Izzy Sanabria: “Era vulgar y negroide, pero era arte”
A 40 años del boom de la salsa, el director de arte de Fania Records fue pionero en el diseño gráfico en la música latina
A pocos meses de cumplir 75 años, Izzy Sanabria sigue insistiendo en que está loco. Lo que significa que la salsa aún puede contar con uno de sus últimos griots. Al igual que los narradores de historias del África Occidental, el veterano diseñador gráfico y maestro de ceremonia hoy viaja por el mundo no sólo para compartir un sinnúmero de anécdotas acerca de la Edad de Oro del “hijo bastardo del son cubano”, sino para revelar cómo se le ocurrió esa cosmogonía estética (representada principalmente en cientos portadas de discos y afiches) que ofreció una manera novedosa y moderna de comprender la cultura caribeña. Si bien podría parecer una representación visual influida por el “Boom latinoamericano” de la literatura, que cautivó al mundo en la década del sesenta, la obra de este puertorriqueño originario del municipio de Mayagüez tiene en el surrealismo una de sus mayores influencias. “Salvador Dalí es mi dios”, asegura el artista plástico. “Él dijo una frase en la que creo mucho: ‘La única diferencia entre un loco y yo es que no estoy loco’. Yo me inscribo en eso”.
Afín a la idea del novelista cubano Alejo Carpentier de que la música es el común denominador de la diversidad caribeña, y que esta puede transformarse sin perder su aire familiar, Sanabria, desde sus tiempos de estudiante en el School of Visual Arts de Nueva York, urbe en la que se estableció con sus padres cuando era niño, apeló por una interpretación gráfica del universo musical caribeño para simbolizar a la juventud hispana de los Estados Unidos. “En los primeros elepés que hice, hay una reflexión de cosas bien humorosas que reflejan esa cultura de barrio de Nueva York”, explica esta pieza fundamental en la proyección del Latino Pop Art, teléfono en mano desde Miami, antes de su conferencia en el encuentro internacional de diseño gráfico TMDG, organizado en la ciudad argentina de Mar del Plata. “Representé a una nueva generación de jóvenes puertorriqueños, que eran los hijos y las hijas de inmigrantes que llegaron en masa a Nueva York en los cincuenta. No pertenecíamos completamente ni a la cuestión cultural estadounidense, ni tampoco a la latina. Por eso comencé con esto, para expresar esta naciente cultura”.
Tras trabajar como rotulador para varios almacenes del Bronx, y de encargarse de la hechura de carteles mientras cumplía con el servicio militar en el ejército de los Estados Unidos, Izzy debutó en el diseño del arte de discos en 1961, en el sello Alegre Records, con la elaboración de la portada del álbum Pacheco y su charanga, de Johnny Pacheco. “Cuando comencé, a las carátulas no se les prestaba atención. Para las compañías estadounidenses que contaban con un departamento dedicado a la música latina, ese área era muy limitada. De manera que no publicitaban los lanzamientos, ni le ponían interés al packaging. Sin embargo, los productores que tenían conocimiento acerca de esta escena eran inmigrantes que no sabían nada de marketing, por lo que sólo tiraban el disco a la calle. Arreglaban un intercambio con la imprenta, le plasmaban una foto y unas letras a la portada, y nada más”, relata Sanabria, cuyo nombre real es Israel. “Alegre fue la disquera que empezó a esmerarse en la estética de sus producciones, al tiempo que Jerry Masucci fue el primero en gastar bastante dinero en promoción”.
En 1971, tres años después de que Masucci y Johnny Pacheco fundaran el sello disquero Fania Records, Sanabria se convirtió en su director de arte. A pesar de que sus creaciones quedaron inmortalizadas en el imaginario de los seguidores de la salsa en todo el mundo, al punto de que mucha gente se refiere a un disco o a un artista a través de ellas, el “Toulouse Lautrec puertorriqueño”, como lo apodó la revista GQ en 1978, tiene su propia selección. “Además de algunas de Ray Barretto, entre las que rescato Acid, Barretto Power (basado en La Biblia) y Rican/Struction (inspirada en la novela Los viajes de Gulliver), la de La gran fuga, de Willie Colón, fue tan impactante que la gente creía que él estaba preso. Luego de vender las primeras cinco mil copias, el FBI nos llamó para pedirnos que paráramos su impresión”, recuerda el creativo, al que también se le conoce como “Mr. Salsa”. “Hubo otras que levantaron polvareda, pero por su contenido sexual. Hay una muy buena de Bobby Valentin, la de Musical Seduction, en la que una mujer trigueña desnuda imita la forma de un bajo”.
