Colombia tendrá la máquina en la que se escribió Cien años de Soledad
La familia García Márquez también donó la medalla y el diploma que recibió el escritor cuando se ganó el Nobel
En medio de la soledad habitual de la Semana Santa de Bogotá, cinco amigos de Gabriel García Márquez se reunieron el sábado para recordarlo en la biblioteca Nacional de Colombia, donde tantas veces fue el autor colombiano a leer a los poetas del Siglo de Oro español. El lugar que dentro de poco albergará la medalla y el diploma que le concedieron por el Nobel, y la máquina en la cual escribió Cien años de soledad.
“Yo iba a traer personalmente esa donación que la familia García Márquez le ofreció al presidente (Juan Manuel Santos), pero ocurrió su fallecimiento el jueves. Es un hecho, pero no sabemos cuándo llegarán estos objetos a la Biblioteca. García Márquez antes de morir quería hacerle ese regalo a Colombia”, asegura Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional.
Tres objetos valiosos que acompañarán a otros suyos allí. Por eso sus amigos fueron convocados el sábado para grabar un programa-homenaje. Lo evocaron la antropóloga Gloria Triana, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, el cronista Alberto Salcedo, el cineasta Lisandro Duque y el bibliotecario del Nobel, Iván Granados.
Homenajes con música y lectura
El martes 22 de abril, a las 12 del día, el presidente Juan Manuel Santos encabezará una ceremonia solemne en la Catedral Primada de Colombia, donde la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro chileno José Luis Domínguez Mondragón, interpretará el Réquiem de Mozart. También intervendrán la Sociedad Coral Santa Cecilia, el tenor Pablo Martínez, la contralto Ana Cristina Mora, la soprano Julieth Lozano y el bajo colombiano Valeriano Lanchas. La ceremonia será transmitida en pantallas gigantes ubicadas en la Plaza de Bolívar, para que los bogotanos no se queden sin dar su último adiós.
El miércoles 23 de abril, desde las 9 de la mañana, hora en que nació el Nobel en Aracataca, también el presidente Santos iniciará en la Biblioteca Nacional la lectura en voz alta de la novela El Coronel no tiene quien le escriba, que se leerá de manera simultánea en todas las bibliotecas públicas del país. A Santos le seguirá la ministra de Cultura, Mariana Garcés y luego algunos ministros, escritores y ciudadanos del común. La jornada se extenderá hasta las 3 de la tarde.
García Márquez decía que los que andaban sin plata como él, no tenían otra opción que pasar las tardes del sábado en esa biblioteca, a la que le debía las lecturas de todos los grandes de la poesía de oro española. Esas lecturas las perseguiría también en las librerías bogotanas siendo ya célebre. Gaitán, quien fue la propietaria de la legendaria librería Biblos, cuenta que cuando García Márquez pasaba no podía mirar ni hablar de libros con calma porque la gente se le abalanzaba. Así que ella tomó la decisión de ponerse de pie en la entrada y servirle de barrera de contención. “Les decía: él ama la literatura y quiere descubrir autores”. Solo así podía escudriñar los libros, pero cuando veía que se quedaban viéndolo con la boca abierta, su reacción festiva era sacarles la lengua.
Gaitán, que no pudo llegar al encuentro, recordó horas antes que seis meses atrás, cuando el hall principal del edificio se llenó de escritores que le rendían un homenaje a Álvaro Mutis por su fallecimiento, salió a la luz un texto del Nobel donde contaba que muchos años después de conocer al creador del Gaviero, se vino a enterar de que aquel tipo alto y narizón, que entraba todas las tardes a la Biblioteca y que hacía que le pusieran un concierto para violín de Mendelssohn, era Mutis.
Pero sus amigos no solo hablaron de libros y de la biblioteca personal de García Márquez. Su bibliotecario contó que al contrario de lo que se pudiera pensar, no es monumental. “Es más bien una biblioteca selecta y actualizada”. También recordaron ente risas la famosa celebración que se vivió en Estocolmo cuando recibió el Nobel en 1982. Gloria Triana, a quien le correspondió organizar el viaje de 62 personas, dice que terminaron rompiendo el protocolo tras una entrevista que le hizo a Gabo el periodista Germán Santamaría, donde le confesó que no quería estar solo en Suecia y que le gustaría celebrar con cumbias y vallenatos.
“Cuando Totó la Momposina cantó la cumbia: Viejo pueblo Aracataca/ pedacito de Colombia/ tierra donde yo nací entre rumores de cumbia a quererte yo aprendí/, en ese momento la reina Silvia empezó a hacer palmas y todo el mundo la siguió. Al otro día, el periódico local escribió que los amigos de García Márquez les habían enseñado cómo se celebra un Nobel”, dijo Triana.
También hablaron de su predilección por las flores amarillas y Plinio Apuleyo Mendoza, uno de sus grandes amigos, contó que cuando trabajaban en Venezuela, el escritor se apasionó por lo que llaman ‘la pava’, que es la relación entre el mal gusto y la mala suerte. “Gabo era supersticioso. Un día me dijo que usar frac era pavoso y allí le pregunté qué iba a hacer si le daban el Nobel. Lo comenté como una cosa remota, no se me pasó por la cabeza que un año después se lo darían. Entonces me respondió: me voy vestido de liquiliqui. ¿Y nosotros, tus amigos, qué hacemos?, tenemos que ir de frac. Mercedes tiene la solución, dijo, les ponemos una flor amarilla que anula la mala suerte”.
Y el tema de la falta de memoria llegó casi al final del encuentro. “La corta estaba muy mal, pero la memoria antigua la tenía intacta”, dijo Apuleyo Mendoza y Gloria Triana agregó que en los últimos tiempos no se sabía bien si reconocía a sus amigos “pero lo saludaba a uno con mucha calidez…”. Afuera de la biblioteca estallaban fuegos artificiales. En medio de la soledad del Sábado Santo, todos en la sala coincidieron en que tanta alharaca no debía ser otra cosa que un tributo al escritor.
Horas antes, unas calles más abajo, los curiosos que buscaban al Nobel en los museos o en las calles se encontraron a un Gabo de dos metros bañado en bronce a la entrada del Palacio Liévano, en la emblemática Plaza de Bolívar. Un único arreglo de flores amarillas y mariposas de papel están regadas en el suelo, casi deshechas por la lluvia. “Pensé que lo iba a encontrar inundado de flores”, dice Patricia Cortés, una licenciada en lenguas y le echa la culpa a estos días festivos.
Pero a decir verdad, el centro de Bogotá no estaba tan solo y Gabo es el responsable de una suerte de peregrinación. Muchos se aglomeran frente a la fachada de la Biblioteca Luis Ángel Arango para leer con calma la cronología gigante sobre su vida, pegada a la pared. Allí está el canadiense Nikola Tomica con su novia. Estaban en Cartagena un día antes de que el escritor falleciera y han seguido la noticia por un primo que vive en Croacia. “Él es el fan # 1”, dicen.
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