“En tiempos difíciles como los actuales confieso que me da cierta vergüenza reivindicar la importancia de la cultura”
Marcos Giralt Torrente habló en nombre los galardonados con los premios Nacionales de Cultura 2011 y 2012, cuyo acto presidió hoy el príncipe Felipe
El príncipe de Asturias ha presidido hoy la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales de Cultura 2011 y 2012 en el Palacio de El Pardo (Madrid) junto a doña Letizia. Aquí, don Felipe ha pedido la colaboración de todos para superar la crisis que sufre España. "Ante estas graves dificultades todos tenemos que extremar el cumplimiento de nuestro deber, afrontar nuestras responsabilidades con la mayor seriedad y rigor y mantener viva la confianza y el espíritu de superación", ha proclamado el heredero de la Corona.
En nombre de los galardonados en 2011 ha dado las gracias Marcos Giralt Torrente (Nacional de Narrativa por Tiempo de Vida, Anagrama), quien ha pedido al Estado que vele por los cientos de familias "arrojadas con sus enseres a la marginalidad", tras señalar que reivindicar la importancia de la cultura le da "cierta vergüenza" cuando en España están en cuestión derechos básicos "por la codicia de unos y la complicidad de otros".
En representación de los premiados en 2012, el periodista Jesús Hermida (Nacional de Televisión) ha hecho un alegato a favor de la libertad, salpicado con anécdotas, y ha hecho votos por esa libertad "para crear, reformar, renovar y hasta revolucionar" siga vigente "en todas partes: hoy, mañana y siempre".
Tras la entrega de los 53 galardones, ha intervenido también el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, que ha elogiado a los premiados como ejemplo "de que el genio creativo español no se detiene", sino que, en estos "tiempos difíciles", se hace "más agudo y combativo" y lucha por "poner su grano de arena" en el edificio cultural.
Los premiados en 2011 y 2012
Premio nacional de las letras, 2012: Francisco Rodríguez Adrados; 2011: José Luis Sampedro
Narrativa 2012: Javier Marías (no lo aceptó); 2011: Marcos Giralt Torrente.
Ensayo 2012: Victoria Camps; 2011: Joan Fontcuberta.
Literatura dramática 2012: Angélica Lidell; 2011: José Ramón Fernández.
Literatura infantil y juvenil 2012: Laura Gallego; 2011: Maite Carranza.
Poesía 2012: Antonio Carvajal; 2011: Francisca Aguirre.
Historia 2012: Ricardo García Cárcel; 2011: Isabel Burdiel.
Traducción 2012: Luz Gómez García; 2011: Santiago Valenzuela.
Ilustración 2012: Andrés Rábago, 'El Roto'; 201: Emilio Urberuaga.
Periodismo cultural 2012: Juan Cruz; 2011: Ana Borderas.
Artes plásticas 2012: Jaime Plensa; 2011: Elena Asins.
Fotografía 2012: Eugeni Torcano i Andreu; 2011: Rafael Sanz Lobato.
Cinematografía 2012: Yvonne Blake; 2011: Agustí Vilallonga.
Diseño de moda 2012: Manolo Blahnik; 2011: Elio Bernhayer.
Teatro 2012: Blanca Portillo; 2011: Juan Gómez-Cornejo.
La continuidad de la cultura como alimento que sacia las inquietudes y anhelos del ser humano "exige un compromiso y una valentía a veces inaudita", ha reflexionado Wert, antes de concluir su discurso con estas palabras: "Gracias a todos por crear y reflejar el arte de vuestro tiempo y gracias, sobre todo, por hacerlo con vuestra insobornable libertad".
El Príncipe ha hecho entrega de la mayoría de los premios, si bien el lingüista Francisco Rodríguez Adrados ha recogido la distinción de manos de doña Letizia. Entre los ausentes, el escritor José Luis Sampedro, de 96 años.
Discurso de Marcos Giralt Torrente
Altezas
Execelentísimo Señor Ministro
Exceletísimo Señor Secretario de Estado
Autoridades
Señoras y Señores
Compañeros Premiados
Es un honor pronunciar estas palabras de agradecimiento en nombre de todos los que hemos sido distinguidos con los Premios Nacionales 2011.
