El deshielo y un millón de hostias
Un documental retrata a las monjas de clausura que hacen las obleas para toda Cuba, mientras fuera se vive el restablecimiento de relaciones
Más de 30 parroquias celebran misa repartidas en los 109 884,01 kilómetros cuadrados que conforman Cuba. Y todas ellas pueden celebrar la eucaristía gracias a 13 mujeres. Las 13 monjas de clausura que desde La Habana preparan las obleas para toda la isla, como recoge el documental Un millón de hostias, que se podrá ver este viernes, sábado y domingo en la cineteca de Madrid.
El director y coguionista —junto a su mujer, la periodista Ana Barcos— del documental, David Moncasi (Lleida, 1966), se encontró con esta historia en 2010 de casualidad mientras paseaba por el barrio cubano de El Vedado. Y lo tuvo claro desde el principio: necesitaba contarla. Pidió permiso a las religiosas para romper su retiro con una cámara, pero ellas necesitaban “una señal” para abrir las puertas del convento de San José y Santa Teresa al resto del mundo. Esa señal llegó cuatro años más tarde, cuando Moncasi volvió a la isla, esta vez con su familia, y cree saber qué inclinó la balanza a su favor: “Fue Bruno [su hijo]”.
Al volver a España, la familia tenía el “sí” de las Carmelitas Descalzas de Cuba. La idea inicial de Moncasi era retratar la vida a lo largo y ancho de la isla siguiendo el recorrido de las obleas, y llegando hasta la parroquia más alejada de La Habana, la de Baracoa. “Quería una especie de Guantanamera, pero en lugar de con coche fúnebre, con hostias”, explica Moncasi.
Teaser de Un millón de hostias.
Pero, como el propio director explica, a veces “tú tienes una historia en la cabeza y luego la realidad te escribe otra”. Mientras la pareja trataba de encontrar financiación, la actualidad no les daba tregua: los anuncios del restablecimiento de relaciones con EE UU y la visita del Papa les apremiaron a liarse “la manta a la cabeza” y a recurrir a la ayuda de amigos. “No sabría decirte cuánto nos hemos gastado. Entre 20.000 o 30.000 euros”, afirma Moncasi, que contó con el apoyo de Free Your Mind y Pedro Zaratiegui.
Y así fue cómo, con una sola cámara y la familia a cuestas —“Bruno tenía dos años y poco” y Ana Barcos le ayudó en las labores de grabación— filmó en tres viajes a Cuba las vidas de 18 personas en unas tres semanas en total. "No hemos querido hacer un documental católico, sino hacer un retrato de Cuba en un momento dado", enfatiza Moncasi. Por eso recogen historias como la de María Antonia, que cobra 17 CUC (16 euros) al mes por limpiar la iglesia de San Judas, donde recibe las hostias de La Habana para llevarlas a los enfermos que no pueden desplazarse. Su nieta, Cintia, de 15 años, “se viste gracias a la parroquia”, explica Madelín, madre de la joven, que se queja en el documental de que su hija no conoce la isla en la que vive porque no pueden permitirse viajar.
Tampoco la conoce Teresa María, la monja más longeva del convento de La Habana, que ha pasado 69 de sus 90 años en clausura. Cruzó las puertas del convento 14 años antes del estallido de la Revolución Cubana y no ha visto las calles de la isla desde entonces. Sabe quién es Barack Obama porque “algo” les llega de afuera, pero la religiosa asegura que tampoco presta "mucha atención" a lo que escapa de esas cuatro paredes.
Por la visita del Papa salieron solo ocho de las 13 hermanas, las de menor edad. Entre ellas Liset, que con 41 años es la más joven. Su historia, o mejor dicho la de su madre, Yara, es la que más impactó a Moncasi. “Esa madre, que solo tiene una hija tras haber sufrido varios abortos y que la ha educado según los principios del régimen [apartada de la moral católica], tiene que asumir que no la va a poder tocar nunca más”, reflexiona el periodista.
Mientras grababa en casa de Yara, sucedió algo inesperado Estados Unidos y Cuba anunciaron la reapertura de sus embajadas. Moncasi afirma que el sentimiento generalizado en la isla era el de que “algo bueno ya estaba pasando”. Los cambios, sin embargo, parecían entonces más inmediatos. “La sensación que me da a mí es que todo va mucho más lento de lo que la gente pide”. Pero esa gente es la gente de las calles, porque en el convento de San José y Santa Teresa nada de esto genera “mucha atención”. Las 13 monjas que viven allí tienen un único empeño: que “en Cuba haya hostias para todos”.
Babelia
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