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150 años de Toscanini

El musicólogo Harvey Sachs lanza una biografía sobre el director de orquesta

Arturo Toscanini, dirigiendo una orquesta.
Arturo Toscanini, dirigiendo una orquesta.Library of Congress (Getty Images)

Le llamaban “el Maestro” como si no hubiera otro director de orquesta en el orbe musical clásico. Y quizá no lo había. Arturo Toscanini (Parma, 1867 - Nueva York, 1957) marcó un antes y un después en el sonido de las orquestas tanto en un teatro de ópera como en una sala de conciertos. Excepcional precisión, sentido melódico e intensidad expresiva fueron sus señas de identidad. “Con él comenzó la nueva estética de la interpretación. Lo que hizo Paganini en el violín o Liszt para el piano lo ha hecho Toscanini por la interpretación orquestal”, proclamó en los años cincuenta su colega Carlo Maria Giulini. Y sus reformas afectaron incluso al comportamiento del público. Fue pionero al imponer la oscuridad en la platea de un teatro y el patio de butacas de un auditorio; quería fomentar el silencio y la concentración. Fue además el creador del estándar de calidad orquestal al que hoy estamos acostumbrados. Un balance perfecto entre secciones, pero también con el coro y los solistas. Para ello convirtió el ensayo en el verdadero laboratorio de trabajo de un conjunto. Y no dudó en utilizar sus impresionantes y legendarias explosiones de carácter para sacar lo mejor de cada músico. Giulini también se lo reconoce: “Nuestra generación no ha tenido que gritar nunca a una orquesta porque él ya lo hizo por nosotros”.

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Nos lo cuenta Harvey Sachs desde Nueva York vía Skype. El musicólogo norteamericano conversa con EL PAÍS con motivo del 150 aniversario de Toscanini que se cumple hoy. Nos adelanta algunos detalles de Toscanini: Musician of Conscience, su nueva biografía sobre el director italiano que publicará en W.W. Norton en junio próximo.

Toscanini nació en Parma, el 25 de marzo de 1867, pero como director de orquesta lo hizo en Río de Janeiro, el 30 de junio de 1886. Visitaba la ciudad brasileña como violonchelista de una compañía de ópera itinerante y tuvo que sustituir in extremis al director en una función de Aida, de Verdi. Era su oportunidad y el éxito fue memorable. El episodio está contado con todo lujo de detalles en el nuevo libro de Sachs gracias a una grabación de 1955 donde el propio Toscanini narra sus recuerdos. “Conservamos alrededor de un centenar de cintas que grabó su hijo Walter en sus últimos años sin que él lo supiera; instaló un micrófono en el salón de su casa en Riverdale, en Nueva York, y cuando mantenía una conversación relacionada con su labor como director de orquesta su hijo activaba la grabadora. Son fuentes muy interesantes, pues Toscanini concedía pocas entrevistas y nunca dejó ningún testimonio escrito”, aclara Sachs.

La nueva biografía no cambia básicamente la visión del personaje que ya esbozó en su anterior libro de 1978, pero aporta muchísimos detalles nuevos. “Para el primer libro utilicé testimonios de personas que lo conocieron y trabajaron con él, pero ahora dispongo de los archivos de la familia Toscanini, que incluyen grabaciones, partituras y su correspondencia, pero también de los archivos del Teatro alla Scala, la editorial Riccordi y otros”, aclara el musicólogo norteamericano justificándose con una cita de Nabokov: “No hay deleite sin detalles”. El fino sentido narrativo de Sachs, bien conocido por el lector español por sus libros de memorias de Plácido Domingo y Georg Solti, se detiene también en el único episodio de Toscanini relacionado con España: la producción de I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, que dirigió en el Liceo de Barcelona en noviembre de 1890.

El éxito brasileño granjeó a Toscanini la posibilidad de iniciar una carrera como director operístico. Primero en Turín, en 1898 saltó a La Scala y desde allí al Met de Nueva York diez años después, para regresar a Milán en 1920. “Sus ideas hicieron de la ópera un todo dramático perfectamente integrado entre cantantes, orquesta, coro y escenografía”, remarca Sachs. En su nuevo libro encontramos numerosos testimonios acerca de su increíble memoria fotográfica, pero también de su dedicación en los ensayos. “Su hijo Walter grabó una breve película muda de un ensayo en 1939 y sus gestos son tremendamente exagerados; por el contrario, en el concierto eran muy controlados. Para él la interpretación se hacía en el ensayo y se presentaba al público en el concierto”, añade.

Otra innovación de Toscanini fue aplicar las mismas ideas al repertorio sinfónico. Hacer sonar una sinfonía con la precisión e intensidad de una ópera. Esto último lo desarrolló en Nueva York, tras abandonar Italia por su oposición a Mussolini. Primero al frente de la Filarmónica de la ciudad y, a partir de 1937, con la Orquesta de la NBC que fue creada especialmente para él. Es la etapa mejor documentada con grabaciones y, por tanto, la más conocida. Toscanini creó un estándar de calidad e intensidad en una sala de conciertos que lo convirtieron en legendario para público y crítica. Incluso encontramos su influencia en la literatura, pues el cuento Las Ménades, de Cortázar, está inspirado en la enorme impresión que produjo un concierto suyo entre el público durante una visita a Buenos Aires en 1940.

La tradición es la última mala interpretación

El sello RCA/Sony acaba de conmemorar el 150 aniversario de Toscanini con una caja de veinte discos que incluye sus grabaciones esenciales. La selección ha sido realizada por el propio Harvey Sachs junto a Christopher Dyment, otro conocido especialista en el director italiano que falleció el año pasado. Sachs nos aclara que no ha sido una selección fácil, pero destaca su Haydn, Mozart y Beethoven con la Filarmónica de Nueva York, el Schubert con la Orquesta de Filadelfia y el Otello, de Verdi, con la NBC. Pero insiste en que Toscanini siempre cambiaba detalles de una misma obra en un corto espacio de tiempo, pues era muy crítico consigo mismo. Y termina con una frase suya memorable: "La tradición es la última mala interpretación".

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