Retrato del tímido
La máquina de reír. Cuando escribía con mono azul, en la calle Caponata de Barcelona, García Márquez tenía 43 años y ya era tan famoso como Cien años de soledad. Era, como dijo en 1966 Luis Harss, el argentino que estableció el primer canon del boom, “un hombre escrupuloso, intenso, voluble, que hará cualquier cosa para llegar a la gente, para que lo quieran, como dice, hasta escribir libros”. Y no había vencido, desde Aracataca, una timidez que combatía encerrándose. Cuando abría la casa, en Barcelona, había inventado un artilugio para simular que aquella timidez no le impedía aparecer como unas castañuelas. Era una máquina de reír que se accionaba en cuanto Mercedes, su mujer, o él mismo le abrían la puerta al visitante.
La conversación y el sueño. Ya no es el conversador que fue, pero eso sucede desde hace rato. Se rodea de los suyos, entre los cuales hay media docena de fieles que siempre han estado cerca, como Álvaro Mutis, que le dio a leer a Juan Rulfo. “Esto es lo que tiene usted que escribir”. Como conversador es más bien un introductor un preguntador. “Ven acá…”, dice, y suelta un asunto; luego ya pasea por las nieblas de sus otros pensamientos. Hasta que al final, satisfecho o quizá aburrido, introduce otro tema: “Oye, ven acá…”.
“Yo no quiero estar”. Nunca le gustó que le hicieran estar donde no quisiera. Quiere a sus amigos, los aplaude (adelantando las manos más allá de los palcos, como hace, por cierto, el actual director del Cervantes, Víctor García de la Concha) y los acompaña. A Carlos Fuentes vino a aplaudirlo así cuando al novelista mexicano le dieron el premio Príncipe de Asturias. Y acepta escribir fajas para algunos muy insistentes. Y siempre repite lo mismo: “Este es el libro que a mí me hubiera gustado escribir”. Cientos creen que la concibió solo para ellos… Uno de sus editores le recuerda gritar de rabia cuando se vio en la tarjeta de la presentación de un libro de uno de sus amigos: “¡¡¡Yo no quiero estar ahí!!! ¡Yo no quiero estar ni ahí ni en ninguna parte!”.
Autorretrato. Esto es de febrero de 1982, escrito aquí, en EL PAÍS: “He dicho por todos los medios que no participo en actos públicos, ni pontifico en la cátedra, ni me exhibo en televisión, ni asisto a promociones de mis libros, ni me presto para ninguna iniciativa que pueda convertirme en un espectáculo”. No lo hace por modestia, sino por algo peor, añadió: “Por timidez”. Y por timidez hacía que riera aquella máquina infernal cuando pasabas el umbral de su casa.
Babelia
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