Alas de fuego
Aparece la más completa historia global de la guerra aérea en Cataluña durante la Guerra Civil
Es sin duda un momento propicio: el tema de la aviación en Cataluña durante la Guerra Civil está en el aire, y nunca mejor dicho. Justo ahora, en medio de la polémica por el posible procesamiento de los pilotos italianos que bombardearon Barcelona y cuando ayer mismo se conmemoró emotivamente el 75º aniversario de la matanza causada por sus bombas en la plaza de Sant Felipe Neri (42 muertos, la mayoría niños refugiados en los sótanos de la iglesia), aparece, en catalán, La guerra aèria a Catalunya (1936-1939), de los historiadores David Gesalí y David Íñiguez (Rafael Dalmau Editor). Se trata de una obra necesaria, completísima, extensa y bien documentada, con gran despliegue gráfico, que presenta una visión de conjunto del fenómeno, revela nuevos datos y a la vez desmonta tópicos, todo ello sin dejar de ofrecer un relato humano cargado del horror y, también, el coraje que caracterizan este tipo de guerra. En las casi 600 páginas, de la mano de los autores, dos de nuestros mejores especialistas en aviación, visitamos los frentes, la retaguardia bombardeada de las ciudades, las fábricas de aviones, los refugios, las baterías antiaéreas; subimos a los aparatos (y caemos con ellos), y conocemos a los pilotos que mataron y murieron.
Quedamos en el gran aeródromo de papel de L'Aeroteca, la imprescindible librería barcelonesa especializada en aviación. Hablamos un rato los tres sin mirarnos, con los ojos prendidos en los cientos de aviones que nos rodean (portadas y maquetas), como si fuéramos pilotos avizorando un cielo con bandidos en todas las horas. Gesalí e Íñiguez, los dos Davids que se han enfrentado al gigantesco y peligroso tema de la guerra aérea en Cataluña se dejan fotografiar junto al morro y cabina del C-47 Dakota de la librería, un aparato que tiene él también su historia: sirvió en la RAF en la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría fue ametrallado por un Mig-15 mientras se dirigía a Belgrado con, lo que hay que ver, 24 cerdos de cría.
“Hemos tratado de ofrecer una visión que muestre la complejidad de la guerra aérea en Cataluña, con todas sus variadas temáticas, la industria, los aviadores, los combates, los bombardeos, tratando por primera vez de manera conjunta los frentes y la retaguardia, que para el bando franquista no tenían ninguna diferencia”, señala Gesalí, al que no es de extrañar que los bombardeos de ciudades le ofendan especialmente pues además de historiador es... bombero. “Hemos incluido mucha información que no había sido utilizada aún”, continúa Íñiguez, “y hemos querido especialmente acabar con tópicos extendidos”.
¿Se puede hacer una historia particular de la guerra aérea en Cataluña? “Sí en tanto que es uno de los escenarios principales de la contienda, por supuesto no podemos aislar los hechos, que tienen continuidad en Aragón, Mallorca o alta mar. Pero desde luego hay una especificidad en cómo se organiza y hace la guerra aérea desde Cataluña, cómo se padece, cómo se prepara Cataluña para ella, cómo se movilizan los pilotos civiles y se democratiza la aviación; cómo se prepara una defensa moderna de las ciudades, o se implementa por primera vez una política de protección de la población contra los ataques aéreos. Encontramos por ejemplo, hasta los Fets de maig, una relación fluida entre la Generalitat, la patronal de la industria de guerra y los comités de empresa de la CNT que favorece el desarrollo de la aviación militar”. Los autores dedican un espacio a hablar de sorprendentes innovaciones tecnológicas en guerra aérea creadas en Cataluña, las malogradas Wunderwaffe catalanas como el cohete “torpedo aéreo” o el aeroplano de asalto blindado que se anticipó al Sturmovik soviético.
¿Fue Cataluña especialmente martilleada, por usar la frase de Velardi, el jefe de la aviación legionaria italiana de las Baleares? “Sin duda, porque tiene más objetivos en retaguardia que otras zonas, porque es un territorio muy industrializado y electrificado, porque tiene puertos y es un nudo de comunicaciones con Francia. Bombardearla tiene un sentido estratégico claro de aislarla del resto de España y de Francia”. ¿Tenía sentido machacar Barcelona? “La ciudad estaba llena de objetivos militares legítimos. ¿Qué hemos de decir?, ¿que no?; había razones militares para bombardear la ciudad, pero eso no quiere decir que no se hicieran bombardeos indiscriminados, y esos sí son claramente criminales. Hay que distinguir entre los ataques con finalidad militar, aunque produjeran víctimas colaterales, y los que solo perseguían matar y aterrorizar”. Los dos historiadores citan el ejemplo de los aviadores italianos del grupo de élite de los Sorci Verdi, los ratoncitos verdes, por su emblema, que atacan Barcelona el 1 de octubre de 1937 con una crudeza manifiesta, ametrallando incluso en vuelo rasante, “estilo Abisinia”, a la población que corre despavorida por las calles.