Mientras concebía sus carátulas, que sobrepasan las cien, Izzy introdujo a toda una generación de artistas hispanos en el diseño de portadas para discos. “En el momento en el que la Fania comenzó a editar muchos álbumes, estaba ocupado con mi revista, Latin NY Magazine, que se dedicaba a difundir el género. Entonces empecé a descubrir y a entrenar a jóvenes talentosos, como Walter Vélez, para que se hicieran profesionales en este campo”. Lo que quedó testimoniado en el libro ¡Cocinando! (2005), en el que su autor, Pablo Yglesias, rinde tributo a la música latina a través de una selección de sus mejores artes de tapa, al tiempo que redime la influencia que tuvo Mr. Salsa en el diseño gráfico. “Las carátulas fueron las primeras imágenes que vio el mundo de esta música creada en Nueva York, y a la que llamé salsa en el 73. Desde el principio, a través de un mensaje simbólico, intenté mejorar la imagen del latino. Era vulgar y negroide, pero era arte. Si bien la tecnología y la modernidad ayudaron en el acabado, hoy faltan conceptos. No puedo decir que las portadas de ahora sean una porquería. Están bien hechas, aunque carecen de significado”.
Amén de su labor de hacedor de imagen de la disquera, el asimismo pionero del grafitti, lo que se puede comprobar en la introducción de la película Our Latin Thing (1971), también fue el presentador de los shows de Fania All-Stars, grupo conformado por los artistas centrales del sello. “Mi intención fue la de captar la atención del mundo”, admite Sanabria, a quien se le puede escuchar, en el rol de MC, en los discos Live at the Cheetah (1971) y Live at the Yankee Stadium (1973). “Debido no solo a mi versatilidad en el arte, sino a mi humor, y porque lo hacía desde la secundaria, me diferencié de los demás presentadores. Estaba abriendo puertas para otros latinos porque había un vacío”. No obstante, a pesar de que la salsa se había transformado en aquel momento en la banda de sonido de la creciente comunidad hispana en los Estados Unidos, la Fania no estuvo ni siquiera cerca, a contracorriente de lo que se cree, de desbancar en popularidad a la Motown. “Pese a los esfuerzos de Jerry, esta música era muy complicada para el público estadounidense, aparte de que era cantada en español. Y la televisión no nos quiso ayudar”.
Luego de una década de dominio absoluto de la música latina, la salsa cayó en desgracia en el alba de los ochenta. “Jerry dejó el ambiente, y se fue a Argentina. Allá se hizo multimillonario, pues invirtió en fábricas de condones, además en pleno auge del sida. Así que puso a la Fania en manos de gente que no tenía idea de cómo era la cosa”, se apena Mr. Salsa, cuya paternidad sobre la creación de la etiqueta se encuentra en duda debido a que existe la versión de que el término fue concebido en 1968 por el locutor venezolano Phidias Danilo Escalona, a partir de su programa radial La hora de la salsa. “Se abrieron paso el merengue y otros ritmos fáciles de bailar, y ante la falta de humor de la salsa dura, caló la romántica”. Frente a la pregunta de si el reguetón ocupa hoy el papel social y cultural que ostentó la salsa en los setenta, Sanabria, quien en 2000 ingresó en el Salón de la Fama Internación de la Música Latina, despacha: “No entiendo lo que dice el reguetón, porque uno crece y se desfasa. Yo estuve al día con todos los bailes hasta que apareció el breakdance. Cuando vi a esos chamacos haciendo un trompo con la cabeza, ahí dije: ‘Hasta aquí llegué’”
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