Una mirada al dolor de la dictadura argentina
Una muestra fotográfica recuerda a las víctimas del régimen de Videla
María Elsa Garreiro Martínez nació en Pontevedra en 1945. A los cuatro años, ella y su familia migraron a Uruguay. Elsa se hizo uruguaya y militó en la guerrilla Tupamaros. Se exilió en Argentina, donde formó familia con Raimundo Villaflor, obrero integrante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Ambos desaparecieron en la última dictadura militar de Argentina (1976-1983), pero ella salió una vez de su cautiverio de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), escoltada por el temible marino Ricardo Cavallo, para ver a sus hijas, Elsa y Laura, y les llevó unas muñecas que les hizo mientras estaba secuestrada. La foto de una de esas muñecas, que han servido como prueba en los juicios sobre los crímenes de la ESMA, forman parte de la exposición del Proyecto Tesoros, una serie de 11 fotografías de objetos que hijos de desaparecidos por el régimen han guardado de sus padres. La muestra se puede visitar hasta el 19 de mayo en la Manzana de las Luces, una de las más antiguas de Buenos Aires.
El llamado Colectivo de Hijos, integrados por quienes se definen como “huérfanos producidos por el accionar genocida del Estado”, decidió crear en 2010 un centro documental que registrara pertenencias que conservaran de sus padres asesinados o desaparecidos por el régimen. Algunos de ellos los restauran, unos los fotografían y otros han hecho entrevistas en vídeos en las que los hijos, que en general son adultos de más de 30 años, explican, con el objeto en la mano, lo que él representa para ellos. Los vídeos se pueden ver en la muestra, pero tanto este material como las 11 fotografías y otras más están presentadas en una página web, www.proyectotesoros.org.
“Esta modalidad abre un espacio para una nueva clase de relato, que no es la denuncia ni el testimonio”, dice el Colectivo de hijos. “Un relato donde aparece lo subjetivo, la experiencia propia de la filiación en la ausencia a través de los objetos que nos conectan con la materialidad de la vida cotidiana de nuestros padres. Así, el Proyecto Tesoros apunta a visibilizar diversos modos de experimentar la orfandad por la acción genocida del Estado”, explica la agrupación. Entre los objetos fotografiados hay una cámara fotográfica, un cubilete con dados, una prenda de bebé y una botella.
Esta iniciativa, que cuenta con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y del Instituto Espacio para la Memoria, pretende ir más allá del Colectivo de hijos. “Queremos que abarque la mayor cantidad de hijos de desaparecidos que haya”, explica María Toninetti, que integra el colectivo y trabaja en la restauración y conservación de papeles en el Archivo de la Memoria. “La idea del Proyecto Tesoros surgió porque algunos hijos tenían documentos que estaban deteriorándose. Cuando empezamos a darle forma al registro de los objetos, nos dimos cuenta de que no tenía mucho sentido hacerlo sin registrar también nuestro relato sobre esos objetos. No queríamos centrarnos en los dueños del objeto sino en nuestra propia historia. Queríamos contar cómo llegó ese objeto a nosotros, si siempre estuvimos con él o nos lo dio un compañero de militancia o un familiar, o lo tuvimos que ir a recuperar. Tenemos historias fragmentadas que cada uno ha ido armando”, explica Toninetti.
Laura Villaflor, que con su hermana recibieron aquellas muñecas de su madre secuestrada, relata en la página web del proyecto: "Esas dos muñecas permanecieron guardadas en el fondo de una caja con ropa, escondidas, podría decir clandestinas. Los abuelos tenían miedo de que alguien se las llevara como a sus hijos. Cuando las saqué de la caja debía tener ocho años más o menos. Recuerdo ese momento la congoja y la tristeza que sentí, las miraba y les buscaba algo. Las desarmé y rearmé buscando una carta o algo que hablara de mi mamá. Nunca juegué con ellas. Era algo que se cuidaba, pero con lo que no se jugaba. No se mostraron hasta que nosotras empezamos a llevarlas, viajaron a España (cuando el entonces juez Baltasar Garzón inició la investigación judicial contra los represores argentinos en los 90) y a México (donde estaba refugiado Cavallo), llevamos de forma mágica a mi mamá a los juicios por sus asesinos y mi mamá habló por medio de las muñecas, reforzó la palabra, con su voz de la cual no tengo registro. Hablo del espanto, pero también hablo del amor, siendo ellas una de las pocas pruebas materiales de la causa ESMA".
Así como las organizaciones de defensa de los derechos humanos dicen que hubo 30.000 desaparecidos en la dictadura, Toninetti señala que “no se sabe cuánto hijos de desaparecidos hay, es una población que no está visible”. En su colectivo calculan, a partir de archivos de la Secretaría de Derechos Humanos, que son 14.000 los “huérfanos”.
Así como en los 90 surgió Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.), una agrupación de derechos humanos que reclamaba que se acabara con la impunidad contra los represores del régimen, en los 2000, en que se ha vuelto a juzgarlos y condenarlos, algunos formaron el Colectivo de hijos para comenzar otro relato. “Queríamos mostrar que no somos 'hijos de' sino huérfanos”, cuenta Toninetti. “En los 90 tenía sentido hacer visible la militancia de nuestros padres, pero ahora queremos hablar de nuestras historias. Y lo hacemos a través del arte. Muchas veces decimos que hay cosas que la palabra no puede expresar en su totalidad. El arte es una herramienta más para expresar lo que la palabra no puede contar. No está separado de lo político”, aclara la joven restauradora.
Babelia
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