Parque de atracciones de la mente
The Postal Service, Savages y Tame Impala protagonizan el arranque del Primavera Sound La organización espera superar los 150.000 asistentes de la edición anterior
Una multitud sorprendentemente uniforme pese a provenir de todas partes del mundo desarrollado (los llaman hipsters y aseguran que es la primera tribu urbana realmente global) se agolpaba a media tarde de ayer en la explanada de acceso al Fòrum para cortar la cinta del superlativo Primavera Sound: tres días de conciertos de más de doscientas bandas repartidas en una decena de escenarios para una concurrencia que, según las previsiones, superará los 150.000 asistentes de la pasada edición.
Al otro lado del espejo les aguardaba casi todo lo que cabría pedir a un gran evento de rock del siglo XXI, el primero importante de la temporada española de festivales. Con un cartel asombroso, la pregunta adecuada este año no es quién toca en el Primavera, sino quién no lo hace. Más allá de las bandas —las nuevas, las viejas, los meros accesos de nostalgia y las verdaderas estrellas del tinglado, unos tales Blur, que actúan hoy—, la vida sigue más o menos como siempre en esta burbuja que no entiende de subidas de IVA (los abonos se agotaron hace dos meses, en parte, por que sus organizadores detrajeron la infausta tasas), ni mucho menos de planes soberanistas. Un lugar en el que querrías seguir siendo joven para siempre tanto como lo desearían las marcas comerciales participantes. Un sitio donde cualquier cosa parece posible… si eres capaz de llegar a tiempo. Baste un dato para dar idea de las dimensiones de la cita: una caminata de casi 10 minutos a buen paso separa los escenarios de un extremo y otro del recinto.
En uno de ellos, actuaron después de la cena el dúo The Postal Service en versión aumentada. Firmaron un brillante concierto a partir del repertorio que llenó su único disco de hace una década, un compendio de indietrónica (desmenúcese la palabra para dar con su etimología) que ya cuenta como álbum de culto en la clase de memoria que aquí es colectiva. Contaron para lo de anoche con la ayuda de la cantante de Los Ángeles Jenny Lewis, tan pelirroja, tan subyugante. A un lado del escenario, la irreal visión de una noria iluminada frente al mar subrayaba la exégesis de todo esto como un fenomenal parque de atracciones de la mente (con permiso de Lawrence Ferlinghetti).
En el mismo emplazamiento tocarían más tarde los franceses Phoenix, que ya tienen lo que andaban buscando. Son unas estrellas del pop con un directo matemático y suficientes canciones de seducción masiva como para armar una buena. Les ayudó, es cierto, su asignación al escenario Heineken, que se ha revelado como el gran hallazgo del festival en cuanto a nuevas infraestructuras sonoras se refiere. Casualidad o no, los grandes espectáculos allí celebrados resultaron mucho más convincentes que los programados en el Primavera, que puede seguir siendo el sitio más entrañable para los veteranos de la cita, pero aún tiene los problemas de acústica de siempre, sobre todo cuando el viento del mar acude a su cita con el técnico de sonido.
Así fue en Grizzly Bear y en Animal Collective. Los primeros parecieron destinados a dar un concierto memorable, pero como en un reloj de gran precisión, se soltó una tuerca hacia la mitad y ya no hubo manera. En cuanto a los segundos, bueno, ellos volvieron a gastar una de sus elaboradas bromas. ¿No será el ascenso al éxito de una de las bandas más enrevesadas de la última década nada más que una gran humorada patafísica?
Mucho más centrado en lo suyo, un inteligente acercamiento a la música de baile, se mostró Kieran Hebden, alias Four Tet. Y si, a diferencia de los raperos hardcore Death Grips, que confunden la rabia con las ganas de molestar, Hebden trajo las cosas muy pensadas de casa, Deerhunter, que comparecían con disco nuevo, titulado Monomania, convenció a los asistentes a un festival donde sienten debilidad por su ruido espacioso.
Por la tarde, Woods también fueron víctimas de los elementos. El escenario que les tocó está situado frente a unos yates tan lujosos que empequeñecen el adyacente puerto deportivo. El problema del marco incomparable fue que al pop preciosista de los estadounidenses se lo llevó literalmente el viento. Al menos, no hubo dudas cuando soltó el primer trallazo de vieja rabia juvenil la banda femenina de punk Savages, absolutas principiantes y última sensación del rock británico.
Si uno cierra los ojos ante su oscura presencia, creería estar escuchando a Patti Smith extasiada tras una primera lectura de Una temporada en el infierno, de Rimbaud. Así que no, Savages no harán de este un mundo mejor, ni siquiera un poco distinto, pero les sobra actitud y pegada.
Las chicas han aprendido sus lecciones, que es como decir que pagaron sus deudas. Además, resulta hipnótico observar cómo se mueve la cantante, dando saltitos sin patrón aparente, a su aire, de un modo que haría que Ian Curtis se sintiese orgulloso.
El primer cruce de hostilidades serio de un cartel repleto de dolorosos solapamientos llegaría poco después. Era una de las citas más esperadas de la jornada: Manel, la banda local más carismática de los últimos tiempos, subió al escenario a la misma hora que Tame Impala. Y el mundo se dividió entre el pop lisérgico y la canción catalana de costumbres. O entre propios y extraños.
Los australianos Tame Impala ofrecieron una interesante actualización del manual de la psicodelia de los sesenta. Con una suma de sintetizador analógico saturado, modos de hard rock y eficaces melodías pop, se convirtieron en el grupo más elogiado del año pasado por cierta prensa musical. Quizá no había para tanto, pero lo cierto es que ayer estuvieron acertados al comprender que lo suyo no tiene sentido si no es a un volumen endiabladamente alto. La batería escupía sus golpes reverberados hacia la pálida luna llena, mientras ellos permanecían inmóviles con sus instrumentos. Como unos niños conscientes de tener un peligroso juguete a punto de estallarles entre las manos.
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