Cervantes: suspiros de Italia
Enamorado de una meca artística semejante al Hollywood de hoy, el autor buscó allí el secreto de crear con ambición universal y gracias a esa escuela revolucionó el español
Muy joven, con 22 años, Cervantes partió a Italia. Los motivos nunca han quedado claros. Riñas, duelos, llevaron a pensar que se quitó de en medio fugitivo de la justicia. Al parecer, pinchó a un tal Antonio de Sigura, paseante en corte para unos, albañil iletrado, según otros y lo dejó herido, como comenta Andrés Trapiello.
El caso es que acuciado por quienes querían cortarle una mano en pago de la afrenta, se piró… Algunos historiadores sostienen que fue otro con el mismo nombre quien se vio envuelto en la escabechina. Pero nunca este episodio –como tantos otros- quedará claro en el laberinto plagado de pistas difusas de su biografía.
Si alguien aspiraba a escribir en el siglo XVI en Europa, no podía renunciar a emborracharse de Italia. Era la meca ardiente y transformadora del Renacimiento, la fábrica del verdadero canon. La piedra angular de cada una de las formas de expresión para un autor. La escuela compartimentada del Dante, pero también de Bocaccio y Petrarca. El lugar que guardaba los efluvios de Ovidio y del que emanaban las inspiraciones de todo un pasado imperial, en que se habían forjado las reglas estéticas universales.
Allí debía aprender Cervantes lo que Jean Canavaggio, en su retrato del autor, define como “el placer del texto”. En Roma sirvió a Julio Acquaviva, joven cardenal, dio tumbos entre Génova, la Toscana… Pero quedó realmente deslumbrado por Nápoles, donde engendró algún hijo ilegítimo y se hizo soldado, para acabar herido en Lepanto y prisionero en Argel.
Al parecer, Cervantes pinchó a un tal Antonio de Sigura, paseante en corte para unos, albañil iletrado, según otros y lo dejó herido"
Vida, reflexión, dolor, cautiverio, amores líquidos, intensos, contrariados, una radical concepción del sentido de la camaradería y un asombroso instinto para la supervivencia, marcan en estos años la forja de un escritor. También las lecturas...
El alma nómada de Cervantes aposenta su serenidad y sus argucias en la digestión de los mejores libros clásicos y de su tiempo. Experiencia en un ancho y poliédrico sentido forjan un estilo directo, rico y transparente. Todo le conduce a buscar en una amplia y novedosa forma de expresión –la novela- con las bases de una lengua que acabará siendo global.
No parece claro que fuese consciente de ello, pero su papel a la hora de dotar de calidad y dignificar por medio del entretenimiento un idioma que –por contexto expansivo- llevaba vocación universal, influyó en la posteridad.
La biografía del autor siempre se mostrará en pugna con la del personaje que acabó creando. En tiempos de escasas salidas, a su regreso a España, quiso probar suerte en América. No le importaba el destino, apunta Jordi Gracia: administrador de la Hacienda en el nuevo Reino de Granada (más o menos lo que hoy es Colombia), gobernador de la provincia de Soconusco (Guatemala), como simple contador de galeras en Cartagena de Indias o digno corregidor en la ciudad de la Paz…
Ninguna de estas gracias le fue otorgada. Sin embrago, a poco de aparecer don Quijote, impreso, partió de gira por el nuevo mundo. Lo que Cervantes no hubiese logrado quizás de haber acabado él mismo allí, lo consiguió con creces su tragicómico caballero andante.
Y así fue como, atrapado entre la paradoja y la ironía que él mismo acababa de parir como clave para entender un universo que se complicaba, la vida lo dejó en Castilla, pero, mediante la ficción, comenzó a lo grande la expansión creativa de un idioma que hoy reivindica al hidalgo como padre de sus andanzas.
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