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CRÍTICA: 'INFANCIA CLANDESTINA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿De qué tratan las películas?

La historia no acaba de avanzar a través de los personajes, que en ocasiones no tienen una relación especial con la trama

Javier Ocaña
Ernesto Alterio y el niño Teo Gutiérrez Moreno, en 'Infancia clandestina'.
Ernesto Alterio y el niño Teo Gutiérrez Moreno, en 'Infancia clandestina'.

Tal y como hubiera dicho Sidney Lumet en su imprescindible ensayo Así se hacen las películas: “¿De qué trata la película?”. Y seguramente Benjamín Ávila, director de Infancia clandestina, primer largo argentino en abordar de una manera directa el tema de los montoneros (organización guerrillera de izquierdas de los años setenta), le hubiera contestado que trata sobre la complicada existencia de las familias que, tras la instauración del régimen militar, regresaron al país desde el exilio para intentar, en la clandestinidad, desestabilizar el Gobierno a base de atentados. A lo que Lumet le hubiera replicado: “Te equivocas, no debería tratar de eso; la gran clave de la película debería ser esta: ¿Quién paga las pasiones y compromisos de los padres? Ellos, pero también los hijos, que nunca escogen esas pasiones y compromisos”. Y Lumet, que se adentró en la cuestión en dos ocasiones a lo largo de su carrera, en Daniel y en Un lugar en ninguna parte,como casi siempre, hubiera tenido razón.

'Infancia clandestina'

Dirección: Benjamín Ávila.

Intérpretes: Teo Gutiérrez Moreno, Natalia Oreiro, Ernesto Alterio, César Troncoso, Cristina Banegas.

Género: drama. Argentina, 2011.

Duración: 111 minutos.

Porque Ávila, hijo de montoneros, se despista demasiado en su relato autobiográfico y apenas aborda esta cuestión: ¿Qué derecho tenían los guerrilleros para obligar a sus hijos a tal vida? Solo lo hace en una secuencia, y no a través del chico, sino de su abuela.

No son pocas las escenas y tramas de la película más cercanas a un costumbrismo tipo Cuéntame que a un verdadero análisis político-social. Y la historia no acaba de avanzar a través de los personajes, que en ocasiones no tienen una relación especial con la trama. Como diría de nuevo Lumet, “esa historia concreta podría haber ocurrido a mucha gente” (de hecho casi podría ser Kamchatka), porque no deja de ser una película de descubrimiento, del fin de la inocencia, del primer amor, como otra cualquiera.

Casi cada secuencia dura un par de minutos más de lo que debería

La clave del relato de amor infantil no es que él se tenga que ir cuando sus padres huyen, como una simple mudanza, sino que se va porque sus padres van pegando tiros y poniendo bombas; con objetivos sociales seguramente acertados, pero con métodos discutibles, al menos. Y en eso nunca se indaga del todo. Algo que, además, quizá forzado por el mantenimiento del punto de vista del niño, casi nunca se ve. Y cuando lo hace, de una forma bellísima, eso sí, es por medio de dibujos no animados, con cambios constantes de plano, a ritmo de viñeta, con lo que desde luego se rebaja la ambigüedad del comportamiento. Un problema al que habría que sumar otro más, no menos importante, y quizá imperceptible para los no especialistas: casi cada secuencia dura un par de minutos más de lo que debería; por reiteración de la situación y del diálogo, por el mal manejo del tempo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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