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¿Memorias borradas o inaccesibles? Este es el motivo por el que no recordamos nuestra vida cuando éramos bebés

Un estudio sugiere que los niños sí pueden almacenar recuerdos, pero con el paso de los años perdemos la capacidad de recuperarlas

Motivo por el que no recordamos nuestra vida cuando éramos bebés
Daniel Mediavilla

En los primeros años de vida se produce un aprendizaje explosivo, pero, paradójicamente, es raro recordar algún fragmento de nuestra existencia antes de los tres años. Y no suele haber memorias completas hasta los seis. Hay gente que asegura recordar el momento en que se lanzó a sus primeros pasos o cómo estaba en la cuna mientras su madre le hacía carantoñas, pero se trata, con casi total seguridad, de recuerdos falsos, recreaciones hechas después de ver fotos o con la ayuda de gente adulta que estuvo allí. Como han mostrado en muchas ocasiones los estudiosos de la memoria, esta capacidad se parece poco a un sistema de grabación que recoge la realidad y más a la construcción de un relato que nos ayuda a tener una identidad con la que adaptarnos mejor a la vida.

A principios del siglo XX, Sigmund Freud bautizó a esta falta de memoria como amnesia infantil y la atribuyó a la represión de los recuerdos relacionados con la sexualidad o la agresividad de los niños que no son aceptables en una mente civilizada. Desde entonces, ha habido esfuerzos para explicar esta ausencia de recuerdos, que algunos, como Freud, lo explican por un formateo posterior, aunque no necesariamente por el efecto represivo de la cultura, y otros atribuyen a la incapacidad del cerebro infantil para formar memorias.

Esta segunda hipótesis se basa en que las distintas regiones del hipocampo están conectadas por lo que se conoce como circuito trisináptico, una ruta neuronal que aún está inmadura en el cerebro del niño. Esto haría que el hipocampo no pudiese codificar información episódica, la capacidad que después nos permite recordar experiencias personales en lugares y momentos concretos. Además, esta idea parecía reforzada por la observación de que los niños tienen una capacidad de memorizar tan limitada como los adultos que tienen amnesia porque tienen dañado el hipocampo.

Este jueves, un artículo que publica la revista Science añade información para refutar esta hipótesis y sugiere que los niños forman recuerdos, pero después, cuando se hacen mayores, no pueden recuperar.

Una de las hipótesis para explicar la amnesia infantil es que la parte del cerebro que guarda las memorias, el hipocampo, aún no se ha desarrollado del todo antes de la adolescencia y no permite codificar recuerdos. Sin embargo, un equipo liderado por investigadores de la Universidad de Yale (EE UU) ha visto que eso no es así. Los autores del estudio, que han desarrollado técnicas novedosas para poder realizar este tipo de experimentos con bebés, mostraron imágenes de caras, objetos o escenas a niños de entre 4 meses y dos años y los monitorizaron con fMRI. Después, siguiendo con la monitorización para medir la actividad neuronal, volvieron a enseñarles los mismos objetos junto con otros que no habían visto nunca.

Cuando los bebés habían observado previamente un estímulo, se esperaba que lo miraran con mayor atención al volver a presentárselo. En el experimento, al enseñarles dos imágenes —una novedosa y otra ya conocida—, si el niño fijaba más la mirada en esta última, los investigadores concluían que la reconocía como familiar. Con esta hipótesis, trataron de ver si la actividad del hipocampo se podía relacionar con la memoria de los bebés. Cuanto mayor había sido la actividad de esa región del cerebro del niño cuando le enseñaban la imagen por primera vez, más tiempo se quedaban mirando la misma imagen cuando se la enseñaban más tarde, lo que sugiere que se había guardado información en esa región del cerebro.

