El dibujo es el camino del escultor
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando reúne la obra de Julio López Hernández
- ¿Por dónde se llega a la escultura?
- Por el camino del dibujo.
Este diálogo que podría carecer de sentido, lo toma en la exposición de Julio López Hernández (Madrid, 1930) en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, El camino inverso. La muestra es el recorrido que hace López Hernández en cada una de sus obras: del pensamiento al lápiz o carboncillo y, de ahí, a la tridimensionalidad. Además, es el continuo paseo que va entre las piezas que muestran la intimidad de su hogar y su obra pública. Y es, también, un importante alto en su camino como escultor. La parada es un sitio conocido para él, ya que donde está la Academia, de la que es académico desde 1986, se situaba la Escuela de Bellas Artes donde se formó y coincidió con algunos de los artistas de su generación con los que compartirá trabajo y experiencias, como los pintores Antonio López y Lucio Muñoz.
El espíritu de López Hernández está reflejado en cada una de las salas, que son un espejo de su persona y de su carrera, un completo autorretrato, a pesar de que no hay ninguno suyo, tampoco tiene muchos. Recuerda uno titulado El espejo del orfebre, en el que se ven sus manos con herramientas de cincelar. Homenajea también a su profesión en El mandil del fundidor, que sí está expuesta en la muestra.
Esperanza, Esperancita y Marcela son protagonistas de la exposición y de la vida de López Hernández. La primera, Esperanza Parada, fue su esposa, una pintora del grupo de realistas madrileños; y las otras dos, sus hijas. Marcela López Parada es, además, la comisaria de El camino inverso. En las salas se desperdigan fragmentos de la vida de estas mujeres, trozos de realidad que López Hernández despedaza, que cuenta desde distintos puntos de vista. "El relieve tiene una gran capacidad narrativa", explica el artista. Un ejemplo es Marcela y su luz, una escultura en tres pasos. Retrata el ritual nocturno de su hija para quitarse las lentillas -ella misma explica que era como una ceremonia-: la figura de Marcela, sus manos con las cajitas y los líquidos y una tercera que es el reflejo en el espejo y que no es escultura, sino un dibujo. Una escena cotidiana que sintetiza el alma creativa de López Hernández, su realidad llena de metáforas, de ausencias -en la escena de las manos no es necesario que se represente la figura entera, el escultor pone el foco en lo fundamental y lo demás está presente aunque no sea físico-. Una ausencia muy presente es la figura de Esperanza Parada. La representa en una de sus actitudes habituales: leyendo en la cama; o como una aparición, etérea, sin piernas para simbolizar que está siempre flotando, suspendida en su recuerdo, una añoranza constante desde que falleció.
El dibujo está omnipresente en El camino inverso. Explica el proceso de creación de este escultor, un trayecto que no siempre va en línea recta. Los vericuetos del camino a veces distancian la fecha de ejecución del momento en que surgió la idea. A López Hernández le gusta trabajar rodeado de los bocetos a tamaño natural, "así parece que tengo al modelo delante", explica mientras muestra una foto de su estudio que aparece en el libro Notas a pie de obra, una serie de textos del escultor que explican, contextualizan o simplemente acompañan a sus creaciones.
"La ventaja de la figuración frente a la abstracción es que todo el mundo entiende lo que se propone, por lo menos en un primer nivel"
Sus esculturas públicas no se despegan del todo de ese ámbito familiar. Así Un pintor para el Prado, es una escultura junto al museo en el que ha tomado como modelo a un amigo de una de sus hijas. O Esperanza caminando frente al Teatro Campoamor en Oviedo, vuelve a ser un retrato de un comportamiento habitual de la niña.
López Hernández explica que la ventaja de la figuración frente a la abstracción es que todo el mundo entiende lo que se propone, por lo menos en un primer nivel. "Tiene una primera lectura obvia". El resto de significados y de interpretaciones vendrán después. Así, la representación de Lorca de la plaza de Santa Ana en Madrid, puede verse como un retrato o pueden leerse todos los significados que conlleva: el escritor con el pajarito en la mano -una alondra- mira hacia el edificio del Teatro Español con la idea de soltarlo para recogerlo dentro, vuelve a ser una escultura en dos momentos que simboliza la entrada del teatro popular en el culto.
La última sala es una representación de uno de los objetos que han ocupado la carrera de este hijo y nieto de orfebres: las medallas, a las que dedicó su discurso de ingreso como académico, La medalla, territorio de lectura. López Hernández las considera un "monumento de bolsillo". Son pequeños fragmentos de realidad narrada de manera sintética, una buena definición también para toda su obra.
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