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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 2

Se presenta Leandro, el fantasma de La Moncloa

Me gusta el despacho de de Mariano, que aunque huele a puro, está muy limpio y ordenado

José María Izquierdo
FERNANDO VICENTE (EL PAÍS)

Pasan por delante de mí, echan un vistazo al cuarto ese de las escobas y murmuran: aquí es donde estaban los ordenadores de Bárcenas. Ya. Ahí les gustaría a algunos y algunas —sobre todo algunas— que hubiera estado mi despacho. Pero de eso nada, que el mío era bien guapo y además estaba en línea con el del jefe, que menudo ventanal tenía. Luego, cuando se pusieron impertinentes, me mandaron al Salón Andalucía, que era otra cosa, pero bueno, por allí se pasaba Arenas y echábamos unas bromas: ¡Quiyo, eres un fenómeno, pisha, estás en mi tierra, campeón! Tu tierra es un asco, le decía yo con mala cara, que ya estaba viendo que me la iban a jugar, que hasta entonces reptaban cual gusanos a mi paso, mucho qué alegría Luis, da gusto verte, que siempre nos traes buenas noticias, je, je, déjalo ahí, y ahora si te he visto no me acuerdo, yo no sé nada, no he recibido nada, ha sido él.

Ya les advierto que esto de hacerme fantasma se me ocurrió un día así a lo tonto, porque me di cuenta de que me encontraba con otros compañeros en el aparcamiento, les decía qué tal, Pepito, buenos días, qué tal Julita, cómo estás y como si no existiera, que aceleraban el paso para no coincidir en el ascensor. Era una situación extraña, que veía cómo se acercaba por el pasillo tal que Carlos Floriano, que ya es aparición, y justo cuando iba a decirle hola se metía en el primer despacho que pillaba. Y conste que no era por saludarle, que vaya badulaque de tío, que así son los nuevos, una panda de sinsorgos y zambombos. ¿Les he hablado ya de González Pons? ¿Y de su sonrisa? ¿No les he dicho tampoco de su bronceado permanente? ¿En Valencia son todos así? Porque recuerdo ese que fue alcalde de Benidorm, sí hombre, Zaplana, sí, ese, Eduardo Zaplana… ¿Así que esas tenemos, me dije, queréis ignorarme, basurillas? Pues ahora voy y me hago fantasma.

<CL10.4>Pero no nos desviemos. Estábamos en el Salón de Andalucía. Pensaba yo el mejor sitio para unos cuadritos que compré… Marinas y bodegones, por ejemplo, que a mí me gustan mucho… Porque de cuadros, qué les voy a decir que no sepan ustedes, soy un auténtico experto. Un connaisseur, vamos. Pero eso lo dejaremos para otro día, cuando ya tengamos más amistad ustedes y yo, que no es cosa de irle contando las intimidades al primero que se conoce. No pude acabar la decoración, que todo se precipitó a la velocidad del diablo y ahora estoy aquí, de fantasma-okupa. A mis años. Y con mi clase.

Así que ahora, mientras intento quitarme el abrigo, que me tiene frito, me paso el día probando despachos. Me gusta el de Mariano, que aunque huele a puro, está muy limpio y ordenado, que a él lo de los papeles le gusta poco. Algún día ha abandonado La Moncloa y se ha pasado por aquí. A descansar. Y ha pasado una cosa rara, que ha sido entrar y echar un ojo por todo el despacho, como si buscara algo. De pronto se ha quedado mirando hacia mi lado, que me he dicho, a ver si todavía no me han hecho la liquidación completa y me queda un trozo de pierna —o una oreja, quién sabe— visible.

Pero no, no, que enseguida encendió el televisor y se puso a ver el Canal Fútbol de Canal +. Oí un trueno, sentí un soplo y vi que tenía a mi lado a un caballero con un pelo imposible, una barba imposible, una nariz imposible e incluso un traje imposible. Vamos, aún más imposible que el bigote de El Bigotes, que ya tiene lo suyo. Pronto me di cuenta de que era cagadito a Leandro Alfonso Luis de Borbón Ruiz, el hijo —de aquella manera— de Alfonso XIII. Ya sé que los fantasmas no podemos asustarnos, qué clase de ánimas en pena seríamos, pero es que el tío, así de cerca, impresiona.

—Tranqui, me dijo un punto solemne, estás ante Leandro, el fantasma de La Moncloa.

Me callé, que todavía no sabía si era amigo a enemigo.

—A mí me gusta tratar a los nuevos, añadió, que siempre traen un aire nuevo a la fantasmagoría, que hay años que no logramos una cosecha decente.

—Bueno, yo… empecé a decirle…

—Deja, deja, no sigas. Sé perfectamente quién eres. Eres don Luis Bárcenas Gutiérrez, nacido en Huelva tal día de tal mes de tal año…

Y me recitó mi biografía entera.

—Bueno, yo…

—Calla, te digo. Que ahora voy con lo otro. Lo de las cuentas suizas asciende a… lo de los sobres eran para…

De esto, también, lo sabía todo. Pero aquí intervine, claro, que ya estábamos en territorio serio.

—Vamos a llevarnos bien, pero a Ruz de esto ni palabra, le dije, que ya me había entrado un sudor frío por el cogote…

—Ni se me ocurriría, que para eso somos quiénes somos. Sólo tendrás que guardar un principio básico: cuando aprendas a materializarte, nunca, nunca lo harás ante Mariano. El presidente es cosa mía y ni se te ocurra entrometerte. Aquí soy el puto amo, dijo con acento portugués y gesto amenazador…

“Está bien”, le dije. Y allí les dejé. Cuando salía por la puerta, oí decir a Mariano algo así como…

—A ver, Leandro, lo de la vice…

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