BAHÍA DE COCHINOS, 40 AÑOS DESPUÉS
En los extensos anales de la política exterior de Estados Unidos, no hay ningún fiasco más completo, ningún fracaso más total que el intento de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de invadir Cuba por la bahía de Cochinos, en abril de 1961. Los historiadores lo llaman 'el fallo perfecto'. Fue un cáncer que se extendió por los mil días de gobierno de John F. Kennedy.
Este año, a finales de marzo, un grupo de cubanos y estadounidenses se reunieron en una conferencia en La Habana para conmemorar el 40º aniversario de Bahía de Cochinos o, como lo denominan los cubanos, Playa Girón. La conferencia, patrocinada conjuntamente por la Universidad de La Habana y el Archivo de Seguridad Nacional en la Universidad George Washington, fue un ejercicio de 'historia oral crítica'. El objetivo era reconstruir lo que cada bando creía estar haciendo hace cuarenta años. La 'historia oral crítica', una técnica diseñada por el catedrático James Blight, de la Universidad de Brown, reúne a supervivientes de pasadas crisis internacionales con especialistas que les interrogan apoyándose en documentos sobre los que se ha levantado recientemente el secreto.
Después de cuarenta años, el número de personas que participaron en el episodio de la bahía de Cochinos está disminuyendo a marchas forzadas. Entre los cubanos presentes en la conferencia estuvieron el propio Fidel Castro, el máximo dirigente, y el general José Ramón Fernández, jefe militar en aquella ocasión, además de veteranos que lucharon en la playa. La delegación norteamericana incluía a dos asesores especiales del presidente Kennedy (Richard Goodwin y este periodista, que en su día nos opusimos a la aventura) y dos antiguos funcionarios de la CIA. Además estaban cinco veteranos de la Brigada 2506, la fuerza de invasión.
La reunión en La Habana nos descubrió no sólo cosas de Bahía de Cochinos, sino también del presente y el futuro de Fidel Castro. Asimismo nos sirvió para conocer el estado actual de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Y nos mostró las posibilidades de reconciliación después de una contienda civil sangrienta.
'El hecho de que nos apasione el mismo conflicto, aunque sea en bandos opuestos', escribió Marc Bloch, el gran historiador francés, 'significa que somos iguales'. No creo que Bloch se sintiera muy hermanado con los nazis que le ejecutaron en 1944, pero el momento más emocionante en la conferencia de La Habana el mes pasado se dio cuando dos supervivientes de Bahía de Cochinos reconocieron un elemento en común, y Alfredo Durán, de la Brigada 2506, le dio la mano a un oficial cubano de artillería que, según dijo, 'pasó 48 horas intentando matarnos'. La conferencia rompió en un aplauso espontáneo y muchos se descubrieron con los ojos llenos de lágrimas. Al fin y al cabo, ambos veteranos se consideraban patriotas cubanos en 1961, y ambos sueñan con el futuro de Cuba en 2001.
Más tarde, Durán, al recordar la lucha, mencionó el momento en el que, oculto en el pantano, vio a Castro que pasaba en un coche descubierto y no disparó por miedo a ser descubierto. 'Es una suerte que no me disparase', le dijo Castro, de muy buen humor, 'porque ninguno de los dos estaríamos hoy aquí'.
La reconciliación, desde luego, es incompleta. Alfredo Durán y sus cuatro colegas de la Brigada saben que habrá represalias cuando vuelvan a Miami. Los partidarios de la línea dura en La Habana no han perdonado aún la invasión cubana, pero el apretón de manos es un comienzo y los jóvenes cubanos de ambas orillas están libres, en gran medida, de los odios de la generación anterior.
Castro asistió religiosamente a la conferencia de dos días. Participó lleno de ánimo y seguramente habló más que todos los demás participantes juntos. Se apreciaba cierto deterioro de su autocontrol en comparación con su intervención en la conferencia de 'historia oral crítica' celebrada en 1992 sobre la crisis de los misiles. Entonces se comportó de forma relativamente disciplinada; sus intervenciones fueron, en general, apropiadas, atinadas y constructivas. En esta ocasión tuvimos que soportar el chorreo incesante de divagaciones y monólogos del líder supremo. 'Necesita a alguien que le edite', me susurró mi mujer. Pero, durante cuarenta años, ningún cubano le ha dicho no a Fidel.
