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60 años del gran discurso de Kennedy: cuando EE UU decidió ir a la Luna porque “no era fácil”

La apuesta del presidente de EE UU era llegar al satélite antes de 1970 y batir a la Unión Soviética, tras tantas humillaciones en la carrera espacial desde la época del Sputnik

El presidente Kennedy pronuncia su discurso "Elegimos ir a la Luna", en la Universidad Rice (Texas), en 1962.Foto: NASA
Rafael Clemente

El primer vuelo del programa Artemis, por ahora pospuesto hasta octubre, coincide con los 60 años del famoso discurso del presidente John F. Kennedy en la Universidad de Rice (Texas) en la que renovó su compromiso con la frase “escogimos ir a la Luna no porque fuera fácil, sino porque es difícil…”. Por alguna razón, esta intervención se ha convertido en un clásico, más citada incluso que el propio anuncio con el que había presentado su proyecto en el Capitolio un año antes.

El origen de la aventura lunar puede establecerse en abril de 1961, pocos meses después de su toma de posesión. En solo una semana, Kennedy se encontró con crisis internacionales, nuevos conflictos raciales en el sur, el lanzamiento espacial de Yuri Gagarin y el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, una operación heredada de la administración Eisenhower. Es famoso el memorándum que dirigió el 20 de abril al vicepresidente Lyndon B. Johnson en que él preguntaba, con cierto aire exasperado “¿Hay algo en lo que podamos ganar a los rusos?”

Johnson consultó con varias personalidades, como presidentes de instituciones académicas, militares y grandes conglomerados industriales. La conclusión fue que Estados Unidos tenía las de perder tanto si se embarcaba en una carrera por construir una estación espacial como en un viaje de circunvalación a la Luna. La única opción viable sería intentar un alunizaje. Era una operación tan complicada que de nada serviría la innegable ventaja que llevaba la Unión Soviética. Ambos contendientes partirían prácticamente de cero.

Así, fue como el 25 de mayo de 1961, ante una sesión conjunta de ambas cámaras, Kennedy propuso que el país se comprometiese a enviar un hombre a la Luna. Este planteamiento ha sido objeto de muchos análisis en escuelas de negocios. Establecía sin ambages qué hacer (ir a la Luna y volver), cuándo (antes de 1970) y cuánto costaría (lo que fuera necesario; si no, mejor no intentarlo). La cifra se había estimado en 10.000 millones de dólares. Se quedaría muy corta.

La NASA no perdió el tiempo. Para el siguiente ejercicio fiscal su presupuesto se había triplicado y aún crecería más en años sucesivos. Aún no existía la mayoría de instalaciones necesarias para el programa Apolo: ni el edificio de montaje, ni las plataformas, ni la red de seguimiento, ni siquiera el centro de control de Houston. Pero el equipo de Werner von Braun ya estaba a punto de probar su primer cohete Saturn-I, predecesor del que algún día llevaría hombres a la Luna.

El día 11 de septiembre de 1962, Kennedy giró una visita a Cabo Cañaveral, donde pudo ver diversos cohetes, reales y en proyecto, así como conocer de primera mano los avances en la preparación del primer Saturn-I, que se lanzaría al mes siguiente. De ahí se desplazaría a Houston para asistir a la ceremonia oficial de cesión de los terrenos en los que se alzaría el centro de vuelos tripulados. El campo era un enorme campo a medio camino entre Houston y Galveston, donde los únicos seres vivos eran rebaños de vacas. La Universidad de Rice lo había recibido como donativo de una empresa petrolera y ahora lo cedía al gobierno federal. No reunía condiciones para acoger al presidente junto con 40.000 invitados, así que el acto se realizó en el estadio de la universidad.

El discurso de Kennedy duró 18 minutos escasos. Bajo un sol de justicia, sin toldo protector. No fue una pieza protocolaria, sino estructurado como una lección académica (acababa de ser investido profesor honorario de la universidad) en lugar de una perorata presidencial de rutina. Su objetivo era “vender” al público la arriesgada apuesta por el programa lunar.

Siguiendo un esquema retórico cuidadosamente preparado, Kennedy mezcló una actitud humilde, reconociendo las carencias del programa con exaltaciones a la épica de los primeros colonizadores del oeste. Hizo una didáctica y breve historia del avance de la ciencia, desde las cavernas hasta la sonda Mariner 2, que estaba a punto de llegar a Venus, sin olvidar las teorías de Newton, el vapor, la penicilina, el automóvil y la energía nuclear. Recalcando una y otra vez la importancia de liderar de esos avances en lugar de ir a remolque de otros.

