La primera gran guerra europea tuvo lugar en el norte de la Península hace más de 5.000 años
La cuarta parte de los centenares de restos de un enterramiento masivo en Álava tienen heridas provocadas por mazas, flechas o piedras
Mientras trabajaba para ampliar un camino cercano a Laguardia (Álava), una excavadora dejó al descubierto en 1985 un enterramiento masivo. Había miles de huesos que llevó un tiempo ordenar. Los restos estaban apelotonados, mezclados y en posiciones antinaturales. Los primeros que los estudiaron mantuvieron que se trataba de una fosa común a la que arrojaron a las víctimas de una masacre. Entonces, la idea de que en el Neolítico, hace miles de años, hubiera conflictos a gran escala, no era muy aceptada entre los arqueólogos y prehistoriadores. Ahora, la revisión de aquella osamenta con las técnicas forenses actuales apunta en otra dirección: los allí enterrados son los que murieron en la que podría ser la primera gran guerra de Europa.
En el refugio, frente a la ermita de San Juan Ante Portam Latinam, contaron finalmente a 338 personas. Aunque hay mujeres y niños, la mayoría son hombres, en especial jóvenes. Datados mediante radiocarbono, los arrojaron allí hace entre 5.000 y 5.400 años, en la parte final del Neolítico europeo. La investigación, cuyos resultados han sido publicados en Scientific Reports, muestra que la cuarta parte de ellos tienen fracturas en sus cráneos o, directamente, agujeros provocados por un fuerte golpe con un objeto contundente. La mayoría de los que presentan estos traumas craneales son los hombres jóvenes y adultos y muchos de ellos tienen varias heridas. En algunas, el hueso muestra signos de cicatrización, evidencia de que sobrevivieron a ellas. Pero la mitad de las marcas no habían cicatrizado.
La investigadora Teresa Fernández, de la Universidad de Valladolid y primera autora de esta investigación, estudia la violencia en el pasado apoyada en la osteoarqueología, el estudio de los huesos prehistóricos. “En San Juan Ante Portam Latinam encontramos muchas heridas sin cicatrizar, es decir, perimortem. Puede que lo que les matara fuese una herida en el bazo, pero murieron sin que cicatrizaran las de la cabeza”, comenta Fernández. Este es uno de los elementos claves del trabajo. Cuando en el siglo pasado se hicieron los primeros estudios del yacimiento, ya se observaron restos con traumas craneales, “pero solo uno sin cicatrizar”, recuerda la investigadora. Desde entonces, se han descubierto varios enterramientos de origen violento en diversas partes del mundo, en especial en Europa, que han avivado el estudio de la violencia en la prehistoria. Así que decidieron volver a analizar los cuerpos con el apoyo de las modernas técnicas forenses.
Encontraron que 78 de los allí arrojados (no era un enterramiento como tal) tenían heridas craneales, casi la mitad sin cicatrizar, lo que indica que murieron al ser heridos o poco después. Pero, como destaca la arqueóloga, “los muertos por violencia debieron ser más”. Una herida mortal en el corazón podría dejar su marca en las costillas o el esternón, pero ninguna en el hígado o los riñones, órganos también vitales, o en los intestinos y morir desangrado. En el yacimiento se encontraron decenas de hojas de sílex, a modo de puñales, también había hachas y otras armas de hueso que podrían ser de los enterrados. Aún no se había descubierto la metalurgia en esta parte del mundo, así que eran todas de piedra y huesos. Pero había además medio centenar de puntas de flecha. Aunque no han podido analizar todas con detalle, la mayoría muestran un desgaste en sus contornos que indican que fueron usadas. Además, las encontraron entremezcladas con los huesos. Y para terminar, hay una decena de muescas en cráneos y huesos que encajan con mano en guante. Es decir, eran flechas del enemigo clavadas en los cuerpos. En conjunto, no hay otro yacimiento de la prehistoria europea con tantas lesiones provocadas por flechas. “En general, se estima que hasta un 50% de las muertes de forma violenta no dejan marca en los huesos”, recuerda Fernández.