Ya que estamos con los aviadores italianos. ¿Qué opinan de la posibilidad de procesar a 21 de ellos que ha abierto un auto de la Audiencia de Barcelona? “La idea es buena, y es legítimo, pero ya les dijimos a los de Altraitalia, la organización denunciante, que habría que ir a por todos los responsables, empezando por los del régimen franquista. Fue Franco quien hizo venir a los fascistas italianos y a los nazis alemanes. Hay que tirar del hilo e ir también a por los que pidieron los aviones”. ¿Y los aviadores rusos y de otras nacionalidades que lucharon por la República? “Hay diferencias: defendían a un Gobierno legítimo y no constituían una fuerza expedicionaria compacta”.
Gesalí e Íñiguez matizan que ellos no son políticos sino historiadores y aunque sus simpatías están claras , ”explicamos las razones y no entramos a valorar la moralidad o inmoralidad de los actos. Por otro lado, es difícil evaluar la moralidad de cualquier guerra aérea. ¿Dónde está la moral de los Aliados al bombardear Dresde?”. Los autores aportan datos que modifican la idea que se tiene de algunos bombardeos. Por ejemplo, los del Masnou. “No se entiende el ensañamiento hasta que te enteras de que el imaginativo espionaje franquista creía haber identificado un laboratorio de guerra bacteriológica en la población, dedicado a infectar ratas con peste y cólera para luego lanzarlas sobre las ciudades enemigas. En realidad lo que se investigaba allí era la forma de incrementar los cultivos agrarios”.
Entre las novedades que aportan los autores está el que los mayores bombardeos de la ciudad de Barcelona no los realizaron en realidad los italianos, como cree todo el mundo, sino los alemanes de la Legión Cóndor. “Los famosos ataques de la Aviazione Legionaria de marzo del 38 fueron los que causaron más víctimas (Gesalí e Íñiguez cree que fueron una advertencia a Francia) pero en número de aviones y en cantidad de toneladas de explosivos lanzadas la palma se la llevan de largo los alemanes. Fue en enero del 39. Un verdadero fin del mundo: cinco días de ataques contra el puerto con oleadas de Heinkel He-111 (que cargan cada uno dos toneladas de bombas) e incluso, el día 21, tres bombarderos en picado Ju-87, los famosos Stukas, en su primera y única aparición en los cielos de Barcelona”.
Los autores dibujan un panorama aquellos días similar al del Blitz, el bombardeo del Reino Unido por la Luftwaffe en 1940-41, incluyendo ataques nocturnos. Mientras, los cazas republicanos que despegan desde los aeródromos del Vallès, tratan de detener al enemigo. Un espectáculo tremendo. Centenares de aviones en el cielo de la ciudad, letal dogfighting, espirales de humo. Un He-111 se estrella contra una montaña en Areyns. Entre los defensores que caen y mueren, el piloto de Moscas Sabino Cortizo y el de Chatos Mario Cuesta, que logra saltar pero que no puede ser recogido por una lancha al impedirlo miserablemente, relata un testimonio de la época, los aviones fascistas. A la Legión Cóndor la apoyan en los ataques bombarderos Savoia S-79 tripulados por españoles y otros aparatos de la Aviazione Legionaria peninsular y de las Baleares. En total, del 21 al 25 de enero, los alemanes lanzan 370.000 kilos de bombas sobre la ciudad. En sus sangrientos ataques de 1938, los italianos habían tirado solo 45.000.
En este contexto terrible, explican Gesalí e Iñíguez, se produce el único combate entre Stukas, “·el puño de acero de la Cóndor”, y cazas republicanos en España. El día 21, el piloto de Chato Francisco Alférez Jiménez (granadino residente desde niño en la calle Peu de la Creu), que ha despegado de Montmeló, se lanza detrás de un Stuka que pica contra un barco en el puerto de Barcelona. No sabe bien de qué tipo de avión se trata pero mete gas a fondo en su cola. Allá va. El Stuka sale del picado y se aleja en dirección sur siguiendo la línea de la costa. Alférez le persigue, le suelta varias ráfagas, lo toca. Ve como el avión enemigo pierde altura y aterriza en una playa, pero él tiene que dar la vuelta, falto de combustible: habrá de aterrizar de emergencia en un campo de alcachofas. Muchos años después un coleccionista adquirirá en Alemania la extravagante foto de un Stuka en la playa de Comarruga. Cuando todo el mundo se pregunta que hace un Stuka en Comarruga, Gesalí e Íñiguez lo identifican y cierran la historia del legendario derribo de Alférez.
