Otro país, otra vida
'Canadá' es una novela familiar y de formación; también un ejercicio de memoria
Novela familiar y de formación, así como ejercicio de memoria en torno a la participación de la herencia en el destino, Canadá se abre con el absurdo atraco de un banco en un pueblo perdido de Dakota del Norte, por parte de una pareja en apariencia normal que tiene dos hijos gemelos quinceañeros. El narrador, Dell, tras el desastre de sus padres encarcelados y la huida de su hermana Berner, se fuga a Canadá para evitar el orfanato. Estamos al inicio los años sesenta, cuando Kennedy todavía no es presidente y en el aire se respiran ya los incendios que prenden aquí y allá en el tejido social de la nación. Con este escenario, Richard Ford, el sólido narrador de Misisipi (1944, Jackson), arma su séptima novela, en la que percibimos ecos de obras anteriores, sobre todo de Incendios (1990), en la que también había un narrador adolescente, Joe Brinson.
Dell cuenta la historia de cómo todo se echó a perder en el verano en que él empezaba a implicarse en su futuro, le interesaba el mundo de las abejas y el ajedrez, y tenía ganas de ir al instituto. Sus padres eran muy distintos, tanto en lo físico como en su manera de pensar. Bev, militar de aviación, cambiando a menudo de destino, donde solían quedar aislados del resto de la gente, lo que parecía gustar a Neeva, mujer menuda de padres judíos que aspiraba a una vida mejor. Le gustaban los libros y la poesía. Apuesto y despreocupado, Bev se metió en negocios dudosos en la base de Montana y tuvo que dejar su puesto. Y luego siguió por ese camino, vendiendo coches usados y haciendo de intermediario con indios que robaban reses y vendían la carne a terceros. Dell se pregunta si fue esa desconexión entre sus padres con el entorno lo que provocó la ruina familiar. Un día Bev decide que la única manera de salir del embrollo en que se ha metido es atracar un banco.
Ford reconstruye esos momentos con buen pulso y sensibilidad. Dell es un narrador fiable, desapasionado, casi imparcial, que escribe medio siglo después de los hechos con la intención de encontrar en ellos el trazo de la línea que siguió después su vida. Muestra la debilidad de la madre, la inconsistencia del padre que arrojó bombas en Japón durante la guerra y quedó marcado por una incurable “ingravidez”, que podríamos considerar quizá un rasgo permanente de la sociedad americana. En el fondo, atracar un banco es lo que cualquier buen padre de familia ha pensado alguna vez para sacar la casa adelante y nunca llegará a hacer. Pero a Bev parecía gustarle la idea. La cuestión es por qué su mujer, que barrunta dejarle e irse con sus hijos, pues siente un “tedio físico” por su marido, le secunda en un patético remedo de Bonnie y Clyde. Esto es lo que intenta explicar Dell, así como otras muchas cosas: la postura de su hermana y su relación con ella, la secuencia de una serie de actos en apariencia inocuos que al final resultan fatales para todos. Seguimos a Dell con interés, compartiendo sus reflexiones, haciéndonos con él preguntas apenas esbozadas y que calan en el ánimo y nos interrogan sobre nuestra propia vida y sus vericuetos. Cuando los padres y la hermana desaparecen a las puertas de su juventud, Dell empieza otra vida. Es como si volviese a nacer, aunque no lo sea, atravesando lo que Conrad llamó “la línea de sombra”, el paso en esta ocasión brutal de la inocencia a la madurez.
Y la novela se adentra en Canadá, donde se refugia Dell, acogido por un compatriota enigmático con turbio pasado. Sabe que todo será muy duro a partir de ahora pero que no tiene nada que perder. Y esa idea le guiará, libre de ataduras, excepto de las que compone la memoria que ahora suelta al escribir su relato. Sin abandonar los hilos de cierta intriga, porque en la primera frase de la novela dice que primero hablará del atraco y luego de “los asesinatos”, que deja para el final, Ford nos guía a través de la “educación” forzosa de Dell, cuyos hitos se suceden sin significados ocultos, sin misterio más allá de la realidad desnuda. El abstruso Remlinger será una prueba más para su carácter, contaminado por el de su padre, y el reencuentro final con su hermana una forma de cerrar bien el relato. Y el resultado novelesco, consistente, valioso, apenas deslucido por la resolución algo artificial de los homicidios, que hacen pensar en lo buena que fue la primera parte del libro, es que el lector queda suspendido en la lucidez sin juicios del protagonista, envuelto en un discurso sobrio y plausible, formado por palabras que parecen necesarias, y por fin conmovido no sabe bien de qué, tal vez de “la nerviosa intensidad americana por algo más”.
Canadá de Richard Ford. Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2013. 507 páginas. 24,90 euros
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