El castillo de Pedrola
En el palacio ducal de la ciudad zaragozana transcurren algunos de los episodios más divertidos de la novela. Los dueños se dedican a gastarle bromas a los protagonistas
Buscando un sitio para dormir y tras descartar el barullo y ajetreo de Alagón, pueblo ya grande y muy agitado, acabo en un motel de la autovía, recreación de un castillo medieval (se llama incluso así: Castillo de Bonavía) que resulta ser el lugar exacto en el que, tras descansar todo el día después de su accidentada aventura del barco encantado, don Quijote y Sancho Panza fueron hallados por unos duques que andaban de cacería por ese lugar. Me lo cuenta por la mañana la camarera que atiende el bar del hotel, donde desayuno. Incluso insiste en que el hotel está situado exactamente en el claro del bosque en el que don Quijote y Sancho Panza descansaban cuando los encontraron aquéllos.
Verdad o no, yo sigo sus instrucciones y, en lugar de ir a Pedrola, que es el pueblo de los duques del Quijote ("De eso no hay duda", asegura la mujer) por la carretera, lo hago por un camino que va directo hacia el pueblo entre árboles y campos de labor y que se supone es por el que irían don Quijote y Sancho Panza junto con la comitiva que acompañaba a los duques en dirección a su castillo o palacio, al que, al reconocerlos por el aspecto, puesto que habían leído la primera parte del Quijote, los invitaron muy complacidos.
Pedrola, si es que es el pueblo, no ha cambiado demasiado desde entonces. Crecido en torno al palacio ducal (de los duques de Luna y de Villahermosa, dos nobles familias aragonesas emparentadas desde la Edad Media), cuyo jardín ocupa un tercio del casco urbano, incluso tiene un arco de acceso como en los tiempos en los que lo conoció Cervantes. Porque es tradición local que éste visitó Pedrola, incluso se alojó en el palacio ducal cuando pasó por aquí camino de Roma integrando la comitiva del cardenal Acquaviva, que era el nuncio del Vaticano en España en aquel momento, y por eso alojó también en él a sus personajes. Al parecer, el cardenal Acquaviva estaba emparentado con los duques de Villahermosa.
Los duques de Villahermosa
Según la historia de España, el ducado de Villahermosa es un título creado por el rey Juan II de Aragón en 1.476 para su hijo Alonso, hermanastro del rey Fernando el Católico. Su denominación hace referencia al pueblo castellonense de Villahermosa del Río y su lema es Sanguine empta, sanguine tuebor(Adquirida por la sangre, protegida por la sangre).
Si es verdad que, como dicen algunos historiadores, Cervantes acompañó como camarero al cardenal Acqaviva en su viaje a Roma, vía Barcelona, de 1.569 y se alojó en el palacio de Pedrola, uno de los varios que los Villahermosa tenían por todo el país (el actual Museo Thyssen ocupa, por ejemplo, el de Madrid), sus anfitriones (y los protagonistas de los capítulos de la segunda parte del Quijote que en el palacio se desarrollan, que son casi la mitad) habrían sido don Carlos de Borja y doña María Luisa de Aragón, primos carnales entre sí, por cierto.
Como quiera que yo no lo estoy (los Llamazares apenas tenemos un escudo en Redilluera, una aldea diminuta de León, y es tan burdo que un vecino lo usó para hacer pared) pero me gustaría conocer el palacio ducal por dentro, pues no en vano en él transcurren varios capítulos del Quijote, y de los más divertidos (durante varios días los duques se dedicaron a gastarles bromas a don Quijote y Sancho abusando de su credulidad), me planto en el Ayuntamiento, que está pegado al palacio, y pido audiencia con el alcalde, una vez que me he enterado ya de que aquél, que está deshabitado normalmente, se enseña sólo un domingo al mes previa cita. La suerte me acompaña y el alcalde, que es amable, coge el teléfono y llama al mismísimo duque, que estos días está en Pedrola de vacaciones, según me dice.
Y el mismísimo duque en persona, un joven que no llegará a los cuarenta años, vestido con camiseta, pantalón corto y mocasines sin calcetines (más informal imposible; eso sí, su rostro delata su rancia alcurnia, pues se parece a los de los cuadros que cuelgan de las paredes) me recibe a la puerta de su palacio y me lo enseña junto al alcalde y a otras dos personas que también han tenido la suerte que yo: un militar en traje de faena y un hombre que no abre la boca en toda la visita. El que no calla es el duque, que se esfuerza en demostrar, y lo consigue, tanta naturalidad como sencillez, pese a que todo a su alrededor las desmiente: el edificio, que es muy antiguo, de estilo renacentista, construido en ladrillo aragonés, las pinturas y otros objetos, a cual más rico y valioso (hay un Ford de 1.905, matrícula de Zaragoza 2.412, por ejemplo), la biblioteca, que guarda varios incunables, los muebles y la pasamanería o el pasadizo de más de cien metros que, por encima de los tejados vecinos, comunica el palacio con la iglesia de Pedrola y por el que los antiguos duques accedían a ella sin tener que pisar la calle. "Yo no lo uso", dice el actual, anticipándose a mi pregunta.
La visita se prolonga sin que el duque muestre ninguna impaciencia; al contrario, cuando el alcalde y los otros dos se van, me enseña cosas del palacio que éstos se quedarán sin ver: el jardín, que es infinito y que se está explotando actualmente para bodas y banquetes, "al estilo anglosajón", para con los beneficios poder mantener el palacio, y en el jardín, su secreto más desconocido: el búnker que Franco mandó excavar para refugiarse en caso de bombardeos cuando desde aquí dirigió la batalla del Ebro ¿Sabría el dictador que don Quijote estuvo en el palacio antes que él?
Franco era un ignorante - me dice Javier Azlor, que es como se llama el duque y como me ha pedido que yo le llame, sin más.
Babelia
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