De historias como está va lleno el libro. De hecho uno no dejaría de escuchar a los dos autores explicándolas. Una de mis favoritas es la del piloto barcelonés Francesc Viñals al que en un combate un caza Fiat le pasa literalmente por encima de su Chato: las ruedas le arrancan el estabilizador de cola y trozos de la carlinga. El aparato enemigo le pasa por delante luego como un meteoro y él le dispara mientras entra en barrena (!). Luego se enterará de que ha abatido a Carlos de Haya Martínez, una de las figuras de la aviación franquista, cuñado de García Morato. Años después, en 2006, la hija del aviador caído visitará Barcelona para conocer al hombre que abatió a su padre. El libro recoge la escena.
“Hemos querido que sea también un libro de personajes, que aparezca mucho el factor humano”, recalcan Gesalí e Iñiguez, que recuerdan especialmente en sus páginas no solo a los esforzados aviadores republicanos (dicen, parafraseando a Churchill, que “mai tants han estar tan oblidadts”) sino especialmente el papel ignorado de los esforzados mecanicos y armeros catalanes que ponían en el aire, listas para combatir, las escuadrillas leales. Otros olvidados tradicionalmente, los servidores de la artillería antiaérea republicana (Defensa especial Contra Aeronaus, DECA), también tienen su reconocimiento en las páginas del libro. En la batalla del Ebro, defendiendo pasarelas y puentes, abatirán 32 aviones y lograrán una medalla colectiva al valor.
Los autores de La guerra aèria a Catalunya no dudan en señalar en su libro que la aviación republicana también bombardeó ciudades del otro bando y en apuntar que hubo una “escalada” de los bombardeos en la que unas acciones eran represalias y venganzas por las otras. Un explosivo toma y daca, vamos. La afirmación contrasta con cierto buenísimo muy de moda que quiere ver en el bando republicano solo víctimas. Gesalí e Iñiguez escriben que el bombardeo de sant Felip Neri, del que ayer se cumplió el 75 aniversario y que se inscribió en un ataque que causó 216 muertos, “respondía al bombardeo de Salamanca por los bombarderos Katiuska” republicanos. “La secuencia de los bombardeos de represalia no ha sido estudiada aún de manera global. Este bombardeo se inserta plenamente en una cadena de otros ataques contra Valencia y Barcelona, Valladolid y Salamanca”. Se trata de “una espiral de violencia contra las ciudades, de ojo por ojo”.
Los historiadores explican incluso cómo el presidente Companys envió una nota al ministro de Defensa Indalecio Prieto el 29 de enero de 1938, el día después de que bombardeara la aviación republicana Salamanca en respuesta al ataque del 26 contra Valencia, felicitándolo por la declaración que ha hecho en la que advierte que cualquier ataque contra las ciudades republicanas sería contestado de la misma manera”.
Gesalí e Íñiguez admiten que no resultan muy políticamente correctos pero alertan contra “el victimismo absurdo” y creen que hay que resaltar que los catalanes “no fuimos ante los ataques de la aviación fascista un rebaño de corderos dispuestos para el matadero como hacen creer algunos; hubo falta de medios, sí, y la aviación republicana fue inferior por tener material escaso y menos fiable, pero también una esforzadísima, valerosa y tenaz defensa. La población resistió, la defensa antiaérea luchó, los pilotos despegaron, aún sabiendo que les esperaba el enemigo muchas veces en proporción de diez a uno, y combatieron. Se hizo lo que se pudo. Se plantó cara. Y hay que estar orgullosos de ello”.
Es posible que se empiece a tomar conciencia colectiva de ello. Los dos historiadores revelan que está muy avanzada la idea de colocar en Barcelona una placa en memoria de los pilotos republicanos en un lugar cercano al puerto que con tanto tesón defendieron. “Muchos pilotos de caza republicanos desparecieron en el mar, al ser derribados o caer faltos de combustible por haber perseguido a los bombarderos fascistas, de vuelta a sus nidos en Mallorca, más allá de sus posibilidades. Que sobrevivieran y se los recuperase era entonces muy difícil. Toda la costa catalana está llena de tumbas marinas de pilotos”.
Babelia
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