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CRÍTICA | MADAME MARGUERITE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La desternillante piedad

La fina línea que separa lo genial de lo ridículo tiene una contrapartida en el arte

Javier Ocaña
Catherine Frot, en 'Madame Marguerite'.
Catherine Frot, en 'Madame Marguerite'.

La fina línea que separa lo genial de lo ridículo tiene una contrapartida en el arte, y sobre todo en la impostura que en ocasiones lo rodea: algo absolutamente estrafalario puede alcanzar la categoría de excelso si se dan diversas circunstancias; principalmente, la seriedad con la que el sujeto activo, es decir, el artista, se toma el asunto. La protagonista de Madame Marguerite es una diva de la ópera, organiza prestigiosas veladas en su mansión, con los mejores músicos, público entendido y en condiciones de maestría. Y, llegado el momento, ante el pasmo del auditorio y de los acompañantes, abre la boca y canta como una rana. No, peor: su voz es tan desastrosa que adquiere la jerarquía de lo genial. Porque, como en una versión artística del cuento de Andersen El traje nuevo del emperador, ningún miembro de la corte le dice que va desnuda, que aquello es (maravillosamente) ridículo, lo que acaba emparentándola con la autora del eccehomo de Borja.

MADAME MARGUERITE

Dirección: Xavier Giannoli.

Intérpretes: Catherine Frot, Christa Téret, André Marchon, Michel Fau.

Género: comedia. Francia, 2015.

Duración: 129 minutos.

Inspirada en el personaje real de Florence Foster Jenkins, y ambientada con lujo en el París de principios de siglo, cuando los dadaístas organizaban extravagantes veladas en los cabarets, presididas por esa fina línea entre lo sublime y lo ridículo, Madame Marguerite es apasionante. Por lo que cuenta y por cómo lo cuenta: no como una extravagancia sobre una locura, sino como un relato muy serio sobre la libertad y la piedad (y aquí el plano final es su fiel reflejo), por el que subyace la tontería más absoluta, lo que lo hace más atractivo y desternillante. Encabezados por la preciosidad de personaje que es Marguerite Dumont (¿un guiño a Margaret Dumont, verdadera cuarta hermana Marx, otra insuperable lela de la que todos se reían sin que lo captase?), cada criatura del reparto de Xavier Giannoli está compuesta de modo admirable: "Marguerite no merece un artículo, merece un poema". O esta magnífica película.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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