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La belleza, la felicidad y la pérdida

En 'La Oculta', de Héctor Abad Faciolince, el autor de 'El olvido que seremos' vuelve la vista al drama colombiano

Juan Cruz
El escritor Héctor Abad Faciolince, en su finca de Medellín en 2013.
El escritor Héctor Abad Faciolince, en su finca de Medellín en 2013.daniel mordzinski

Es difícil escribir un libro tan bueno como El olvido que seremos, y Héctor Abad Faciolince lo ha escrito. Es La Oculta, una metáfora de la belleza, la felicidad y la pérdida; es un libro sobre la vida, en todas sus facetas, desde la vida a la muerte y vuelta a empezar. Su escenario es una finca en Antioquia, Colombia, donde unas familias arriesgadas fundan un universo en el que sólo el tiempo suele parecer imperfecto, pues a la larga mata a las personas y agosta los árboles o los atardeceres. De resto, es un sitio hecho, exactamente, para la belleza y para la felicidad. Pero como ambas no son duraderas, a las dos las acecha la pérdida, el desastre, y éste sobreviene un día con las consecuencias que sólo el pudor del lector evitar nombrar, pues forma parte de la trama de la vida y, por tanto, de la novela.

Abad (Medellín, 1958) es uno de los grandes escritores de la lengua castellana; capaz del verso, de la crónica, del artículo, de la historia, de la broma, de la ironía, y aún del sarcasmo, pero dotado también, en grado excelso, del sentimiento para contar lo que le pasa al alma en los distintos transcursos del tiempo. Capaz, por tanto, de relatar la felicidad en sus más minuciosos detalles, y de describir la belleza como quien pinta los jardines más impresionantes de la existencia. De esa manera pictórica, pero también literaria, rabiosamente literaria, retrata lo que parece un fresco vívido en todas las circunstancias de la trama. La Oculta, la finca que provoca su literatura, es una herencia que los que la reciben juran guardar para toda la vida porque es como una patria fiel, un vergel en el que conviven generaciones que esperan que el tiempo allí no acabe nunca, y para eso, para que no se acabe nunca un sitio de tanta armonía, deciden conjurarse.

Como en el inolvidable verso de Pablo Neruda, de pronto empiezan a romperse cosas en la casa, se suceden guerras y guerrillas, hasta que ocurre lo peor, la desgracia de perder. Lo peor es la suicida tentación de los hombres de matar a otros para conseguir beneficios. Esa metáfora que irrumpe (como la droga en las casas) en los alrededores del lugar y por fin se adentra en La Oculta es la que va hundiendo la finca en la proximidad de la miseria y de la muerte. Ver cómo esa belleza se va derrumbando no es tan solo el objeto de la narración de lo que hay por fuera de esta novela; esa sensación de pérdida que va dejando en nosotros, los lectores, el autor de El olvido que seremos nos remite sin remedio a la propia esencia de esta aplaudídisima novela autobiográfica suya. En El olvido que seremos Héctor Abad cuenta cómo la bala terrible de la más reciente guerra colombiana acaba con su padre, un médico benemérito (que aparece en esta otra novela como tal), y así se rompe en la vida la armonía que hasta entonces había contribuido a la belleza en la que parecía ocurrir todo.

En La Oculta Abad edifica un lugar idílico que puede ser un país o una familia, y poco a poco lo van desfigurando los sucesos que tienen que ver con la codicia que actúa sobre las mentes desde la ansiedad malévola del hombre. Las guerrillas, los paramilitares, unos y otros son sanguijuelas de la misma peste, y en medio La Oculta va constituyéndose en símbolo de la familia y de Colombia, hasta que el desastre sobreviene a raíz de persecuciones, asesinatos y secuestros que van sobreviniendo, en la escritura de Héctor Abad Faciolince, con una delicadeza que le da al texto el aire de un temporal contado con la serenidad con que se describe un lento naufragio.

Es un libro conmovedor, como lo fue El olvido que seremos. Como en éste, Abad no está escribiendo, ni mucho menos, de algo ajeno, de un espacio que no le suponga dolor, de una gente que no le transmita la misma sustancia de su familia, pues es evidente que está hablando de una herida propia, Colombia. Es muy difícil convertir una metáfora tan compleja en una historia tan sencilla, tan bien narrada y tan bien configurada. La historia parte de la despedida del último testigo alegre de la herencia, la madre de todos los supervivientes de La Oculta; los hijos, dos mujeres y un hombre, se van aproximando, en sus sucesivas narraciones, a lo que ocurrió antes, a lo que ocurrió en el inmediato pasado y a lo que iba ocurriendo en el presente; las voces se van suavizando y haciendo más rigurosas o más tristes, a medida que La Oculta (y Colombia) vive en la carne propia (del sitio, del país) las consecuencias de la lamentable herida practicada por el narco, la guerrilla y el paramilitar en un alma tan bella.

No es tan solo una novela; es un largo poema. El olvido que seremos parte del hallazgo, real, de unos versos que el padre de Héctor llevaba en su saco cuando lo mataron. Aquel relato autobiográfico tan conmovedor sigue aquí, en cierta manera, pues lo que entonces era la crónica de un asesinato en la carne individual, propia, de la familia del propio narrador aquí es la metáfora de una pérdida total, sufrida por un país asaltado por la misma mordida nefasta que durante más de medio siglo ha roto en mil pedazos la paz, la belleza y la armonía de Colombia.

Era difícil, decía, que alguien igualara en emoción aquel libro bello y triste. Pues ha tenido que ser Héctor Abad el que lograra la hazaña. Recomendar su lectura es mucho más que una exigencia moral del lector; es un deseo de transmitir a otros la belleza conmovedora de este relato en el que se concentra el llanto, después de la alegría, de un país cuya historia y cuyas heridas merece libros así.

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