Un tesoro, pero un tesoro cultural
El caso de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes y la porfiada y exitosa contienda seguida ante los tribunales norteamericanos hasta conseguir la recuperación de los bienes culturales ilegítimamente expoliados por la cazatesoros Odyssey quedará, a buen seguro, como el paradigma de una buena práctica jurídica y como un hito jurisdiccional en la protección del patrimonio cultural subacuático. Si bien las sentencias dictadas por los jueces norteamericanos, en 2007 y 2009, no aplican —por motivos que no son del caso ahora exponer— la Convención de la Unesco de patrimonio subacuático del 2001, son en gran medida portadoras de su espíritu más profundo. Y lo son desde muchos puntos de vista.
Suponen, en primer lugar, la recuperación de unos bienes depredados, lo que no deja de ser algo de consecuencias capitales. Unos bienes que estaban condenados triste e irremediablemente a diseminarse como fatuos trofeos en numerosas manos privadas, al haber sido recuperados por el Estado español retornan, por efecto de dichas decisiones judiciales, al que debe ser su destino propio, ser bienes fuera del comercio mercantil, bienes cuyos valores culturales quedan al servicio de los ciudadanos. Y la misión ahora de los poderes públicos españoles es no tomarlos como bienes pro domo sua [barrer para casa] sino saberlos comisionar al servicio de la humanidad, como exige la Convención de la Unesco. La inesperada agresión bélica que arrastró fatídicamente al fondo del mar en el año 1804 a La Mercedes, cuando la flotilla vislumbraba ya las siluetas de la costa española, convierte hoy aquellos restos en una cápsula de historia y cultura que habla de numerosas cosas y hechos de entonces. Incluso a pesar del quebranto irreparable de información producido por el estrago con el que Odyssey llevó a cabo su extracción. Eran, aquellos inicios del siglo XIX, años cruciales de nuestra historia contemporánea en los que se estaba fraguando una nueva geoestrategia en la política europea y en los que se estaba incubando el luego tantas veces interruptus régimen liberal constitucional, que en España se estrenaría sólo ocho años después, en 1812. Y son años que preludian cambios en las relaciones entre España y Latinoamérica, años de gestación de las insurgencias previas a la independencia de los países latinoamericanos, que abrirán un nuevo tiempo en las relaciones entre ambas orillas del Atlántico. Y ese pecio esquilmado estaba lleno, no sólo de monedas, sino de una inmensidad de otras cosas y mensajes fundamentales para profundizar en ese trozo importante de nuestra historia.
No es ahora caso, sirviéndonos de la facundia de Cervantes en el Quijote, de "inflar perros", de envanecerse con el éxito jurisdiccional logrado. Antes bien, hemos de interpretar la titularidad de los bienes culturales que los tribunales han atribuido a España no como una titularidad pro domo sua sino como una encomienda fiduciaria para disponerlos al servicio de todos, de la humanidad entera, como pide la Convención de Unesco. Ese es el reto y la responsabilidad que ahora nos incumbe a todos, para comprendernos mejor y servirnos de ellos como un motivo de comunicación y diálogo cultural. De forma muy especial, entre los lugares de España que tuvieron que ver con ese desgraciado episodio, así como con aquellos países iberoamericanos también relacionados con él —de los que tantas cosas habla la Nuestra Señora de las Mercedes— que son parte de nuestro nosotros y de los que también somos parte de sus nosotros.
Es, además, el momento de hacer un reconocimiento sincero y generoso a los equipos de las diferentes administraciones que en los últimos han ido dándose el relevo con lealtad para que esta noble causa llegara exitosamente a su fin. Todo nuestro agradecimiento. Y el momento de hacer un canto a la aportación entusiasta de todos los profesionales y servidores públicos que han sumado ilusionadamente al común sus conocimientos y cuyo resultado pueden verse ya en la exposición permanente del Museo Nacional de Arqueología Subacuática, en Cartagena.
Jesús Prieto de Pedro es director general de Bellas Artes
Babelia
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