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“No puedo esperar a poseerte”: halladas cien cartas de amor enviadas a marineros franceses del siglo XVIII

Más de un centenar de misivas enviadas por amantes, esposas y madres en 1757 ofrecen una visión sobre la comunicación en tiempos de guerra y el papel de la mujer en la época

Los tres legajos de cartas, antes de ser abiertos.
Los tres legajos de cartas, antes de ser abiertos.The National Archives Renaud Morieux
Enrique Alpañés

“Podría pasar la noche escribiéndote… Soy tu esposa para siempre fiel. Buenas noches, mi querido amigo. Es media noche. Creo que es hora de descansar”. Marie Dubosc escribió estas palabras de amor a Louis Chambrelan, primer teniente del Galatée, un buque francés, en 1758, durante la Guerra de los Siete Años. Él nunca las llegó a leer. Su barco fue apresado por los ingleses, las cartas fueron incautadas por la Marina Real Británica. Marie murió al año siguiente en El Havre, Normandía. Louis fue liberado, se volvió a casar y regresó a Francia. “No puedo esperar a poseerte”, escribió Anne Le Cerf a su marido Jean Topsent, suboficial del Galatée. Firmó “Tu obediente esposa Nanette”, un apodo cariñoso, casi picante. Encarcelado en Inglaterra, Topsent nunca recibiría esta confesión pasional.

En su lugar la leería, 263 años más tarde, Renaud Morieux, profesor de la Facultad de Historia de la Universidad de Cambridge. “Fue algo muy emocionante”, confiesa en videollamada. “Hay algo de voyeurismo, pero también es trágico. Estas líneas nunca fueron leídas por las personas a las que estaban destinadas”. Las cartas fueron llevadas al Almirantazgo en Londres, donde acumularon polvo durante más de dos siglos, hasta que fueron trasladadas a los Archivos Nacionales de Kew. Morieux estaba haciendo un trabajo sobre prisioneros franceses en Inglaterra, así que buscando en el archivo, se topó con las cartas. “Había tres legajos unidos por una cinta. Las cartas eran muy pequeñas y estaban selladas, así que le pregunté al archivero si podía abrirlas”, explica. Sí, podía.

Morieux pasó meses estudiando y descifrando 104 cartas enviadas a los marineros franceses del Galatée. Acaba de publicar sus hallazgos en la revista Annales Histoire Sciences Sociales. Lo de descifrar no es una exageración, explica. Enviar una carta era caro en el siglo XVIII y la comunicación, poco fluida; así que los remitentes garrapateaban letras apretujadas, llenando cada centímetro del costoso papel. Además, estos son escritos populares, la forma de plasmar las palabras, muchas veces, no atiende a la ortografía, sino a la fonética. Así que para entenderlas tuvo que declamar en voz alta palabras de amor, secretos familiares y cotilleos del pueblo.

Para reconstruir la historia también acudió a registros de las iglesias de Normandía, de donde provenía el grueso de la tripulación. Allí constató matrimonios, muertes y nacimientos. También rastreó en webs de árboles genéticos y en el registro de marineros del barco, hasta identificar a una veintena de los 200 que se enrolaron.

La carta de amor de Nanette a su marido, Jean
La carta de amor de Nanette a su marido, JeanThe National Archives

Casi el 60% de las autoras de estas cartas son mujeres, algo destacable en una época en la que la mayoría de documentos eran escritos por hombres. “Esto hace que se trate a las mujeres como actores de la historia, no solo como sujetos pasivos”, reflexiona Morieux. “Y se descubren como personas con mucho margen de maniobra en el sentido económico, en el político, en el familiar. Así, por ejemplo, estas mujeres presionaron a los gobiernos para obtener la liberación de sus maridos e hijos. Escribían a las autoridades. Hacían cola frente a las oficinas de la Armada francesa, diciendo: ‘Todavía no hemos recibido noticias de nuestros maridos”.

