Horacio Coppola, el fotógrafo que captó ese qué sé yo de Buenos Aires
Muere a los 105 años Horacio Coppola, el gran retratista de la capital argentina Dejó un consejo: "A veces, las cosas están ahí. Solo hay que saber mirar"
Hay algo en Buenos Aires que uno capta, percibe, siente y huele pero suele diluirse cuando se intenta describir. Es ese qué sé yo de las tardecitas, ¿viste?, pero también de las mañanas y las noches porteñas, el contraste entre lo viejo y lo nuevo, el cinismo y el ansia de vida de su gente, el ajetreo y la parsimonia. Este lunes murió a los 105 años Horacio Coppola, el hombre que supo retratar todo eso con una Leica. Fue el gran retratista del Buenos Aires de los años treinta, cuando era impensable concebir aquellas calles como objeto de arte. Fue también esposo de la gran fotógrafa Grete Stern, con la que tuvo dos hijos, y amigo de Jorge Luis Borges. Contaba su vida así: "Nací el 31 de julio de 1906, en el dormitorio de mis padres, en el 2º piso de la casa construida en 1901, proyectada y dirigida por mi padre: Corrientes, 3060. Comencé mi vida como décimo miembro en el seno de una familia de adultos. Me ofrecieron una plural iniciación y paralelamente aprendí a caminar y a hablar, a escuchar música, a cultivar plantas y a cortar flores, a ser artesano en el más amplio y diverso manejo de instrumentos, incluida ¿a su tiempo? la cámara fotográfica, a criar y convivir con pájaros y la más variada clase de animales, a leer y escribir y manejar periódicos y libros y a conocer la existencia de idiomas: genovés, italiano, francés, en el marco del ejercicio del criollo; la mecánica, las artes, la ciencia, la literatura. Mi hogar: un mundo organizado, ya cumplido".
En 1929, con 23 años fundó el primer cine club de Buenos Aires - "El cine es la base de mi formación autodidacta", escribió, "el cine era un niño cuando yo era un pibe en apuros"-. Viajó a Europa, estudió en la Bauhaus de Weimar, conoció a su primera esposa, Grete Stern, rodó algunas películas. A principios de los sesenta se metió a fondo en las fotos en color y al morir en 2004 su última esposa, Raquel Palomeque, se recluyó en su departamento y fue abandonando la fotografía.
“A través de su contacto con Stern, que había estudiado mucho más tiempo que él en la Bauhaus, modernizó el diseño y la publicidad en la Argentina de los años cuarenta”, comenta el fotógrafo argentino de 71 años Ricardo Sanguinetti. “Después desarrolló una visión muy moderna en la Europa de los años sesenta. Hacía el barrido con la cámara, con el objetivo, encuadres muy subjetivos donde se le daba más importancia al diseño de la luz… Para la época en que lo hizo no era nada frecuente”.
“Siempre me resultó un hombre muy agradable, muy sociable, muy formado”, continúa Sanguinetti. “En su casa de la periferia de Buenos Aires los libros llegaban casi hasta el techo. Allí se juntaba con Macedonio Fernández y con Borges. Pero esa generación de fotógrafos a la que él pertenecía fue rescatada de su olvido en los últimos 20 años. Hubo una época en la que se les conocía, pero no se había hecho un estudio serio de su obra”, añade Sanguinetti.
Cuando hace dos años le preguntaron cómo veía la fotografía del futuro, Coppola contestó que más o menos como la de ahora, porque no requiere mucha técnica. “Lo que importa es la cabeza y el ojo”, precisó.
Cuando era niño acompañaba a su padre por las noches a cerrar la puerta de calle. Tras los visillos se quedaba observando el bar de enfrente. “Mi aventura primera: mirar por las rendijas la perspectiva geométrica de mesitas, tacitas blancas, los perfiles de siluetas negras de espaldas y con sombreros. En el fondo, una ventana. En ella gesticulaba la vida su mágico claroscuro devenir”.
Murió en su ciudad el gran retratista de Buenos Aires, ¿viste? Hacía tiempo que ya no le sorprendía nada de sus calles y no tenía nada que fotografiar. Para el próximo artista que pretenda captar ese qué sé yo, dejó un consejo : “A veces, las cosas están ahí, otras hay que esperarlas. Solo hay que saber mirar”.
Babelia
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