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Finanzas de Houellebecq

Bernard Maris, víctima del atentado de ‘Charlie Hebdo’, disecciona al escritor francés en un libro póstumo. He aquí un extracto de 'Houellebecq economista'

Michel Houellebecq.
Michel Houellebecq.Andreui Dalmau (EFE)

¿Houellebecq habla de economía?

No, diréis, y tendréis razón. Como todo gran escritor, habla de lo que habla todo poeta o escritor desde el origen de las palabras o de la escritura, como Homero en la Ilíada, en que el destino se ensaña con Héctor, como Ronsard en Mozuela, vamos a ver si la rosa, o como Proust en En busca del tiempo perdido: habla de la irreversibilidad del tiempo. “Si hay una idea, una sola, que atraviesa todas mis novelas, hasta la obsesión quizá, es la de la irreversibilidad absoluta de todo proceso de degradación, una vez iniciado”.

Ahora bien, la economía liberal se basa en la supuesta inexistencia de la flecha del tiempo, como la mecánica newtoniana, es decir, en la reversibilidad del tiempo. Los precios suben, pero la ley de la oferta y la demanda los hará bajar. El paro aumenta, pero el descenso de los salarios lo hará decrecer, etcétera. Todo acaba siempre por arreglarse. ¿Se agotan los recursos? La productividad resolverá el problema. ¿Desaparecen especies? El hombre creará otras. Todo conduce siempre al equilibrio, exactamente como una canica lanzada en un tazón termina por estabilizarse al cabo de cierto número de oscilaciones, correspondientes al juego de la oferta y la demanda.

Esta hipótesis de la reversibilidad ha sido criticada, evidentemente, por los economistas historicistas (Marx), así como por Nicholas Georgescu-Roegen, el único que ha tratado de aplicar a la economía la idea de entropía, y una vez más por nuestro querido Keynes, que utilizaba la imagen de la calma después de la tormenta para ilustrar el mito liberal del equilibrio resultante del juego de la oferta y la demanda: después de la tempestad viene la calma, es decir, el equilibrio, sólo que mientras tanto el mundo puede quedar devastado. Pero la corriente dominante de los economistas, los Nobel, los expertos, los consejeros, desprecia a Marx, a Georgescu-Roegen y más aún a Keynes.

Houellebecq habla, pues, de economía contra los economistas incapaces de concebir ninguna degradación o irreversibilidad

Houellebecq habla, pues, de economía contra los economistas incapaces de concebir ninguna degradación o irreversibilidad. Cada cual inicia su propio proceso de degradación envejeciendo. No hay una segunda oportunidad. (...) La vida no se repite.

¿Es esta degradación lo que está en el origen del mal que generan los machos? Sin duda. Las mujeres, en cambio, sufren la violencia, la tortura, los golpes, como todos los débiles, como el pequeño Bruno, de Las partículas elementales, que en el internado sufre la tortura de los fascistones de su dormitorio y la repugnante risa de los vencedores. Burla y cinismo, las ubres de nuestra civilización.

Este mundo, nuestro mundo, se hunde en el horror y el desorden, a pesar del aumento de la esperanza de vida, ese señuelo que no hace otra cosa que prolongar vidas fracasadas como las cremas antienvejecimiento prolongan la juventud del rostro. Creced, multiplicaos, vivid más tiempo, henchid la tierra… Al final de vuestra degradación volveréis a ser partículas elementales.

El capitalismo conoce momentos de paz y nuestro poeta se alegra de vivir en un mundo temporalmente apaciguado

Naturalmente, ningún problema humano puede resolverse sin la estabilización de la población mundial, sin la gestión inteligente de los recursos renovables, sin la vuelta a una economía cíclica y no de crecimiento, sin prestar atención a los peligros climáticos… Y Houellebecq explica que siente como una misión el dar testimonio de nuestro mundo: “Siempre he preferido la poesía, siempre he detestado contar historias. Pero sentí […] algo parecido a una especie de deber […]; me requerían para salvar los fenómenos”.

Por eso escribe Ampliación del campo de batalla: “Es un libro saludable y creo también que no podría publicarse hoy día, porque nuestras sociedades han llegado ya a ese estadio terminal en que se niegan a reconocer su malestar”. Y por eso escribe El mapa y el territorio, donde el protagonista, Jed Martin, salva los fenómenos, los objetos y el espacio con sus fotos, con sus cuadros, y además los oficios de esta época de hierro en que el crecimiento y la competencia estaban aún a la orden del día. Da testimonio de nuestra época de competencia y globalización económica. Da testimonio. Del sentido del bien y del mal en la civilización comercial y técnica.

Es verdad que el capitalismo conoce momentos de paz y nuestro poeta se alegra de vivir en un mundo temporalmente apaciguado en el que la renuncia a la violencia física como modo de solucionar conflictos le parece una de las pocas ventajas del paso a la edad adulta. Bienaventurados los mansos. Bienaventurados los vencidos. Bienaventurados aquellos a quienes Nietzsche calificaba de resentidos y esclavos, por quienes un hombre que se hizo pasar por Dios sufrió el suplicio de los esclavos, la crucifixión.

Pero Michel Houellebecq no es cristiano, porque no puede perdonar. El odio a los demás, a su madre, a los torturadores del dormitorio, a ese muchacho que baila con la chica a la que desea, el sufrimiento, las lágrimas fueron heridas incurables y el terreno abonado para su poesía. Los monstruos le enseñaron a no amarse y a no amar la vida. “Aprender a ser poeta es desaprender a vivir”.

Houellebecq economista (Anagrama), de Bernard Maris, se pone a la venta el 16 de septiembre por 14,90 euros (9,99, en formato electrónico). Traducción de Antonio-Ptometeo Moya.

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