Disparos al alma: así es el drama de los refugiados
Cinco fotorreporteros que llevan meses siguiendo el viaje de miles de exiliados muestran su obra en Madrid en una exposición organizada por el Instituto Francés en la Feria del Libro
Bastó una fotografía, una sola imagen, la del pequeño Aylan Kurdi de bruces sobre una playa turca en septiembre pasado, para que el mundo reparara en un drama que llevaba décadas engordando, en cada una de las guerras, en los espacios ganados por el odio y el fanatismo, o arrasados por la miseria. De no haber sido por la labor de decenas de fotógrafos que vienen mostrando al mundo el éxodo de los refugiados, éste seguiría siendo ajeno, pese al tránsito incesante de más de un millón de personas por Europa solo en 2015, y más de 200.000 en lo que va de año.
La exposición Caminos de exilio reúne en el madrileño parque del Retiro hasta el 31 de agosto una selección de imágenes de cinco fotorreporteros que llevan meses, alguno de ellos años, humanizando una crisis convertida a menudo en puras cifras: mostrando como sujetos, y no objetos, a las personas que retratan. El griego Yorgos Moutafis, la siria Sima Diab, los franceses Olivier Jobard y Pierre Marsaut y el español Manu Brabo suman sus puntos de vista y sus experiencias, de Líbano o Jordania a las islas griegas, de Serbia a Hungría, para reflejar un drama que la muestra “pretende humanizar, porque es una apelación al ser humano, a la dignidad y a los valores fundamentales de los derechos humanos”, explica Nicolas Kassianides, director del Instituto Francés de Madrid, que organiza la exposición en el marco de la Feria del Libro —Francia es este año país invitado—, y comisario de la misma.
Con una sola barrera, “no mostrar cadáveres directamente, porque es una exposición al aire libre que quiere interactuar con el público, y porque muchas veces sugerir es más eficaz que explicitar”, subraya el comisario Kassianides, la muestra convierte en foto fija esas imágenes fugaces que desde agosto, coincidiendo con la eclosión de la crisis, se agolpan en nuestras retinas. En las fotografías expuestas, cierto, no hay un sólo cadáver, salvo el cuerpo de un niño cubierto por una sábana, a tan respetuosa distancia que se difumina su contorno.
Es una foto de Moutafis, que lleva diez años retratando a refugiados desde que en 2007 se cruzó en Patras (Grecia), epicentro de la ruta migratoria en la época, con unos niños de ojillos achinados, “afganos de la etnia hazara, que vivían en la más absoluta indigencia”. Por “curiosidad antropológica, pero sobre todo humana”, decidió seguirles “para saber de qué huían, y por qué”. Un año después una de sus imágenes era portada de la revista Time. “No llego y disparo, no robo instantes ni rostros, hablo con ellos, aspiro a ganarme su confianza y a retratarlos como personas: médicos, abogados, campesinos…, gente con nombre y apellidos e historias”. De su experiencia en la isla de Lesbos le quedan muchas lágrimas, como las que vierte al recordar el hallazgo de un bebé de seis meses flotando en el agua y la febril búsqueda de un saco de plástico para meter el cuerpo y hurtarlo al resto de las miradas.
La ansiedad adrenalínica del fotorreportero —del informador en general— no conoce tregua cuando las cosas suceden vertiginosamente ante sus propios ojos, pero en esta crisis muchos de ellos han aparcado la cámara para lanzarse al agua a salvar náufragos; las imágenes de varios de ellos, con un bebé en brazos y la cámara colgada del hombro, son bien conocidas. “Qué íbamos a hacer, si a veces no había cerca guardias ni miembros de ONG… dejas la cámara y ayudas, es un imperativo moral y ético”, explica la siria Sima Diab, que abandonó su país en 2007 y vive en Egipto.
“El hecho de ser siria [como el 65% de los refugiados] no me hace mejor fotógrafa ni más humana, y aquí lo que importa es el acercamiento humano, no la nacionalidad… Es mi gente, es cierto, pero sólo tengo, tal vez, un conocimiento cultural que otros [fotógrafos] no tienen”. Sobre el eterno dilema acerca del límite entre la denuncia de una realidad conmovedora y una representación obscena, tremendista, de la misma, Sima Diab opina: “Uno sabe cuándo tiene que parar, o al menos intentarlo, es algo intuitivo”. Como el resto de sus colegas, la fotógrafa no se ahorra críticas a la actitud de Occidente respecto de esta crisis: “Somos vecinos, no puedes hacer como si no te importara o afectara lo que les pasa a tus vecinos porque acabará afectándote a ti, ahí están los refugiados de las guerras de los Balcanes hace sólo 20 o 25 años… Tenemos muy poca memoria… ¿o es que ellos eran refugiados aceptables y los de ahora no?”.
Respeto y autocensura
Todos los reporteros de la muestra coinciden en que el respeto, cuando no la autocensura, guía la selección de las fotos que van a mostrar después. “Yo soy el primero que me censuro, pero esto [la crisis de los refugiados] es una continuación de la guerra, y la guerra es cruda, en la guerra saltan los sesos, no puedes ponerle un lacito a esa realidad. Pero el problema no es la representación de la crudeza, sino cómo lo asume la gente: si no quiere que le amarguen el vermú mientras ve las fotos en el periódico un domingo”, explicó en la presentación de la muestra Manu Brabo.
Los franceses Jobard y Marsaut minimizan el verdadero impacto que sus imágenes hayan podido tener en Europa, sobre todo en la actitud de los líderes políticos, frente a esta crisis. "La mediatización de la crisis provocó de inmediato una reacción de empatía y compasión que apenas duró un mes; pero ese exceso de conmoción acabó teniendo un efecto contrario: enseguida los Gobiernos, sobre todo los del Este de Europa, muy conservadores, reaccionaron blindando sus fronteras", explica Jobard, con 15 años de experiencia en la cobertura del fenómeno migratorio. Es decir, el auge de la extrema derecha, del nacionalismo, de las soluciones duras, como el cierre de la ruta balcánica, frente a un drama humano que "en su vertiente de éxodo masivo, de avalancha, terminé por no mostrar para no dar más miedo... Para que no pareciera una invasión, yo mismo decidí no publicar ese tipo de fotos", confiesa ante la aquiescencia de su colega Jobard. Aún les queda por mostrar el final del viaje, la acogida, "la última etapa, pero no la más fácil. Por eso es importante seguir fotografiándolo, porque la crisis no ha terminado", concluye Jobard.
Babelia
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