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“Amo la noche, escribo lo que se me viene a la cabeza”

Con 96 años, buena memoria y lucidez, el poeta obrero y anarquista Leoncio Bueno recibe el Premio Casa de la Literatura Peruana 2016

Leoncio Bueno, en su casa de Tablada de Lurín, al sur de Lima.
Leoncio Bueno, en su casa de Tablada de Lurín, al sur de Lima.Nancy Dueñas

Escuchar al escritor autodidacta y exsindicalista peruano Leoncio Bueno es estar frente al siglo XX hirviendo. Nacido en una hacienda de la costa norte en 1920, empezó a leer a los nueve años por influencia de anarquistas que creaban sindicatos con peones agrícolas y por su abuela que compraba revistas de Lima. Desde 2009, cuando por primera vez la Casa de la Literatura entregó su premio anual al narrador Mario Vargas Llosa, Bueno es el primer escritor galardonado que no ha tenido formación académica. La institución estatal ha destacado que expresa la voz de los desposeídos en Perú, entre otros aspectos.

“Elegimos la literatura que polemiza, que discrepa e invade, que avergüenza al poder, que reta, que es disenso y reflexión crítica y logra construir nuevos lugares para pensar y sentir cabalmente la diversidad y la complejidad del país”, dijo la directora de la entidad, Milagros Saldarriaga, al entregar el premio el viernes en Lima. 

Bueno fue trabajador de hacienda desde niño, intentó quedarse en el Ejército tras el servicio militar, después fue obrero de fábrica textil al migrar a Lima. Como poeta encabezó un acto de protesta contra la dictadura del presidente Manuel Odría (1948-1956), y estuvo preso un par de veces.

Joaquín Gonzalez, un mexicano nacido en EE UU, me inspiró para escribir el Wayno de Comas

“Cuando luchábamos por hacer sindicato en las haciendas cañeras, dos anarcosindicalistas que habían venido de las salitreras de Chile eran nuestros maestros: Saucedo y Aparcana, traían libros a vender a plazos a los obreros y la docencia que hacían la considero superior a la de las universidades: era libertaria, imaginativa, creativa, revolucionaria. Nos decían que el dirigente sindical tiene que ser un intelectual, un luchador y un poeta, porque de lo contrario tendríamos que recurrir a los intelectuales normales”, explica en un hotel del centro histórico de Lima.

“Leíamos Las vidas paralelas de Plutarco cuando yo tenía 10 años, La historia mundial del proletariado, 20.000 años de explotación capitalista, nos hablaban de cómo cae el imperio romano, el nacimiento del feudalismo y el surgimiento del capital en Venecia y en Flandes, cuando llegó la idea de producir mercancías en masa”. Bueno, en su etapa adolescente, quería también arengar bien, y la recomendación que le dieron fue no solo leer, sino leer poesía.

Bueno, al volverse obrero textil y militante del Partido Comunista, fue delegado, en 1943, de la Federación Textil y de la Unión de Trabajadores de Lima. “En ese tiempo había cierto cariño o apego a los izquierdistas que venían de la descendencia bolchevique y habían construido la Unión Soviética, porque que estaban combatiendo para liberar a Europa y al mundo de la tiranía de Adolfo Hitler. Entonces, los intelectuales, los más inteligentes, tenían un acercamiento a la clase obrera, en especial a los dirigentes. Éramos interesantes para los intelectuales”, recuerda, y menciona al escritor César Miró, que lo contactó con la primera revista donde publicó sus textos, y a los poetas Jorge Eduardo Eielson y Emilio Adolfo Westphalen. Debido a su actividad como joven sindicalista, creía que algún día iba a caer preso. “Me decía que esa época la iba a aprovechar para leer y escribir con facilidad. En 1956 salí de la cárcel, pero durante cuatro años me reencontré con la poesía por la soledad, la supuesta prisión: porque a una persona que tiene sueños, que vive del mundo interior y que extrapola al mundo sus historias y su canto, le hace mucho bien la soledad, y mucho mejor el sufrimiento”, cuenta.

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Al salir de prisión no pudo recuperar su trabajo y con la indemnización que sus compañeros lucharon para conseguirle, abrió un taller de mecánica que se convirtió en un centro cultural de los poetas de Lima. Una década después, en 1968, el poeta y mecánico descubre a autores estadounidenses, gracias a su amigo Esteban Kramer, quien le envía materiales por correo con las traducciones.

Rutina de jubilado

“Fue una bendición porque, aparte de ser un hombre sabio [Kramer], me ha escrito 3.664 cartas, me mandaba los mejores libros, y folletos impresos a mimeógrafo de los poetas contestatarios occidentales y los del este”, añade, acompañado del hijo de Kramer, quien estuvo en Lima para acompañarlo en la ceremonia del premio.

“Con lo que me mandaba mi amigo, yo iba renovando mi manera de escribir. Joaquín Gonzalez, un mexicano nacido en EE UU, me inspiró para escribir el Wayno de Comas”, comenta, uno de sus poemas más conocidos.

Bueno vive en una casa con un amplio jardín en Tablada de Lurín, en el sur de Lima, y tiene una ocupada rutina como jubilado. “Amo la noche. De día me dedico a regar, hacer trabajos manuales, limpiar mis ventanas, mis fierros, tengo mi pico, mi lampa y las herramientas de mi taller. De noche escucho música clásica y escribo en mis cuadernos todo lo que se me viene a la cabeza y lo que dicen de interesante los artistas, como Al Pacino sobre la ambición capitalista y de la pareja en Caracortada: ‘Si tienes el dinero, tienes el poder, y si tienes el poder tienes a la mujer, eres dueño del mundo". 

El escritor afirma que ha escrito siempre por su inconformidad con el mundo, y esta lo acompaña. “Tenemos [en Perú] al 70% de trabajadores a quienes solo les alcanza para la comida y que son informales, contra eso yo me levanto, los que tenemos la palabra tenemos que usarla, solo venceremos a nuestros enemigos, que nos intentan embrutecer, con la inteligencia y el conocimiento de la historia”. Los libros más recientes que recopilan su obra son Memorias de mi desnudez (Editorial Nido de Cuervos, 2014) eImprontus trémulos-obra completa (edición artesanal cartonera, 2016).

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