Para entonces, Kennedy, reciente aún su visita a Cabo Cañaveral, pasó a modo entusiasta. Enumeró los beneficios que ya se derivaban del espacio: navegación, meteorología, comunicaciones… Mencionó los espectaculares proyectos que se le habían presentado. Y, por fin, su frase más icónica: “Escogimos llegar a la Luna”, lo repitió tres veces para sobreponerse a los aplausos, “no porque fuera fácil, sino porque es difícil…”

A partir de ahí, pese al tremendo calor que hacía sudar la gota gorda a todos los presentes (salvo el propio Kennedy, impoluto en americana y corbata) el público ya estaba entregado. Mencionó que el coste del programa, aunque caro, valdría la pena: nuevas profesiones, nuevos puestos de trabajo, nuevas industrias, algunas todavía por inventar. Y todo, por menos de lo que gastaba el país anualmente en tabaco. Recordó que buena parte de las inversiones repercutirían precisamente allí. Y cerró refiriéndose a George Mallory y sus motivos para subir al Everest (“Porque está ahí”).

A juzgar por su entusiasmo durante este discurso, Kennedy estaba convencido de que su apuesta tendría éxito. Siempre se había presentado no como una competición contra los rusos sino contra el tiempo: llegar a la Luna antes de 1970. Sin embargo, para él estaba claro que el objetivo era batir a la Unión Soviética en desquite a tantas humillaciones en la carrera espacial desde la época del Sputnik. De hecho, en su discurso se había deslizado una sola vez ese concepto: adelantarse a los rusos.

Tan solo un par de meses después, Kennedy empezó a no sentirse tan seguro. Una grabación del 19 de noviembre de 1962 refleja la conversación con James Webb, administrador de la NASA, para asegurarse de que el programa lunar está recibiendo máxima prioridad. Webb, inocentemente, responde que no, que el objetivo de la agencia es obtener la “preeminencia” en el espacio de la que se derivará, en su momento, el viaje a la Luna. Kennedy deja claro que no busca un objetivo científico y añade que él no está interesado en el espacio, solo en vencer a los rusos. El proyecto Apolo era, en esencia y desde el principio, un proyecto político.

Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de 1963 y el programa terminó de forma un tanto abrupta al poco tiempo de la llegada de Nixon a la Casa Blanca, en 1969. Le sustituiría el proyecto del transbordador recuperable, apoyado por la nueva Administración. Finalmente, Nixon presidió el alunizaje de la misión Apolo 11, que llevó a los primeros hombres a la Luna: el comandante Neil Armstrong y el piloto Edwin F. Aldrin. Después, la construcción de la estación espacial internacional absorbió buena parte del presupuesto de la NASA en detrimento de otros programas. Años más tarde, los accidentes del Challenger y el Columbia dieron la puntilla al transbordador, que pese a haber volado en 135 misiones, nunca respondió a las esperanzas depositadas en él respecto a economía y rapidez de reutilización.

A lo largo de medio siglo hubo intentos por reanudar los programas de exploración lunar. En 1988, Reagan lo propuso como última opción en un informe reservado que nunca llegó a más. Al año siguiente, coincidiendo con la celebración del 20º aniversario del Apolo 11, el presidente George Bush (padre) anunció una iniciativa que incluía una estación espacial y una base lunar permanente. Duró tres años hasta ser cancelada por la Administración de Bill Clinton. En 2004, George W. Bush trató de revivir el proyecto de su padre bajo el nombre de Constellation. Pero el programa no sobrevivió a una nueva propuesta de Barack Obama, que a su vez fue replanteada por Donald Trump en un intento de poner “las botas en la Luna” durante un eventual segundo mandato que no se materializó.

Ahora asistimos, por fin, al vuelo inaugural de la cápsula Orión, aunque sin tripulación, bajo el nombre de Artemis I. Si todo va bien, el año que viene la Artemis II llevará a cuatro astronautas a dar una vuelta a la Luna, sin siquiera detenerse a orbitarla. Y para 2024, la Artemis III incluirá un descenso en el satélite. Muchos ven el pan exageradamente optimista.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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