Peor aún, cuando casi todos los oradores estarían exhaustos después de un monólogo de una hora, a Fidel, su propia oratoria parece darle energías. 'Déjeme un minuto más', respondía a las amables insinuaciones de un moderador, y continuaba durante treinta más. De pronto me acordé del aforismo de Emerson: 'Todo héroe, al final, se vuelve aburrido'.
A algunos empezó a preocuparnos su clara falta de autocontrol. ¿Estaba perdiendo la cabeza? Sin embargo, Fidel, en privado, sigue siendo mucho más razonable y cautivador que Castro en público. Durante el almuerzo, su sentido del humor, que es irónico y amable, sale a relucir, y escucha y replica a las opiniones de otras personas. Sólo se quedó sin responder cuando le pregunté qué dirigentes mundiales le habían impresionado especialmente. Por lo visto, no se le ocurrió ninguno.
¿Cómo ocurrió la invasión de Bahía de Cochinos? El 17 de marzo de 1960, el presidente Dwight D. Eisenhower ordenó a la CIA que organizase 'una fuerza paramilitar apropiada' de exiliados cubanos para derrocar a Castro y su régimen. En su última reunión con John F. Kennedy, la víspera de que éste tomara posesión, Eisenhower urgió al presidente electo a lanzar el ataque contra Cuba.
No creo que Kennedy hubiera emprendido el proyecto por sí solo. Allen W. Dulles, director de la CIA, detectó escaso entusiasmo por parte del nuevo presidente y le dijo que no se preocupara. Confiaba mucho más en la victoria, le dijo, que cuando la CIA organizó la trama contra el régimen de Arbenz, en Guatemala, siete años antes. Le aseguró a Kennedy que la invasión desencadenaría levantamientos tras las líneas enemigas y deserciones en la milicia de Castro, y que, si las cosas salían mal, los invasores podían unirse fácilmente a la guerrilla anticastrista en las montañas de Escambray.
En cuanto a la posibilidad de cancelar la iniciativa de Eisenhower, Dulles puso especial énfasis en lo que denominó 'el problema de los residuos'. ¿Qué ocurriría -dijo- con los 1.200 cubanos a los que la CIA había entrenado en Centroamérica? Vagarían por el hemisferio diciendo que el gran Estados Unidos, después de preparar una expedición contra Castro, había perdido el valor con el nuevo presidente.
Kennedy se vio atrapado. También sintió quizá que, después de sus sucesivas victorias políticas, estaba en racha vencedora. Y, si unos valientes exiliados querían liberar su tierra de un dictador, ¿por qué no darles los medios para que probaran suerte? 'Si tenemos que deshacernos de esos hombres', me dijo 10 días antes del desembarco, 'es mucho mejor que lo hagamos en Cuba que en Estados Unidos'.
Su idea consistía en que la invasión dejara de ser un gran montaje para convertirse en una infiltración masiva. Quiso bajar el 'nivel de ruido' del proyecto de la CIA para esconder la mano de Estados Unidos y reducir la invasión a algo que los exiliados podían haber emprendido por su cuenta. Vio con escepticismo el objetivo de la CIA, la ciudad de Trinidad, en la costa sur. Ahí supondría un gran montaje, sin duda, y les pidió que encontraran un área menos habitada; por eso fueron a la bahía de Cochinos.
Kennedy también estipuló repetidas veces que no iba a consentir el uso de fuerzas norteamericanas si la invasión fracasaba. Ni los agentes de la CIA ni los exiliados cubanos le creyeron. Supusieron que, si la invasión fracasaba, el nuevo presidente no podría permitirse la derrota y se vería obligado a enviar a los marines.
Al reflexionar sobre todo esto, Castro demostró ser un estudioso atento y minucioso de la historia militar. Su preocupación en la conferencia no era, como habría sido de esperar, la denuncia de los imperialistas yanquis. Ya lo había hecho muchas veces. Lo que le interesaba era más bien la estrategia y la táctica. Se enorgullece de su experiencia militar (incluso acudió vestido con uniforme). Su continuo torrente de recuerdos incluyó varios fragmentos valiosísimos de historia de Bahía de Cochinos.
