verde con una forma muy particular, la de una especie de enchufe art decó que se ha convertido con el paso del tiempo en su elemento más característico.
Esa fue la solución que el arquitecto —uno de los más importantes, prolíficos e inclasificables del siglo XX en España, autor también de la T4 de Barajas— encontró a un problema que, de nuevo, traía consigo la normativa. Aunque Antonio Lamela soñó con volver a recuperar aquella pareja original. “Eran más rotundas, más honradas, se entendían mejor; las nuevas quedaron un poco barrocas”, le confesó hace unos años a este periódico. De hecho, no solo lo soñó, sino que lo plasmó con todo detalle en una propuesta de rehabilitación de las torres a la que el Ayuntamiento de Madrid dio el visto bueno hace unos meses en una consulta urbanística vinculante.
Coronación de hormigón
El proyecto del Estudio Lamela recuperaría la idea original de las torres “como dos edificios independientes y esbeltos”, haciendo desaparecer el famoso enchufe junto a las escaleras de evacuación, que pasarían a ir por el interior. Esto dejaría al descubierto las coronaciones de hormigón, el elemento clave de su particular sistema de construcción suspendida. Ese que desconcertó durante años a quienes veían cómo las torres se iban construyendo desde arriba hacia abajo.
Un camino lleno de dificultades
Las Torres Colón, en el número 2 de la plaza madrileña del mismo nombre, empezaron a construirse en 1967 para albergar viviendas de lujo de 400 metros cuadrados. Sin embargo, en 1970, con los trabajos a medias, el Ayuntamiento de Madrid paralizó las obras por "intereses políticos", según aseguró Antonio Lamela en numerosas entrevistas. Sea como fuere, el promotor ganó el pleito y la indemnización que debía pagarle el Consistorio era tan alta que en su lugar le permitió cambiar el uso de residencial a terciario, es decir, albergar oficinas, lo cual era entonces mucho más rentable. De ese modo, los trabajos se reiniciaron en 1973 y se acabaron en 1976. Bajo el nombre de Torres de Jerez fueron la sede central de Rumasa, de José María Ruiz-Mateos, hasta la expropiación del grupo en 1983. En 1986, el grupo Herón las compró en subasta y en 1995 pasaron manos de su actual dueño, Mutua Madrileña, por unos 54 millones de euros.
El método consiste en levantar un estrecho pilar en el centro (el núcleo) y sobre él colocar esa gran cabeza (plataforma de cuelgue) de hormigón. Desde allí, se van construyendo hacia abajo las plantas que descansan una parte del peso en el pilar central y otra sobre los tirantes laterales. Estos, a su vez, transmiten la presión a la plataforma gracias a la tensión de unos cables de acero que llevan por dentro, de modo que las plantas quedan comprimidas contra la cabeza. Es como si se diera la vuelta al edificio, solía explicar Lamela.
En el Congreso Mundial de Arquitectura y Obra Pública celebrado en Nueva York en 1975 fue considerado “el edificio de más avanzada tecnología en construcción edilicia”. Cuando se aplicó en las Torres Colón, el sistema solo se había utilizado en 17 ocasiones en todo el mundo y nunca en España. Y fue elegido para salvar otro escollo económico-normativo: no había manera de meter todas las plazas de garaje con una estructura convencional hasta abajo. El novedoso diseño estructural lo llevó a cabo la oficina del ingeniero Carlos Fernández Casado, en cuyo equipo estaba Javier Manterola, que ha participado ahora en el proyecto de rehabilitación.
La nueva versión de las torres agotaría su altura máxima (con 116 metros), llevando el techo de las últimas plantas hasta el mismo pico superior de las antenas del enchufe. Como la idea es aumentar el espacio entre pisos, se reducen a 13 las 20 plantas actuales que se cuentan desde el voladizo (debajo hay otras tres). Sin embargo, se les sumarían otras siete más sobre las cabezas de hormigón, en lugar de la cubierta, para volver a dejar 20 pisos. El proyecto justifica la necesidad de aumentar la altura para adecuarla a su uso como oficinas, ya que su tamaño actual vino determinado por el proyecto original de hacer unas viviendas de lujo que nunca vieron la luz.
Un buen número de empresas y entidades tienen hoy allí sus oficinas: desde Caixa Bank hasta la Oficina Comercial de Noruega en España o la Organización de Comercio Exterior de Japón, pasando por Natixis o Legg Mason. Ninguno de los inquilinos se tuvo que mover para acometer la reforma que se hizo del interior en 2012. Sí tendrán que abandonarlas todos a lo largo de este año para la rehabilitación prevista. La firma propietaria aún no ha decidido cuáles serán los cambios que finalmente modificarán este emblemático edificio madrileño, miembro de honor del skyline del corazón financiero y empresarial de la capital pese a las permanentes críticas que le han llegado a situar, incluso, entre los más feos. La propuesta póstuma de Lamela es una de las posibilidades.
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