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LA CRÓNICA | Estreno mundial de la ópera ‘El público'
Columna
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Cuando Lorca quiso salir del armario

El más reciente enigma sobre 'El público' quedó desvelado este martes

Jesús Ruiz Mantilla
Uno de los ensayos de 'El público', ópera basada en la obra de Lorca.
Uno de los ensayos de 'El público', ópera basada en la obra de Lorca.Javier del Real

El más reciente enigma sobre El público quedó desvelado ayer. La obra en la que Lorca plasmó su cárcel interior más abrasiva, las palabras que le quemaban en las manos y el vientre, el grito de incomprensión, la rabia por temerse rechazado, es desde su estreno mundial de anoche una obra que con música ha encontrado un vehículo natural de expresión mucho más fuerte que con la mera representación hablada.

Fue el último gran encargo de Gerard Mortier. Quiso que lo hiciera Mauricio Sotelo (Madrid, 1961), músico de mestizajes, honduras jondas y pasión por la poesía. Le contó: “Amo esta obra, pero no la entiendo. Debes hacerla comprensible”. Sotelo recorría los camerinos 15 minutos antes de la salida deseando suerte a cantantes y directores de escena, Robert Castro, y musical, Pablo Heras Casado.

Quizás en su sabiduría atada a la polémica, en su natural y a veces enrevesada concepción de las cosas, el que fuera director del Teatro Real hasta 2013, sospechaba que con una partitura que tradujera todos los conflictos y tormentos interiores condenados dentro de la pieza, volaría hacia otros territorios.

Y vuela, como demostró ayer una tensa, oscura y vibrante representación plagada de laberintos, pero que muy alto. Entre rumores de tenores, barítonos, sopranos y un descomunal coro final, pero también entre el cante de Arcangel y Jesús Méndez, transfigurados en caballos que se deslizan por el filo que une varios géneros de frente.

El cantaor soportaba sereno sus 40 minutos de sesión con maquillaje algo aterrado por tener que aguantar tres horas sobre la cabeza su kilo de cola de caballo. Aun así bordó la fusión entre cante y canto, preparada con esmero tras muchas horas de ensayo, arropados por la guitarra de Cañizares: “Mauricio tiene un respeto profundo por el flamenco. Nos ha enseñado claves para afinar bien. Lo fundamental es que estos dos lenguajes se fundan de manera natural”.

Justo lo contrario a cómo se llevaban según qué cosas en los años veinte. Lorca comenzó a esbozar El público hacia 1928 y entonces no resultaban propicias las salidas del armario. Pero si algo representa esta obra, es precisamente eso: Dos hombre dialogan como en un poema a dúo:

—¿Si yo me convirtiera en manzana?

—Yo me convertiría en beso.

—¿Si yo me convirtiera en pecho?

—Yo me convertiría en sábana blanca…

—¿Por qué no vienes conmigo hacia donde yo te lleve.

—Porque yo soy un hombre más hombre que Adán.

El autor dudó, se debatió y finalmente leyó el texto ante los íntimos. Le desaconsejaban que la escenificase. Y fue incubando en él su propio atrevimiento silente como una quimera.

Cuentan que existen varias versiones de la obra. Andrés Ibáñez ha sido el encargado de bordar el libreto de, como dice, “esta indagación en el misterio y el abismo”. En este juego de máscaras donde se proyecta un teatro futuro que llegaría a intuir, pero no a ver representado, Lorca no se pliega a convencionalismos ociosos, sino que se entrega a la vanguardia para expresar la obscenidad, la crueldad, la irreverencia que resuena en ecos concretos: “Europa se arranca las tetas y América es un cocodrilo que no necesita caretas”.

Deseaba, exigía un teatro donde se pudiera explícitamente mostrar todos los deseos sexuales, liberar los corsés dramatúrgicos, dentro y también, siempre, fuera de la ley, ante los ojos desprejuiciados de la gente. Tuvieron que pasar más de 50 años para que se produjera el milagro de la representación. Pese a haber existido montajes amateurs, su estreno fue obra y atrevimiento de Lluis Pasqual cuando dirigía el Centro Dramático.

Aún más allá, tres décadas después, merecidamente, se nos devuelve el texto, con una música que clarifica muchos de sus enigmas, vericuetos y atajos surrealistas. Heras-Casado, al frente del Klangforum de Viena, expresa y expone un baile de máscaras envuelto en ecos árabes, flamencos y wagnerianos, donde vanguardia y arte popular confluyen. “Es una música muy potente, llena de inventiva que traza el hilo del flamenco con las formas más novedosas de forma muy sólida”, comentaba minutos antes de salir al foso.

Quedaba pendiente saber si realmente el público había por fin comprendido y aceptado El público. Si descontamos la pequeña desbandada que claudicó en el descanso, hubo una gran y larga ovación final con “bravos” incluidos.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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