La lamprea, una vampiresa de agua dulce
Un pez poco agraciado y sin espinas, la lamprea se asemeja a las anguilas debido a su falta de escamas y a su piel escurridiza
No es una especie en particular, sino un orden de peces agnatos, es decir, sin mandíbula; por lo cual, decir lamprea es abarcar alrededor de 40 especies en el mundo. Pero aunque se trate de un pez sin mandíbula, la lamprea se nos presenta con una dentadura aterradora y una boca circular en forma de ventosa que se queda pegada a las presas, raspando su carne y sorbiendo su sangre como si se tratase de un vampiro de agua dulce. Son el origen de los vertebrados y Alvaro Cunqueiro quiso ver rellena de lamprea la empanada del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago.
Su bocado se remonta a siglos atrás y Plinio el Viejo nos cuenta en su Historia Natural cómo “Cayo Hirio prestó de su piscina, solamente para las cenas triunfales del César, seis mil lampreas, que no quiso vender ni cambiar por ninguna otra mercancía”, dando a entender lo exquisito de su carne jugosa de sangre; una delicatessen.
Con todo, ver por primera vez una lamprea en su hábitat natural puede hacer que nuestras redes neuronales sufran un colapso pasajero ante una criatura tan antigua como el mundo. Si a esto le añades un estómago poco templado, se hará difícil que puedas sentarte a comer un plato de lamprea sin presentar arcadas. Pero, volvamos a los tiempos de Plinio, porque en el lecho del Miño los romanos levantaron una suerte de trampas de sillería para cercar a los peces.
En tales pesqueiras quedaban atrapadas las lampreas que eran llevadas en vasijas a Roma para el disfrute de los paladares más exigentes. Hay leyendas que hablan de estanques de lampreas donde se castigaba a los esclavos sumergiéndolos vivos y, ya puestos, Torrente Ballester en La saga/fuga de JB nos presenta las lampreas del Baralla cuya calidad dependía del número de personas que se habían ahogado en el citado río.
Siguiendo la tradición de aquellos tiempos, la pesca de lamprea en el Miño se ha convertido en un ritual. Ahora, por estas fechas, ascienden las lampreas por el Miño dispuestas a desovar. Durante algo más de un mes depositan sus huevas y luego mueren. Resulta curioso el ciclo vital de estos peces antiguos, pues, dos semanas después del desove, nacen las larvas o ammocoetes, las cuales van a pasar unos cinco años bajo la tierra del río antes de alcanzar el mar. Será en las aguas saladas donde van a vivir un par de años más antes de volver de nuevo al río a desovar. Durante el tiempo que pasan en el mar viven del parasitaje de otros peces.
La lamprea es uno de los pocos vestigios prehistóricos que quedan, un animal que remonta los ríos para seguir el rito ancestral de la vida y de la muerte, un ser mitológico que forma parte del folclore gallego y que, según Álvaro Cunqueiro, “trae en su carne la canela de los bosques submarinos, y acaso por el sabor de la lamprea sepamos el de los besos de las sirenas”.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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