Los mensajes dan una visión íntima sobre los amores, las vidas y las disputas familiares de la sociedad francesa en su conjunto, desde campesinos ancianos hasta esposas de oficiales adinerados. Había cartas de amor como la de Marie, o subidas de tono como la de Nanette. Y había otras que decían estar hasta el moño de tanto romanticismo.

Marguerite, de 61 años, escribió a su hijo, el joven marinero Nicolas Quesnel, en un texto lleno de envidias, reproches y chantajes emocionales. “El primer día del año le has escrito a tu prometida”, arrancaba. “Pienso más en ti que tú en mí. […] En cualquier caso te deseo un feliz año nuevo, lleno de bendiciones del Señor. Creo que estoy camino de la tumba, llevo tres semanas enferma. Felicita a Varin [un compañero de barco], solo su esposa me da noticias vuestras”. Unas semanas más tarde, la prometida de Nicolas, una tal Marianne, le escribió pidiéndole que mandara una carta a su madre de una vez, que estaba sana, pero muy pesada y que esto le ponía en una situación incómoda. Nicolas Quesnel sobrevivió a su encarcelamiento en Inglaterra y, según descubrió Morieux, se unió a la tripulación de un barco transatlántico de comercio de esclavos en la década de 1760.

La carta de Marguerite a su hijo, Nicolas Quesnel, en la que le echa en cara que escriba a su prometida y no a ella.
La carta de Marguerite a su hijo, Nicolas Quesnel, en la que le echa en cara que escriba a su prometida y no a ella.The National Archive

“Estas cartas tratan sobre experiencias humanas universales, no son exclusivas de Francia o del siglo XVIII”, señala el profesor. La Historia, en singular y con mayúscula, se compone de centenares de historias, plurales, minúsculas y humanas. En ocasiones ambas se entremezclan. “En las cartas hay noticias familiares, cosas muy íntimas, pero también conexiones con la gran historia. Una carta menciona que España ha declarado la guerra a Inglaterra, y habla sobre una posible inflación, sobre el precio de los alimentos”. En esta época, señala el experto, los periódicos no tenían mucha difusión, y las cartas eran también medios de comunicación.

Quizá por esto, el historiador destaca la mezcla de lo privado y lo público en estos escritos. Podía haber frases pasionales (hay un par de cartas subidas de tono), pero muchas veces era otro el que la escribía porque la autora era analfabeta. O se mezclaban con saludos a la madre o al vecino. “Te preguntas por qué no se autocensuraron en algún momento, pero muy a menudo sabían que igual era la última oportunidad que tenían de hablar con su ser querido”, explica el investigador. En este sentido, el historiador señala que estas relaciones epistolares no eran bidireccionales, sino casi sociales, compartidas. Como si fuera un muro de Facebook: un lugar en el que hablar de política, declararse amor eterno y mandar recuerdos a los primos.

Los tres legajos analizados por el profesor Morieux son excepcionales por su valor humano, pero andan lejos de ser únicos. La Armada británica no solo confiscó las cartas del Galatée. Hizo lo mismo con otros 35.000 barcos, entre ellos muchos españoles. Montañas de sobres permanecieron olvidados durante siglos en las dependencias del Gobierno británico, una especie de almacén de cartas muertas. Se conocen como los Prize Papers y solo en los últimos años han empezado a catalogarse y digitalizarse, revelando un mosaico de vidas privadas con sus grandezas y miserias. Archiveros de los Archivos Nacionales británicos y un equipo de investigación de la Universidad Carl von Ossietzky de Alemania trabajan en un proyecto conjunto, cuya duración prevista es de dos décadas. La idea es abrir y liberar las historias de más de 160.000 cartas para hacerlas de libre acceso y fácil búsqueda en línea. “Hay muchas cartas sin abrir”, confirma Morieux. “Muchas historias que aún esperan ser leídas por alguien”.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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