Los planes de la CIA contaban con el apoyo de la guerrilla en las colinas cubanas. Posteriormente surgieron dudas sobre que hubiera habido nunca mucha actividad guerrillera, pero Castro nos aseguró que había 3.000 hombres, aunque no eran una fuerza unificada y en algunos grupos se habían infiltrado los servicios de información cubanos. Los planes de la CIA contaban también con la existencia de activistas anticastristas en las ciudades cubanas. Ramiro Valdez Menéndez, ministro de Seguridad Interior de Castro en 1961, nos dijo que, en los días posteriores al desembarco en la bahía, se detuvo a 20.000 sospechosos. Estas cifras dan cierta verosimilitud a las suposiciones de la CIA.
Algunos comentaristas han dicho que el cambio de Trinidad a la bahía de Cochinos -del que, con razón, responsabilizan a Kennedy- fue un error fatal. Castro no estaba de acuerdo. 'Analizamos posibles lugares de desembarco -dijo en la conferencia- y decidimos que Trinidad era un objetivo probable. Estábamos bien preparados allí. Teníamos soldados y artillería pesada. Si hubieran desembarcado en la ciudad, habría habido un baño de sangre. (...) En cambio, no estábamos preparados para un desembarco en Playa Girón. La elección no fue nada mala. El plan estratégico fue perfecto, las armas fueron perfectas, el uso de paracaidistas fue perfecto. Si hubieran podido tomar las carreteras que llevaban a la playa...
Castró habló detalladamente del despliegue de sus propias fuerzas y los pobres medios de comunicación, consistentes, sobre todo, en mensajeros en bicicleta, con los que enviaba sus órdenes. Y habló con orgullo de la astucia de sus comandantes y la valentía de sus soldados.
Los críticos estadounidenses han dado mucha importancia al hecho de que Kennedy cancelara un segundo ataque aéreo destinado a acabar con la fuerza aérea de Castro. Sin embargo, como señaló éste, el primer ataque aéreo, dos días antes del desembarco, había advertido a los cubanos de que la invasión estaba a punto de empezar. Por consiguiente, dispersó su pequeña flota aérea. 'La anulación del segundo ataque aéreo', dijo Castro, 'no supuso ninguna diferencia'. De hecho, como reconocía Richard Bissell, el principal estratega de la CIA en sus memorias de 1996, aunque el segundo ataque aéreo se hubiera llevado a cabo, 'la brigada podría no haber establecido y conservado la cabeza de puente'. Al fin y al cabo, las posibilidades de que 1.200 exiliados cubanos derrotaran a los 200.000 soldados del ejército de Castro no eran demasiado buenas.
Llegó el desastre y Kennedy, como es sabido, dijo: 'Hay un viejo dicho que afirma que la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana'. Le pregunté posteriormente de dónde había sacado ese comentario tan acertado. Me miró sorprendido y respondió vagamente: 'Oh, no sé. No es más que un viejo dicho'. En realidad, la frase procedía de los Diarios del conde Ciano, y se reproducía en la película de 1951 sobre el general Rommel, El zorro del desierto, en la que probablemente Kennedy la oyó para almacenarla con su gran poder de retención.
Kennedy había invitado al senador William Fulbright, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, a una de las reuniones del grupo de planificación, y Fulbright había denunciado la idea por considerarla una reacción totalmente desproporcionada a la amenaza y una grave violación de varios tratados. 'Hay una sola persona libre de culpa', nos dijo Kennedy después del desastre a un grupo de colaboradores. 'Se trata de Bill Fulbright. Y probablemente le habríamos convertido si hubiera asistido a más reuniones. Si hubiera recibido el mismo tratamiento que recibimos nosotros: el descontento en Cuba, la moral de los cubanos libres, la estación de lluvias, los Mig y destructores rusos, la playa inexpugnable, la facilidad de huida hacia Escambray, qué otra cosa hacer con esta gente..., tal vez él también habría claudicado'.
McGeorge Bundy, asesor de seguridad nacional, recordó al presidente que yo también me había opuesto a la operación. 'Sí, claro', respondió, 'Arthur me escribió un memorándum que quedará muy bien cuando se decida a escribir su libro sobre mi Gobierno'. Luego, con un destello típico de su humor sardónico, añadió: 'Y ya tengo título para su libro: Kennedy. Los únicos años'.
Bahía de Cochinos fue un fracaso perfecto, desde luego. Pero para Kennedy fue también una lección eficaz, aunque cara. Hablaba con ironía de la ventaja que tenían los militares de carrera a la hora de defender sus argumentos. 'Si alguien viene a decirme alguna cosa sobre la ley de salario mínimo', me comentó, 'no vacilo en ignorarle. Pero uno siempre supone que el Ejército y los servicios de información tienen alguna habilidad secreta que no está al alcance de los simples mortales'.
