Guerra al silencio
Wendy Guerra vive en Cuba y sus libros se editan en todo el mundo, pero no en su país Sus novelas componen un poderoso retrato generacional de los incómodos nietos de la revolución El Nobel colombiano Gabriel García Márquez elogió su capacidad para los diálogos
Wendy Guerra es famosa desde antes de ser escritora premiada en Europa y traducida a un buen puñado de lenguas. Su figura y nombre están en el disco duro de toda una generación de cubanos que crecimos con los dos únicos canales de televisión, aparato de fabricación soviética para verlos, en blanco y negro casi siempre, y a expensas, eso sí, de ser interrumpidos por los familiares cortes de electricidad a que obligaba y todavía obliga la carencia…
Como presentadora de espacios que pretendían mostrar lo más de la creación musical, variedades, y como actriz, en diferentes programas dramatizados, siempre en horarios de máxima audiencia, Wendy no era la única Lolita de nuestra isla preñada de utopías y Avtomat Kaláshnikova, pero sí era el deseo de los de la clase y el deseo de los profesores, también: y presiento que ella aunque distante lo sabía, siempre lo ha sabido.
Así sacaba lasca a sus textos —los que decía en aquellos programas de los que gracias a las nuevas tecnologías todavía se puede ver alguno— húmedos, sudorosos, siempre en el límite de una televisión por naturaleza escrupulosa, mojigata y totalmente parcial, coordinada por personas del aparato ideológico de un partido. El único partido autorizado del país.
Pero Wendy flotaba sobre todo eso. A su temprana notoriedad le sumó la escritura, donde siempre ha tenido su verdadero refugio, su verdadera casa: la poesía. En el temprano 1987 y con apenas unos 17 años, ganó el concurso nacional 13 de Marzo de la Universidad de La Habana, y si bien es cierto dobló celebridad, también le granjeó buen número de críticas que le achacaron, lo que hacen los críticos en Cuba, alguna razón y muchas insinuaciones…
Actriz, poeta y novelista
Wendy Guerra nació en La Habana en 1970. Pronto trabajó como actriz en cine y TV, graduándose en Dirección de Cine, en la especialidad de guion, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, fábrica de artistas por donde salió lo mejor, casi siempre, del arte que se ha hecho en la isla en los últimos 30 o 40 años. Tiene tres libros de poemas publicados: Platea oscura, 1987; Cabeza rapada, 1996; Ropa interior, 2008. Su libro Todos se van (Bruguera, 2006), la puso en la órbita de los grandes eventos. Seguido del no menos aclamado, Nunca fui primera dama (Bruguera, 2008). Ha recibido varias becas de especialización: en París, Nueva York, Los Ángeles, para la búsqueda de información sobre la escritora Anaïs Nin. De ese trabajo resultó su tercera novela: Posar desnuda en La Habana (Alfaguara, 2011). En noviembre publicará su cuarta novela, Negra (Anagrama). Ha sido traducida a 13 lenguas, pero sus novelas no han sido publicadas ni comercializadas en Cuba. En 2010, el Gobierno francés le otorgó la Orden de Chevalier des Arts et des Lettres. Todo esto más o menos pone en su currículo, al que siempre le faltan sus dos ojos negros, la picardía innata de la actriz, novelista, poeta.
Porque Wendy Guerra nació en un país diferente donde el igualitarismo transformó la capacidad para apreciar la diferencia, y de asumirla, tolerarla. Rara especie de oxímoron, confusión vital a largo plazo.
“No tenía una casa donde nacer. Era el invierno de 1970 y ya nos encontrábamos en una crisis terrible. Los 10 millones de arrobas de cañas que pedía Fidel no fueron posibles, el país estaba a oscuras, ni carnavales, ni fiestas, no había nada para celebrar y muy poco para comer, vestir, fumar o alumbrarse. Vine al mundo en un pequeño hospital de provincia y mi madre me llevo con ella al cuarto de títeres del teatro guiñol de Güines. Mis primeros recuerdos están relacionados con el mundo del teatro infantil, con aquellos títeres que no fueron quemados por los verdugos de la parametrización y quedaron colgados por el pescuezo frente a mi cuna. Nosotros les llamamos Los Mártires, por lo que resistieron, como teníamos pocos juguetes, los títeres fueron mis primeros compañeros de juego, luego nos mudamos a la ciudad más hermosa de Cuba, Cienfuegos, una ciudad afrancesada y discreta, el patio de mi casa era el mar, aprendí a nadar sola encontrando la laguna dulce dentro de la corriente salada y conviví con un mundo soviético de militares e ingenieros nucleares que se movía y decidía por nosotros de una manera oculta y a la vez presente, autoritaria. Veía pasar los submarinos en Cayo Carenas y mis amigos descubrían la ‘antenita’ o el ‘lomo’, sabiendo que debajo de esas aguas del Caribe un mundo ruso nos espiaba. Mis recuerdos infantiles son muy adultos, prologuistas de graves problemas de los mayores, personaje secundario de los verdaderos problemas de los niños.