La pregunta que se hacen investigadores como Nick Turk-Browne, autor principal del estudio, es dónde quedan esos recuerdos que se forman, pero que nunca recuperamos. Una de las posibilidades es que se guarden en una memoria efímera, pero también existe la opción de que estén en nuestro cerebro, aunque ya no se puede acceder a ellas. Para averiguarlo, Turk-Browne y sus colaboradores están poniendo a prueba la memoria de los niños con vídeos tomados desde su punto de vista. Lo que muestran los resultados preliminares es que las memorias formadas durante la primera infancia están ahí, pero se van desvaneciendo antes de los seis años.

El investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante Santiago Canals reconoce la pericia de los investigadores que hoy publican en Science para realizar experimentos con niños, pero cree que no ofrecen respuestas a las incógnitas que había antes de la publicación de este estudio. “Ya había evidencia de que los niños almacenan memorias. Hay una respuesta condicionada en bebés de uno o dos años, que en un contexto tienen una reacción, como cuando les metes en una cuna y sonríen, o en el reconocimiento de objetos familiares o la imitación de cosas que hacen sus padres o madres y lo imitan tiempo después. No quedaba mucha duda de que los niños aprenden y que, después, olvidan”, resume Canals. No se responde a la pregunta sobre el destino de estas memorias, si desaparecen poco a poco o sucede algo que hace que, aunque esos recuerdos de la primera infancia sigan en nuestro cerebro adulto, sea imposible recuperarlos.

Nick Turk-Browne reconoce que las respuestas a estas preguntas aún son hipótesis. “Una incapacidad para recuperar recuerdos podría sugerir que al hipocampo no se le está enviando la información correcta para acceder a las memorias infantiles, posiblemente debido a otros cambios en la forma en que el cerebro procesa las experiencias”, señala. “Por ejemplo, a medida que adquirimos lenguaje, conceptos y habilidades, un mismo evento, como ir a casa de los abuelos, podría procesarse de manera muy diferente en un niño mayor o un adulto que en un bebé. Este procesamiento distinto podría significar que el hipocampo no recibe los “términos de búsqueda” adecuados para encontrar la memoria tal como se almacenó, basada en la experiencia que tuvo el niño en su momento”, elabora el profesor de psicología de la Facultad de Artes y Ciencias de Yale y director del Instituto Wu Tsai de Yale. En el futuro, especula, quizá se podría aspirar a recuperar las memorias infantiles centrándose en recuerdos con contenidos procesados de forma similar en la infancia y etapas posteriores, como olores o rostros, y evitando contenidos procesados de manera distinta, como el lenguaje hablado o escrito, que es ajeno a los bebés.

Aunque la posibilidad de recuperar esos recuerdos tempranos sigue siendo un desafío lejano en humanos, estudios con ratones han logrado avances significativos. En 2023, un equipo del Trinity College de Dublín publicó en Science Advances un experimento en el que, mediante técnicas invasivas —éticamente inviables en personas—, marcaron las neuronas específicas donde se codificaba el recuerdo de un laberinto en ratones durante su etapa infantil. Estos aprendían a escapar del laberinto, pero semanas después, al alcanzar la edad adulta, habían olvidado la solución. Sin embargo, al estimular con luz las neuronas que originalmente almacenaron el recuerdo en su infancia, los investigadores lograron reactivar la memoria perdida, permitiendo a los ratones recuperar el conocimiento de cómo salir del laberinto. “Aunque este tipo de estimulación directa del hipocampo para reactivar recuerdos no será posible en humanos a corto plazo, podrían existir otras formas [de hacerlo], si es que aún persisten”, plantea Turk-Browne.

El estudio publicado este jueves tampoco permite saber cuánto tiempo persisten los recuerdos infantiles más allá de los minutos medidos por los investigadores, aunque se cree que estos recuerdos podrían mantenerse hasta los seis o siete años. Después, las necesidades de la vida adulta y los aprendizajes que nos permiten salir de la infancia, como el lenguaje escrito o el pensamiento abstracto, convierten las memorias infantiles en un territorio inaccesible.

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Sobre la firma

Daniel Mediavilla
Daniel Mediavilla es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Antes trabajó en ABC y en Público. Para descansar del periodismo, ha escrito discursos. Le interesa el poder de la ciencia y, cada vez más, sus límites.
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