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Obras de arte valoradas en millones duermen ocultas en puertos francos

Un limbo fiscal permite a gigantescos almacenes como los de Ginebra y Luxemburgo ocultar piezas para eludir impuestos

Miguel Ángel García Vega
'Les noces de Pierrette', de Picasso, obra del oligarca ruso Dmitry M. Rybolovlev que estuvo en el puerto franco de Ginebra (Suiza).
'Les noces de Pierrette', de Picasso, obra del oligarca ruso Dmitry M. Rybolovlev que estuvo en el puerto franco de Ginebra (Suiza).

Los puertos francos son lugares donde agoniza la belleza. Da igual que semeje un asfixiante edificio negro y gris desplomado sobre el patio central de una cárcel. Ginebra. O proponga hechuras vanguardistas tejidas con vidrio u-glass (una de las pieles que recubre infinidad de museos). Luxemburgo. Hay algo que desasosiega. Quizá saber que tras las alambradas, puertas de acero, guardias y pastores alemanes, en cajas, a 21º de temperatura y una humedad del 55%, se ocultan millones de obras de arte. Suficientes para construir un inmenso museo y un nuevo relato de la historia que cambiaría nuestro entendimiento del pasado y nuestra relación con el presente.

Esos puertos varados en tierra son gigantescos almacenes que los multimillonarios utilizan para guardar oro, vino, antigüedades o arte sin pagar impuestos. La mercancía está técnicamente en tránsito y en este limbo fiscal puede vivir durante décadas. Solo el puerto franco de Ginebra cobija más de 1,2 millones de obras de arte, según una exhaustiva información sobre el asunto que publicó The New York Times. De hecho, se cree que guarda 1.000 piezas únicamente de Picasso. Aunque se sabe que hay cuadros de Klimt, El Greco, Rothko... El oligarca ruso Dmitry M. Rybolovlev llevó hasta allí su colección de 2.000 millones de euros, que incluye desde Les noces de Pierrette (1905), del genio cubista, hasta un Salvator Mundi, la última obra atribuida a Leonardo da Vinci. Pero ya no están. Tras denunciar a su antiguo asesor, Yves Bouvier, conocido como “el rey de los puertos francos”, por presunto fraude, las piezas andan —acorde con el diario estadounidense— en Chipre. Y junto al rechazo moral que provoca ocultar un patrimonio que debería compartir toda la humanidad se añade la elusión fiscal y el blanqueo. ¿Se han convertido estos espacios en una franquicia de lo ilícito?

"Siempre aconsejo a mis clientes que se mantengan alejados de los puertos francos. Básicamente lavan dinero de la manera más limpia y refinada. Y si no lo blanquean, intentan eludir el pago de impuestos, que es otra variante del lavado", critica Todd Levin, presidente de la consultora de arte Levin Art Group. Esta es la mala reputación que, como el alquitrán, se pega a estos contenedores de lujo y contra la que David Arendt, director general del puerto franco de Luxemburgo, alza la voz. "Todos los bienes que entran y salen hay que declararlos en los servicios aduaneros, que comprueban en los ficheros de la Interpol, y de otras policías internacionales, que esas obras no son robadas o expoliadas”.

Desde este año, Suiza ha prohibido las transacciones en metálico que superen los 100.000 francos suizos (91.500 euros). Los pagos por encima de esa (elevada) cantidad tienen que efectuarse con tarjeta de crédito, con lo que el dinero ilícito deja rastro. Además, los clientes del puerto ginebrino deberán permitir inspecciones adicionales de cualquier pieza arqueológica que guarden. Hace dos años los carabinieri (policía italiana) descubrieron en ese puerto dos rarísimos sarcófagos etruscos y 45 piezas arqueológicas expoliadas, envueltas en papel de periódico de los años setenta.

Lavado de dinero

Pero no solo codician tiempo y opacidad, sino también consumen fondos públicos. Parte al menos de los salarios de los agentes de aduanas del puerto de Ginebra se sustentan con impuestos. Y eso escuece. “Si el arte es almacenado en una cueva protegida por recursos humanos e infraestructuras pagadas por los contribuyentes, y si la propiedad no se puede saber debido al uso de estructuras off shore o similares, entonces existe un campo fértil para el lavado de dinero, el tráfico ilegal de arte, el fraude fiscal y abusos similares. Una parasitaria industria de intermediarios está ganando mucho dinero”, revela el abogado suizo Christophe Germann.

Aunque a veces lo parezca, el mercado del arte no es el Salvaje Oeste. Pero tampoco la cívica Suecia. Es un lugar, sobre todo, opaco. En junio del año pasado, Stiliano Ordilli, responsable de la Oficina Suiza de Blanqueo de Capitales, advirtió de que “debería haber una regulación real del mercado, por lo menos para proteger a los marchantes honestos”. Incluso el reconocido economista Nouriel Roubini, profesor en la escuela de negocios Stern, de la Universidad de Nueva York, que colecciona desde hace años, ha defendido en el Foro de Davos la necesidad de una normativa más estricta. Pero meter en vereda un mercado de 63.800 millones de dólares es complejo. "El arte comercia con activos de gran valor y es más sencillo subir un miró de 10 millones de euros a un avión, y hacerlo desaparecer, que mover esa cantidad en billetes de 20", observa en su despacho de Madrid un especialista en transacciones financieras que pide no ser citado.

Ni por aire ni por tierra, nadie sabe cuánto dinero se blanquea a través del arte. Pero dado el estallido de los precios durante los últimos años y la transformación de maestros como Picasso, Pollock o Bacon en activos financieros, la cifra debe de ser alta. Solo se sabe que el lavado de dinero —según la firma de servicios PwC— consume entre el 2% y el 5% de la riqueza del mundo. De uno a dos billones de dólares al año. Otro trabajo, este de la consultora Deloitte, preguntó a los gestores de altos patrimonios por esta relación y encontró que el 56% “sentía que el blanqueo era una seria amenaza para la credibilidad del mercado del arte”. Los casos del financiero Jho Low —cuya colección está investigada por presunta malversación del fondo soberano de Malasia 1MDB— y los papeles de Panamá —una filtración de 11,5 millones de documentos, que demostró el uso de sociedades pantalla para ocultar monets, picassos y hirsts por decenas— alertan de los lazos entre negrura y arte.

Algunos expertos ven una cuestión de oportunidad. “Los criminales pueden escoger el arte por la falta de registros, el desconocimiento en las aduanas del valor real de las obras, la escasa vigilancia que existe en las transacciones artísticas y las opciones que ofrecen los paraísos fiscales y las sociedades pantalla para ocultar al propietario de las piezas”, desgrana Andrés Knobel, abogado y consultor de Tax Justice Network. Una pelea contra la ingeniería financiera y los territorios insolidarios del planeta. ¿Una batalla perdida? "Creo que la estricta regulación contra el lavado de capitales de la industria financiera poco a poco empezará a tener un efecto directo en el comercio del arte”, vaticina Anders Petterson, fundador de la consultora ArtTactic. Veremos.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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