Toscanini en imágenes
Arturo Toscanini (18671957) ha sido el director de orquesta más grabado de su tiempo. Aunque empezó a grabar muy tarde, en 1920, cuando tenía 53 años, la lista de discos oficiales, grabaciones de radio y registros piratas supera actualmente las 500 referencias. El legado del gran maestro de Parma, sin embargo, no está cerrado y sigue fascinando casi medio siglo después de su muerte. El sello Testament brinda una excelente oportunidad para conocer mejor al legendario intérprete italiano con el lanzamiento en DVD, en cinco volúmenes, de todos los conciertos televisados que dirigió durante su última etapa en Estados Unidos.
La edición reúne los diez históricos conciertos que la National Broadcasting Company (NBC) televisó entre 1948 y 1952, además de emitirlos por radio a todo el país. Las filmaciones, que fueron publicadas hace más de una década por la multinacional RCA en los formatos de vídeo y del extinto láser disc, se editan ahora por primera vez y de manera oficial en DVD.
Algunos de los más geniales directores del siglo XX -Wilhelm Furtwängler, Bruno Walter, Otto Klemperer o Pierre Monteux, por citar sólo a cuatro de los más grandes- no llegaron a grabar su enorme repertorio. Con Toscanini casi sucede lo contrario: la casi totalidad de las obras que dirigió entre 1928 y 1954, año de su retirada, tiene una, dos y, a veces, tres versiones discográficas distintas, editadas en distintos sellos y con notables diferencias en su calidad técnica. Las filmaciones rescatadas por Testament no suponen, en este sentido, una novedad en su repertorio, pero, en cambio, añaden al valor musical la fascinación de la imagen, del gesto, de la mirada, del magnetismo que ejercía entre los solistas y las orquestas que dirigía.
La colección no sólo brinda un impagable retrato de un genio de la batuta: invita también a realizar un viaje fascinante a los años pioneros de la televisión estadounidense. La idea de emitir música sinfónica con regularidad era uno de los grandes sueños de David Sarnoff, presidente de Radio Corporation of America (RCA). Ya en 1936 propuso retransmitir la gira de despedida de Toscanini tras siete años de relación artística con la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Las negociaciones no llegaron a buen puerto, pero, lejos del desánimo, Sarnoff concibió un proyecto aún más ambicioso y arriesgado: crear una orquesta sinfónica a la medida de las exigencias de Toscanini con el fin de retransmitir sus conciertos a través de algunas emisoras de la cadena de radio y televisión NBC, propiedad de la RCA.
Hablar de Toscanini es hablar de un músico obsesionado por la fidelidad a la partitura y la máxima perfección orquestal. Exigía lo mejor a los instrumentistas y daba lo mejor de sí mismo, aun a costa de tensos y sonados enfrentamientos con los músicos. Y para conseguir sus objetivos necesitaba orquestas de primerísimo nivel.
La nueva máquina orquestal se organizó en un tiempo récord, reclutando a los primeros atriles de las grandes formaciones del país. Tras un exhaustivo trabajo de ensayos, la flamante Orquesta Sinfónica de la NBC dio su primer concierto bajo la batuta de Toscanini el día de Navidad de 1937. El regalo navideño dio como fruto un idilio artístico que duró 17 años -el concierto de despedida tuvo lugar en 1954- y arrojó como saldo 240 conciertos emitidos en directo.
Los diez conciertos televi
sados constituyen un auténtico tesoro que documenta la técnica y el arte de una de las batutas más influyentes de la historia en el repertorio que cultivó más asiduamente en sus años americanos. El sonido es bueno, con algunas diferencias entre la acústica seca del estudio televisivo y la más reverberante del Carnegie Hall, segundo y mítico escenario que acogió los conciertos ahora editados en DVD a partir de 1951. Lo primero que llama la atención es la actitud del maestro, alejada de cualquier divismo. La tensión se refleja en su rostro, en su mirada, en una absoluta concentración ante el hecho musical que transmite con absoluta autoridad a los músicos. No es un espectáculo de gestualidad efectista; toda la expresión nace de su interior y se comunica de forma directa con los músicos, con gestos enfáticos y esa mirada inquisidora que tanto crispaba, y atemorizaba, a los instrumentistas. Dirigía de memoria, sin partitura -entre otras razones porque se negaba a dirigir con gafas-, incluso obras de tanta envergadura como Aida, en versión de concierto.
La Novena y la Quinta, de Ludwig van Beethoven; la Primera sinfonía, de Johannes Brahms, y la Sinfonía número 40, de Wolfgang Amadeus Mozart, dirigidas con un impulso irresistible e inexorable precisión conforman el grueso sinfónico de los conciertos. Los programas se completan con verdaderas joyas: el poema sinfónico En saga, opus 9, de Jean Sibelius; Variaciones sinfónicas, opus 48, de Antonin Dvorák; Pinos de Roma, de Ottorino Respighi; dos Nocturnos, de Claude Debussy; el interludio sinfónico Rédemption, y el 'Doble concierto para violín y violonchelo', de Brahms, con el violinista Mischa Mischakoff y el violonchelista Frank Miller.
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