Juicios, delaciones, despedidas, exilios, todo esto sucedía a mi lado mientras yo intentaba comportarme como una niña común en un país que había decidido ser diferente”.
Con grandes antecedentes a los que asume, cita, y hasta completa, fue el premio Nobel de Literatura, el colombiano residente en Cuba, Gabriel García Márquez, quien le diera un toque de atención, elogiara los diálogos que por alguna razón —quién lo supiera— leyó en unos diarios personales de la autora durante un taller que impartía en una escuela de cine en un pueblo colonial vecino de La Habana.
Más de 30.000 páginas dejó escritas Anaïs Nin, una de las dos referencias cuando se piensa en escritoras de diarios. La otra, quizá más conocida todavía, sigue siendo la niña Ana Frank. Son evidentes las diferentes condiciones en que ambas realizaron sus apuntes.
Mis recuerdos infantiles son muy adultos: juicios, delaciones, despedidas, exilios, todo esto sucedía a mi lado”
En 1922 viajó a Cuba la escritora francesa con la intención de conocer a la familia paterna. De este viaje se sabe, o mejor dicho, se sabía poco. Consta entre los originales que no han sido publicados, y que aseguran llegan a ser un total de 15.000 páginas de diarios, inéditos, custodiados por alguna biblioteca de Estados Unidos, algo así. Uno de esos diarios casi vacío es el que Anaïs tuvo la intención de escribir sobre su viaje a la isla, pero, dios sabrá cuál es la razón, no rellenó… De esta oportunidad se sirve Wendy Guerra en Posar desnuda en La Habana para completar el recorrido de Anaïs, y en el antes casi vacío cuaderno se mimetiza, nos pone de voyeur invitado asumiendo una sensibilidad muy parecida a la de la esposa de Hugo Guiler, amante de Henry Miller. A sus posibles contradicciones y dudas.
Dueña de una vigorosa convivencia de la ficción dentro de un subgénero poco bien explotado literariamente, como es el diario, que supuestamente exige una franqueza mayor, o por lo menos una implicación real, directa, verdadera. En el año 2006 ganó el primer Premio Bruguera dando un giro potencial a su proyección, llegando su obra galardonada Todos se van a lectores de Alemania, Bulgaria, Suecia, Francia, Estados Unidos, entre otros.
Como una grande y placentera ironía, aquello que en un inicio había sido concebido en secreto, para dentro, se devolvía a cientos de ojos y en diferentes idiomas.
Wendy internacional. Una Wendy para el mundo entero.
“Yo siento la literatura como un diario de vida, como una intervención pública dentro de un mundo privado. Ana Mendieta es la gran artista visual cubana que me ha inspirado en este arte de mostrar el dolor, el ardor de las cosas que los otros silencian. Yo saco mis traumas y mis alegrías a la luz, hemos sido obligados a cerrar la boca dentro de Cuba demasiado tiempo, estas arterias interiores las he ido apuntando en mis diarios personales, las he ido incubando desde niña, luego las reescribo de modo que pueda tener un interés real para el resto del mundo, pues muchos autores insulares creen que hablar solos y de problemas muy endémicos ayuda al género, y no es así, voy adelante con una novela que integre personajes y tramas verosímiles en medio de una vida que como siempre he dicho no está sucediendo en Occidente. Vivimos en un territorio occidental con síntomas y conflictos de otro mundo.
No puedo mentirle al diario y no me gusta mentirle al lector. La ficción integra una gama de complejas heridas escritas antes en mi piel de diarios”.
Elegir contar la verdad, sin embargo, y vivirla, no es suficiente. No en La Habana, donde leer puede ser un ejercicio contestatario, y hasta peligroso. Donde narrar el día a día sin caer en los maniqueísmos ni adulteraciones establecidos, puede como poco conducir a eso que Wendy Guerra define como “parte de un duro silencio”, cuando no a sufrimientos más reales y físicos. Sus libros tienen la misma estrella de lo prohibido, y lo prohibido naturalmente lleva más luz aunque también más sufrimiento. Wendy sufre el privilegio de saberse leída en un sitio donde instituciones y editoriales ignoran sus libros, que es una manera avanzada de la censura. Se iguala en azar a una larga lista de autores semiinvisibles, consciente de que no es la única.
