Leila Guerriero: “He llorado leyendo a Marco Aurelio”
La periodista y escritora argentina responde al carrusel de preguntas de este períódico
Vargas Llosa escribió que sus textos mostraban que “el periodismo puede ser una de las bellas artes (...) sin renunciar a su principal vocación que es informar”. Representante de la mejor crónica latinoamericana, la argentina Leila Guerriero (Junín, Buenos Aires, 1967) y acaba de publicar Zona de obras (Anagrama) en México, Argentina y Colombia.
¿Cuál es el último libro que le hizo reírse a carcajadas?
No fue un libro, sino dos piezas de dos escritores españoles: la conferencia Las palabras, de Juan José Millás; y una columna de Javier Cercas, En defensa ajena. Cada vez que intento leérselas a mi marido, no puedo, porque me hacen llorar de risa. Por momentos, se entiende. Porque también tienen su punto de seriedad o de tragedia, como todas las cosas que hacen reír a carcajadas. La vida incluida.
¿Su lector perfecto?
El lector desconocido. Un canto guerrero por él.
¿Qué libros tiene en su mesa de dormir?
Dos pilas de 35 centímetros de alto cada una, en las que hay libros de Richard Ford, David Remnick, Joan Didion, Foster Wallace, Kureishi, Elvio Gandolfo, Richard Yates, Emily Brontë, Karl Ove Knausgard, Haruki Murakami, Stig Dagerman y siguen las firmas Un mapa de mi esquizofrenia lectora.
¿Qué libro le cambió la vida?
Un puñado de libros me la salvaron y eso, supongo, quiere decir que me la cambiaron. Empezando por el diario de Cesare Pavese, y terminando ahora mismo con el primer volumen de los diarios de Ricardo Piglia.
¿Qué crónica le gustaría escribir?
Todas las que estoy escribiendo y las que pienso escribir en un futuro inmediato.
¿Cuál es la mejor crónica?
Es una respuesta imposible. Quizás Hiroshima, de John Hersey, sería una respuesta prudente.
¿A quién le gustaría entrevistar?
A Paolo Rocca, empresario del acero.
¿Sus influencias periodísticas?
Muchas, empezando con Martín Caparrós y siguiendo con una larga lista que incluye a Foster Wallace, Rodrigo Fresán, Elvio Gandolfo, Rodolfo Walsh, Homero Alsina Thevenet, Susan Orleans, y que no excluye una enorme cantidad de autores de ficción, de cómics, de música y de películas.
¿Junto a quién le gustaría sentarse en una fiesta?
En principio, no me gustaría estar sentada en una fiesta. Pero si tengo que hacerlo, lo haría junto al tipo que se encarga de llevar la conversación adelante, mientras yo bebo y me río sin preocuparme por nada más.
¿Qué libro le regalaría a un niño para introducirlo a la literatura? ¿Y al periodismo?
La balada del mar salado, de Hugo Pratt para introducirlo en la literatura, en el periodismo, y en la vida en general.
¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?
Cualquiera de Lorrie Moore, excepto Anagramas y Hospital de ranas.
¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?
Una playa llamada Sanur, en Bali.
Si pudiera adquirir cualquier pintura, ¿cuál sería?
Cualquier cuadro de la serie Nadie olvida nada, de Guillermo Kuitca.
¿Qué cambiaría de usted?
Mi lentitud para cambiar cosas que no me gustan de mí misma.
¿La última vez que lloró?
Lloro poquísimo. Pero lloré hace poco, leyendo las Meditaciones, de Marco Aurelio, y el Libro de Job. No es broma. No lo hagan en sus casas.
¿Cuándo fue más feliz?
Un lunes de noviembre de 2012, a las cinco de la tarde, hora de México. Pero me deprime pensar que esa pregunta tiene respuesta, porque espero ser alguna vez mucho más feliz de lo que ya fui.
¿Qué la deja sin dormir?
Lo único que puede dejarme sin dormir es el jet lag. Tengo esa condición tan poco excitante, que queda tan mal en el currículum: duermo muy bien.
¿Con quién le gustaría quedar atrapada en un ascensor?
Con una gran botella de agua, y con el mejor técnico reparador de ascensores del mundo.
¿Lo último que compró y le encantó?
Un cuchillo de marca francesa para cortar el pan. Una planta de jazmín de Madagascar.
¿Lo que está deseando comprarse?
Nunca estoy deseando mucho comprarme nada, pero como estoy por ir a Madrid, digo que un montón de libros en las librerías de Madrid. Y siempre quiero comprarme ropa en lo de Pablo Ramírez, un diseñador argentino, pero, no sé por qué, nunca lo hago.
¿La última comida que realmente la sorprendió?
Dos conejos al horno. No me sorprendió la comida, que es más bien normal, sino mi arrojo: la preparé para una cena con amigos, y es una carne con la que he experimentado poco. Pero se ve que estaba bien, porque casi no sobró.
¿Su espacio favorito en casa?
La cocina y mi estudio, el lugar donde trabajo.
¿En su nevera siempre hay...?
Queso y mucha verdura. Y Coca-Cola, pero ese es mi marido.
¿El mejor regalo que ha recibido últimamente? ¿Y el mejor que ha hecho?
Llevo ya dos días pensando esta respuesta. Supongo que a estas alturas tengo que rendirme a la evidencia de que no puedo responderla. Pensaba en destacar un par de zapatos Merrell que le regalé a mi padre, y que no se quita desde que se los di, pero pienso que, precisamente porque no se los quita desde que se los di, quizás tampoco haya sido tan buena idea.
¿Qué quería ser de niña?
Cowboy. Viajera. El Corto Maltés.
¿Qué le asusta?
Los murciélagos.
Un superpoder...
Cuando era chica, mi padre me convenció de que, cuando yo fuera grande, el hombre podría volar. Sin implementos, sin máquinas: por sí mismo. Yo le creí y aún le creo. Me gustaría tener su superpoder de convicción. Y el superpoder de no morirme.
En una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?
Hay tres cosas que nunca haría: ir a una reunión de exalumnos, tomar un city tour e ir a una fiesta de disfraces disfrazada.
¿Qué le diría al futuro presidente argentino?
Hola, qué tal.
¿Periodismo clásico o digital?
Periodismo digital clásico. Lo que importa es qué y cómo uno lo dice. No el formato o plataforma
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