“Se estima que hasta un 50% de las muertes de forma violenta no dejan marca en los huesos”Teresa Fernández, arqueóloga de la Universidad de Valladolid
La primera vez que se descubrió la marca de una flecha en los huesos de San Juan Ante Portam Latinam fue en 1999, en un trabajo liderado por el antropólogo forense de la Universidad del País Vasco Francisco Etxeberria. “La mayoría de los prehistoriadores de entonces se nos echaron encima. Sin embargo, fuimos viendo más casos y estaba claro que este yacimiento era atípico y la mayor evidencia de violencia de la prehistoria”, dice este médico, que ha participado en algunas de las autopsias más conocidas de los tiempos recientes, desde las de Lasa y Zabala, hasta la de Pablo Neruda, pasando por la de los hijos de José Bretón o varias inhumaciones de fosas de la Guerra Civil. “Al menos logramos que, desde entonces, se empezara a pensar que las puntas de flecha halladas en otros enterramientos no eran ofrendas o parte de un ajuar funerarios, es que fue lo que les mató”, destaca el forense vasco y eso mismo fue lo les llevó a revisar su propio trabajo en San Juan Ante Portan Latinam casi 25 años antes.
“Lo primero a tener en cuenta es que no es lo mismo un hueso roto que uno fracturado por una lesión traumática en tejido fresco y eso queda grabado”, cuenta Etxeberria, que se ha apoyado en la antropología forense de los casos judiciales para intentar saber de qué y cómo murieron aquellas personas. “No es un dolmen ni una cueva. Es como si los hubieran enterrado de forma precipitada. ¿Todos el mismo día? No lo sabemos, pero sí son de un conflicto continuado”, sostiene el científico. Por desgracia, la datación por radiocarbono no les ha permitido estrechar el margen temporal, así que nada impide pensar que murieron todos en una única batalla, pero tampoco se puede descartar que lo hicieran en batallas sucesivas “en cuestión de meses, como mucho años”, apostilla su colega Fernández.
Es como si los hubieran enterrado de forma precipitada. ¿Todos el mismo día? No lo sabemos, pero sí son de un conflicto continuadoFrancisco Etxeberria, antropólogo forense de la Universidad del País Vasco
Al bajar al detalle, se va reforzando la idea del conflicto bélico. Aunque muchas de las heridas fueron provocadas por flechas lanzadas a distancia o por los puñales de sílex, quizá lanzados desde un venablo, “varios de los traumas en la cabeza tienen un patrón característicamente redondo, con hundimiento del cráneo”, cuenta Etxeberria. De su práctica forense, sabe bien distinguir la marca que dejan los distintos objetos. “No es la de un martillo, más bien podría ser la de una maza [como las encontradas en el yacimiento] o de piedras”, añade. La mayoría de los traumas craneales se encuentran en las partes lateral y frontal de la cabeza, casi siempre por encima de lo que los forenses llaman la línea del ala del sombrero (hat brim line, HBL, en la jerga en inglés), Así que debieron ser provocadas en una lucha frontal, cuerpo a cuerpo. Pero la mitad de los golpes laterales fueron en la parte derecha de la cabeza. Así que la mitad de los atacantes o eran zurdos o también llegaron por la espalda. Todas las pistas dibujan una o más batallas a muerte con decenas, quizá centenares de combatientes.
Hasta ahora, se creía que la primera gran guerra, mejor dicho, la primera gran batalla, tuvo lugar en las riberas del río que atraviesa el valle de Tollense, en el actual Estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental (Alemania) hace unos 3.275 años. Eso la ubica en los inicios de la Edad del Bronce europeo. Lo que sucedió en San Juan Ante Portam Latinam fue casi 2.000 años antes. En el yacimiento alemán ya han desenterrado centenares de cuerpos, aunque se cree que podrían superar el millar.
En el enterramiento alavés aún quedan muchas incógnitas. Una de ellas es la presencia de niños y mujeres, algunos de ellos con marcas de muerte violenta. Los investigadores no las tiene todas consigo para explicar su presencia. Fernández plantea una posibilidad: “Aquí tenemos muchos más adolescentes que en Tollense, lo que podría deberse a que las batallas previas pudieron diezmar a los hombres adultos y había que reemplazarlos. Si tuvieron que recurrir a los adolescentes, ¿por qué no a las mujeres?
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