“Como Eliseo Alberto Diego, José Ponte y María Elena Cruz Varela, Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y una infinita lista de autores cubanos no soy editada en mi patria. Eso tiene una explicación muy simple, el Estado es dueño y señor de todo y no hay opciones, ellos han decidido dejarnos fuera de juego, yo no existo para ellos. Pertenezco a una dinastía de autores silenciados y cuando entro a mi isla, luego de haber sido traducida a tantas lenguas, siento un potente silencio sobre mí. No estoy sola, soy parte de un duro silencio”.
“La poesía es mi protección mágica; cuando tengo miedo recito los poemas de mi madre, en los hospitales y en las aduanas”
Pero ella siempre regresa, aunque todos se vayan.
“Un escritor sin país es un niño sin padre. Estoy huérfana”.
Y volvemos a la poesía, que es donde más segura se encuentra. Quizá por aquello de ser la patria más amplia de los géneros literarios, o por una sencilla bendición divina, da lo mismo. Establece la controversia con los críticos: pone imágenes y lenguaje florido en sus libros de narrativa.
Elige un personaje real para una vida de ficción o se metamorfosea en Nieve, una niña que crece mientras cuenta, y mientras cuenta, vamos cayendo sin tocar fondo, no nos lo permite, en la cruel constatación de una vida real. Una niña, Nieve, que desde su nombre incluye una contramanifestación para una isla en el Caribe, y que lleva igual, aunque más intrincada, referencia al título de un libro de culto pretendidamente poco estudiado, escrito y publicado en el siglo XIX por otro coterráneo con menos fortuna, Julián del Casal, uno de nuestros escasos dandis, de nuestras grandes supersticiones que en el mismo año 1892 en que se formaban partidos y se encauzaba la independencia de la isla, decidió o encontró el modo de publicar sus versos.
De la nieve evadida e imposible del bardo modernista habanero a la Nieve que dibuja escenas de su vida sin enajenamientos ni remiendos. Del légamo al éxtasis se llega sin perder la poesía.
“La poesía es mi protección mágica, cuando tengo mucho miedo recito los poetas de mi madre, en los hospitales y en las aduanas, en los vuelos intercontinentales cuando hay mal tiempo recito poemas que son mis compañeros de vida y de viaje. No tengo familia y creo que los poetas que yo amo son todo lo que tengo.
Me gusta mucho Sigfredo Airel, Antonio Ponte. Quiero hablar de poetas cubanos porque no son conocidos, pero soy una enamorada de la poesía japonesa, francesa y norteamericana. Quiero hablar de Eliseo Diego, de Lezama Lima, y quiero compartir esta, un pequeño fragmento de un poema de mi madre, la desconocida poeta Albis Torres que dice: ‘Mi país es ese instante único / que ahora mismo sucede en todas partes, / orillas de la tierra, / lugares a los que no sé ir / ni puedo, y llego sin embargo. / Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas. / No hay mejor patria / ni asta en que poner / bandera alguna”.
Con Wendy Guerra conversé de muchas más cosas alguna vez. Del silencio que imponen los Gobiernos y de la felicidad y el coste de saberse un ente libre. De los poetas amigos y de los que ya se fueron a mejores vidas. Siempre la encontré agradecida, fuerte en los propósitos y ambiciosa del futuro. Wendy sabe quién es, se gusta, nos recuerda que cualquier feo de la vida, con glamour e inteligencia siempre, se salva. Que no hay que irse de Cuba aunque no te publiquen, pues la gente se las ingeniará para encontrar los libros editados fuera y leerlos.
“He terminado un libro llamado: Negra. Una novela que atesora (por primera vez en la ficción) las recetas de la mágica tradición afrocubana en un contexto social convulso. Un libro que habla del racismo y del dolor. Un libro que ocurre entre Francia y Cuba. Estoy ahora mismo en la escritura de mi nueva novela: Hija única, es mi nuevo proyecto. Escribo cada semana desde La Habana en mi blog de El Mundo, ‘Habáname’, que cuenta la vida de los cubanos en la isla desde una perspectiva muy personal.
Agradecer que compren mis libros y reciban noticias de un mundo que ha decidido defenderse de todo y aplazar el recuento, agradecer el hecho de ser querida como autora y aceptada en países que no son el mío. Agradecer el hecho de ser hija adoptiva de un país que antes ya me había legado su lengua, que es mi gesto para vivir. Gracias…”.
Negra. Wendy Guerra. Anagrama. Barcelona, 2013. 328 páginas. 18'90 euros. Se publicará en noviembre.
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