“Mis padres me dijeron que fuera lo que quisiera menos policía o cura”
El escritor argentino Patricio Pron responde al carrusel de preguntas de este diario
"Ahí cuando los viejos tiempos aún no han muerto y los nuevos aún no han nacido, se producen los monstruos”. La frase es de Antonio Gramsci, pero es la apertura y la inspiración del último libro de Patricio Pron (Rosario, 1975), No derrames tus lágrimas por nadie que vive en estas calles (Literatura Random House). La historia en torno a un congreso de escritores fascistas transcurre en Pinerolo, al suroeste de Turín (Italia), y entremezcla, con suma sutileza la realidad con la imaginación del argentino.
“Ahora se viven esos tiempos, estamos rodeados de monstruos, entendido como monstruo aquel que es extraño a su tiempo. Era una buena manera de acercarse al presente sin la dictadura de la urgencia y la dictadura de simpatías y antipatías de los personajes del presente”, explica Pron sus intenciones. La relación del arte y la vida, de la literatura y la política, entretejen un relato que navega en los últimos momentos de la II Guerra Mundial y que ofrece nexos entre el ayer y el presente.
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
Moscu-Petushki, de Venedikt Eroféiev. Es una crítica muy inteligente del régimen soviético, muestra el absurdo con una gran agudeza.
¿Quién sería su lector perfecto?
Sería posiblemente alguien que hubiese leído tanto como yo y pensase como yo. Por lo tanto, no existe y es una gran alegría porque sería muy irritante verse repetido.
¿Qué libro le cambió la vida?
La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. Lo leí en una Argentina bajo la dictadura militar y fue un descubrimiento de que había otros sitios donde ir y eso iba a hacer una persona de ti mismo.
¿Cuál es su rutina diaria para escribir?
Suelo destinar las mañanas a la ficción y las tardes a la no ficción con litros de té. Es producto de que a primera estoy un poco más fresco y la ficción me exige más esfuerzo.
¿Qué música le sirve para escribir?
No puedo escribir con música, porque estoy muy atento a la musicalidad propia del texto y una melodía de fuera provocaría una especie de cacofonía.
¿Qué personaje literario se asemeja a usted?
Todos los que hemos leído muchos libros hemos conformado nuestra personalidad con fragmentos de personajes que han sido importantes para nosotros. Dependiendo del día y de la hora, creo que me identificó más con Gregor Samsa [personaje de La metamorfosis] de que con un héroe literario.
¿Con quién le gustaría sentarse en una fiesta?
Con cualquier persona menos con las que habitualmente me tengo que sentar en una fiesta. Me gustaría sentarme con escritores a los que admiro mucho como Philip K. Dick.
¿Qué significa ser un escritor?
Disponer de una serie de privilegios, el principal es el de tener una caja de resonancia, y tener una serie de responsabilidades, la principal de las cuales es esa caja de resonancia y la obligación de no hacer perder el tiempo a tus lectores.
¿Qué libro regalaría a un niño para introducirlo en la literatura?
El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza.
¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?
Aquí y ahora, siempre.
¿Qué cambiaría de los últimos 30 años de América Latina?
(Tras una larga pausa) Procuro pensar en aquella cosa que cambiaría para que con un efecto dominó cambiara otras. Si pudiese cambiar algo, legalizaría las drogas que es la única manera de acabar con el narcotráfico.
Respecto a su trabajo ¿de qué está más orgulloso?
De lo que no he escrito y de lo que me queda por escribir todavía.
¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?
Los antipoemas de Nicanor Parra. Me gustaría ser él, como a todos los escritores latinoamericanos.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
En algunos pasajes de Infancia clandestina (2011). Porque yo viví en circunstancias similares.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
No son de dar consejos y yo tampoco los pedía. Pero había un axioma que era que uno podía ser lo que quisiera ser en la vida excepto policía y cura. Y que lo que uno quisiera hacer, debía de hacerlo bien, porque uno es lo que hace.
¿Qué lo deja sin dormir?
Una de las cosas que más me duelen es la incapacidad de Europa de comprender que los refugiados no constituyen una amenaza, sino una posibilidad. En ellos hay una promesa de una sociedad más diversa y plural.
¿Adónde vuelve cuando sufre?
A los libros. La promesa de liberación de las ataduras cotidianas que trae todo libro es el mejor refugio ante el presente.
¿Con quién le gustaría quedar atrapado en un ascensor?
Con Emma Suárez, que es una actriz magnífica.
¿El mejor souvenir que ha llevado a casa?
Debido a las circunstancias complicadas de ciertos viajes, creo que fui yo mismo. Pero lo más conmovedor que traje es un collar de cuentas que un niño turco me regaló en la frontera entre Turquía e Irak hace algunos años. Tiene el valor que tienen los gestos desinteresados.
¿A qué edad se dio cuenta de que quería ser escritor?
Cuando tenía 15 años un puñado de personas generosas consideraron que lo que yo escribía podía ser considerado literatura y me convencieron de ello.
¿Primera borrachera?
A los 18 años. Estábamos un amigo y yo tomando cervezas en un bar y hacía mucho calor. Cuando terminamos y decidimos pagar me di cuenta de que el mundo giraba y que habíamos tomado 21 botellas. Récord que no pretendo repetir.
¿Un sueño recurrente?
Pesadillas con torturas animales que yo viví parcialmente cuando era niño y que son parte del terror con el que crecimos todos en Argentina en aquellos años.
¿De pequeño quería ser?
Quería trabajar en una librería y lo hice entre los 9 y los 14. Imaginaba una vida en mi ciudad natal con un pequeño trabajo por la tarde y por la mañana como profesor de Literatura o Historia.
¿Qué le diría a su presidente Mauricio Macri?
No creo siquiera que pudiéramos sentarnos en la misma mesa.
¿Qué le reprochan sus amigos?
Además de no saber bailar y no tener ningún interés en aprender, no saber conducir. Tengo un interés muy limitado por el cine y las teleseries y me reprochan ese convencimiento de que no me estoy perdiendo nada relevante.
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