La fotoperiodista ‘roba-almas’
La joven mexicana Cutzi Itzé Salgado, de 26 años, lleva 10 dedicados a su serie ‘Víctimas civiles’ Son retratos íntimos y sociales de los conductores de buses a través del retrovisor
Un teléfono no es una cámara fotográfica. Debe ser por eso que a la conversación con Cutzi Itzé Salgado le cuesta fluir. Para esta joven de 26 años la fotografía no es solo un talento o una pasión, es su forma de relacionarse con el mundo. “No tengo muchos amigos, interactúo con las personas a través de las fotos, fuera de la cámara me cuesta trabajo relacionarme”, reconoce desde Culiacán, al noroeste de México.
Sus manos fueron las protagonistas de su primera fotografía, cuando solo tenía ocho años y le robó a su papá una Nikon. Con el tiempo giró el objetivo para fotografiar a los demás y dejó de mirarse a sí misma. Dice que apenas tiene fotos suyas. No le gusta estar delante de la cámara. “Igual es porque las fotos roban el alma un poquito”, dice avalando la creencia de algunos pueblos indígenas que huyen de las fotos.
Cutzi Itzé Salgado García nació el 25 de Septiembre de 1986 en Culiacán (México).Se licenció en Comunicación, estudió música y ahora está aprendiendo cocina, pero fue la fotografía la que la atrapó desde que con ocho años pulsó por primera vez el disparador. Actualmente trabaja como fotoperiodista independiente, después de algunos años como reportera gráfica en periódicos locales. Ha participado en varias exposiciones colectivas y este 2013 ganó el concurso de fotografía México Sin Hambre con su imagen ‘Pepenadora’.
Las leyendas y la timidez se borran cuando es ella quien pone el ojo en el visor. “Prefiero llevarme, como me he llevado, una regañina, una cámara rota o un chichón en la cabeza a perderme una foto”. Con esa pasión comenzó hace 10 años la serie Víctimas Civiles, con la que se presentó a Buscamos nuevos talentos, de EL PAÍS, para tratar de dar visibilidad a su trabajo. Un conjunto de una docena de retratos de conductores tomados desde los espejos retrovisores de los autobuses públicos, con los que Salgado siempre se ha movido por su ciudad.
Primero le llamaron la atención los peluches que muchos amontonan en el salpicadero, los garabatos con el nombre de alguna mujer o los santos y vírgenes, que casi nunca faltan. “Tiempo después, al revisar el trabajo vi muchas caras tristes. Aquí por el tema de la violencia la cosa está muy complicada y redescubrí la angustia, lo solos que se sienten los chóferes y el miedo que pasan”.
Ahora Salgado nunca sale de su casa sin su cámara. Desde hace siete meses su compañera es una cámara de rollo, porque la digital se le rompió. Eso afecta a su pan, de colaboradora como fotoperiodista en agencias locales, pero no a su pasión. “Es completamente diferente lo digital de lo analógico, con una hay que pensar más la imagen, en lo que vas a disparar y poner más atención. Con la digital te puedes dar el lujo de hacer muchas. Y borrar, borrar, borrar…”.
Una fotógrafa que no se fotografía
En la iglesia San Juan Chamula, un pueblo de Chiapas, las fotos están prohibidas. Decenas de familias chamulas oran cada día arrodillados en el suelo del templo entre cientos de velas, botellas de Coca-cola como ofrenda, alguna gallina y paja. La tentación de inmortalizar el místico escenario es alta, pero se paga cara. Si uno de los custodios del templo lo descubre habrá que pagar una multa. El origen de la prohibición, ya asimilada al capitalismo, se debe a la creencia de que las fotos roban el alma de quien sale en la imagen.
Algo parece tener de cierta la leyenda, cuando Cutzi Itzé Salgado, que se pasa los días tras una cámara, le tiene tanto respeto a ponerse delante del foco. “Con las fotos se roba un instante”, asegura.
La fotógrafa prefiere guardar los recuerdos de su vida, pero le gusta atesorar imágenes de la vida de los demás. Robar un poquito de su alma.
Con referentes que van desde la fotoperiodista de guerra y compañera de Robert Capa Gerda Taro a la premiada fotógrafa mexicana Graciela Iturbide o el catalán Joan Fontcuberta, Salgado dice que haber sido elegida por EL PAÍS supone sobre todo un aliciente para seguir trabajando. Sobre todo porque, explica, “los fotoperiodistas ya no nos dedicamos a buscar lo bonito o lo feo, lo que se está haciendo son discursos críticos que no son el mero reflejo de la realidad, sino construcciones humanas”.
Al final de la conversación telefónica, y después de medio renegar, la fotógrafa anuncia que ha encontrado un par de fotos en las que ella es la modelo. “Ahí van”, anuncia como si acabara de cometer una locura. Desde Culiacán, donde ha vivido toda su vida, seguirá fotografiando a los chóferes, “tan nobles pero tan desolados”, y a su ciudad, que no para de cambiar “para bien y para mal”. ¿Y cuál es tu mejor foto? Entonces sí, responde como una artista: “La que voy a hacer mañana”.
Babelia
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