Turistas de Tánatos
La Ruta de la Muerte del Disco nos daría interesantes lecciones
Años noventa: varios periodistas musicales españoles estamos visitando La Habana. Volando por debajo del radar, creemos. Pero no, un funcionario nos convoca a una reunión. Pretende advertirnos: el Gobierno cubano detesta que la prensa extranjera siempre insista en las carencias, en las jineteras. Nos sugiere otros temas: “Vayan al Cementerio Colón, en el Vedado; es uno de los más bonitos del mundo. Estamos impulsando el turismo funerario”.
Ponemos cara de póquer, pero el mordaz Mingus B. Formentor revienta: “Con la carne viva que hay por las calles ¿nos está diciendo que vayamos a un depósito de carne muerta?”. El comecandelas enrojece y nos despide rápido. Sin embargo, le recuerdo como la primera persona a la que oí mencionar algo que hoy es tendencia y negocio: el “turismo de la muerte”.
Otros lo llaman tanatoturismo. Y no se limita a los panteones. Incluye también escenarios de desastres, batallas, masacres. Y recintos de inmenso sufrimiento: cárceles, centros de tortura o campos de concentración. Cierto, siempre ha existido, pero ahora tiene nombre. O nombres: se habla igualmente de dark tourism. Interesa mucho al mundo académico: he computado al menos tres libros recientes alrededor del asunto, procedentes de universidades estadounidenses.
En realidad, lo que nos venden son experiencias que recortan la distancia entre los textos históricos y un horror que se va alejando en el tiempo. No siempre comportan empatía o educación: reconvertida en museo, la penitenciaria de Alcatraz se ha convertido en una “atracción” popular en Estados Unidos, un país que cree fervientemente en las virtudes punitivas del encarcelamiento, con el mayor porcentaje de presos en el mundo. El gancho reside en acercarse, sin riesgos, a espacios antaño prohibidos para el ciudadano de a pie.
En comparación, resulta relativamente inocente la curiosidad por los sitios donde reposan los muertos ilustres. En París, ofrecen recorridos por los locales que frecuentaba Jim Morrison durante sus últimos días. Inteligentemente, el paseo comienza por la necrópolis de Père-Lachaise: no sería buena táctica comercial cerrar la excursión con el impacto del modesto sepulcro.
Imagino una posible ruta madrileña que reflejara la desaparición de la industria del disco, desde las tiendas a las sedes de discográficas. Varias compañías estaban en el eje de Avenida de América y eran verdaderos complejos industriales: aparte de las oficinas, podían incorporar almacenes, fábricas, estudios.
Todo ha sido barrido. Ni rastro del lugar donde Camarón grabó la mayoría de sus discos. Imposible explicar cómo el estudio de Hispavox generó el llamado sonido Torrelaguna. Acaban de demoler lo que originalmente fue el orgulloso edificio de Discos Columbia y en el solar construyen pisos de lujo; alguno de los áticos costará 3.456.000 euros. La Ruta de la Muerte del Disco nos proporcionaría interesantes lecciones de economía real.
Babelia
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