Entre nosotros hay profesionales de muy diferentes ámbitos de la cultura:
de la literatura, de las artes plásticas, de la moda, del teatro, del periodismo, de la edición, del cómic, del circo, de la academia, de la música, de la fotografía, de la ilustración, de la danza…
Somos creadores, investigadores, divulgadores, intérpretes, traductores, técnicos, profesores, restauradores…
Y somos afortunados.
Nos unen muchas cosas. Una de ellas, naturalmente, la de estar aquí reunidos una mañana de febrero para recibir este reconocimiento. Creo hablar en nombre de todos, también de los ausentes, si digo que ninguno lo desdeñamos. Sin embargo, no es esto lo principal que nos une.
Hemos tenido la suerte de tener una vocación y de haber podido desarrollarla. Esa es nuestra verdadera riqueza.
Nuestro éxito.
Para muchos no ha sido fácil. Algunos se vieron obligados en sus inicios a imponerse sobre los prejuicios de su familia, otros necesitaron compatibilizar su formación con trabajos de todo tipo. A lo mejor hay quien todavía hoy necesita seguir haciéndolo. Nuestros oficios no son, en su mayoría, de los que permiten ganarse holgadamente la vida. No nos distingue el amor al dinero, ni a la seguridad, ni tan siquiera al confort. Nos imponemos la obligación de no conformarnos, de exigirnos siempre más, y por eso, si algo nos caracteriza, es la duda. Quienes lo hayan sentido, saben que no es baladí no saber si lograremos sobrevivir haciendo lo que nos gusta. Algunos se despiertan con ello todas las mañanas. No obstante, la batalla que libramos es en primer lugar con nosotros mismos y nuestra victoria o derrota la que resulta de alcanzar metas que nosotros nos trazamos.
Por eso también somos privilegiados. Porque cuando empezamos a soñar con convertirnos en lo que hoy somos no era nuestro objetivo estar en un lugar como este, recibiendo honores. Nuestro objetivo era bailar, escribir libros o editarlos, entretener, dibujar, pintar, hacer música o informar conforme a nuestra idea del rigor y la independencia.
Y hemos podido hacerlo. Quiero creer que es ese compromiso lo que se ha premiado. También, que el objetivo no ha sido tanto reconocernos individualmente, como recordar que las disciplinas que representamos merecen atención.
En tiempos como los que vivimos, en los que, por la codicia de unos y la complicidad de otros, derechos básicos recogidos en la constitución son a diario puestos dramáticamente en cuestión, confieso que reivindicar la importancia de la cultura me da cierta vergüenza. Nuestro trabajo es suficiente aval de esa convicción, y redundar no me resultaría fácil sabiendo, por ejemplo, que, si hacemos caso de la estadística, a esta hora cientos de familias están siendo arrojadas con sus enseres a la marginalidad.
Deber de todas las instituciones del Estado es velar por ellos.
El mío de esta mañana es dar las gracias.
En nombre de Elena Asins, de Rafael Sanz Lobato, de Elio Berhanyer, de José Luis Sampedro, de Joan Foncuberta, de José Ramón Fernández, de Maite Carranza, de Francisca Aguirre, de Laura Casielles, de Isabel Burdiel, de Olivia de Miguel, de Selma Ancira, de Santiago Valenzuela, de Emilio Urberoaga, de Ana Borderas, del programa de radio La Estación Azul, de la Fundación CNSE para la supresión de barreras de comunicación, de las editoriales Salamandra y Libros del Zorro Rojo, de la Escuela Carampa de Circo, de Javier Latorre, de Goyo Montero, de Juan Alberto Posadas Gago, de la Orquesta Barroca de Sevilla, de los profesionales que han estado y siguen en los servicios informativos de televisión española, de Santiago Auserón, de Juan Gómez-Cornejo, de La Rous Teatro, del Grupo Español del Instituto Internacional de Conservación y en el mío propio, gracias. Gracias por dejarnos pensar que lo que hacemos tiene valor. Pero, sobre todo, gracias por fomentar que otros lo piensen. Entre ellos, a lo mejor están quienes nos sucedan en el futuro.
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