Nunca volvió a suponerlo. 'Si no hubiera sido por Cuba', me dijo un mes después de Bahía de Cochinos, 'podríamos estar a punto de intervenir en Laos'. Blandiendo un fajo de mensajes que le había enviado desde aquel país el jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor, añadió: 'Tal vez habría tomado en serio sus consejos'. A Ben Bradlee, su mejor amigo en el mundo periodístico, le dijo: 'El primer consejo que le daré a mi sucesor es que vigile a los generales y evite pensar que sus opiniones sobre asuntos militares tienen algún valor sólo porque son soldados'.
Dieciocho meses después de Bahía de Cochinos, Kennedy se enfrentaba a un asunto infinitamente más grave en Cuba: la transformación de la isla en una base de misiles nucleares para la Unión Soviética. . El resultado fue el momento más peligroso de la historia humana: la única ocasión en que las dos potencias enemigas han tenido, entre las dos, la capacidad técnica de volar el mundo.
Ahora sabemos -como consecuencia de la historia oral crítica de Jim Blight- que los generales soviéticos en Cuba estaban preparados para utilizar armas nucleares tácticas en el caso de una invasión norteamericana en octubre de 1962. Dicha invasión era precisamente lo que la Junta de Jefes de Estado Mayor y los servicios de información propusieron a Kennedy. Éste rechazó sus recomendaciones y, por el contrario, buscó -y halló- una solución diplomática.
Algunos afirman que los Kennedy tenían una 'obsesión' con Castro y Cuba. .
Los que sí que están obsesionados con la teoría de la supuesta obsesión anticastrista de los Kennedy tienen que tragar el hecho de que, cuando los misiles soviéticos les habían dado la mejor excusa posible para invadir Cuba y aplastar a Castro para siempre -una excusa que habrían aceptado en todo el mundo-, fue Robert Kennedy quien encabezó la lucha contra la acción militar y John Kennedy quien tomó la decisión de no emprenderla. Un año después de la crisis de los misiles, Kennedy estaba estudiando la posibilidad de normalizar las relaciones con la Cuba de Castro, como recordó en la conferencia sobre Bahía de Cochinos Carlos Lechuga, embajador cubano ante la ONU en 1963.
En cuanto al propio Castro, no pronunció una sola palabra en contra de Kennedy en toda la reunión. 'Fue uno de los pocos hombres que tuvieron el valor suficiente para poner en duda una política y cambiarla', le dijo a un periodista estadounidense una docena de años después de la crisis de los misiles. 'Habríamos preferido que siguiera en la presidencia'. A juzgar por la calidez con la que acoge a los miembros de la familia Kennedy -una calidez que quedó patente con Jean Kennedy Smith en la conferencia-, siente por ellos gran consideración, casi afecto.
Tras las muertes de Kim Il Sung, de Corea del Norte, y el rey Hussein de Jordania, Castro es el gobernante que más tiempo lleva en el poder. Dejó de fumar puros hace 15 años y tiene un aspecto sano y vigoroso, a punto de cumplir 75 años. Está rodeado de acólitos y no parece que le desagraden sus adulaciones. Los discursos de los cubanos en la conferencia empezaban, en general, con alguna variante de 'si no fuera por el valor y la sabiduría del camarada Fidel, no estaríamos hoy aquí'. Por otro lado, a diferencia de los dictadores clásicos -Mussolini, Hitler, Stalin, Mao-, no fomenta el culto a la personalidad. Es difícil encontrar un cartel o incluso una postal de Castro en ningún lugar de La Habana. El icono de la revolución de Fidel, visible en todas partes, es el Che Guevara.
La Habana parece más próspera en la actualidad que durante mi última visita a la isla, en 1992. Entonces las calles estaban abarrotadas de bicicletas importadas de China; ahora empieza casi a haber atascos de tráfico. Pero es difícil, en una visita tan corta, valorar los mecanismos de una economía en dos niveles. El sector dolarizado -con sus hoteles, restaurantes y balnearios- tiene un aire internacional. 'Es un socialismo de joint-ventures', me lo definió Fidel en una ocasión. Aunque no hay relaciones diplomáticas formales con Estados Unidos, los taxímetros registran la tarifa en dólares. Fuera del sector dolarizado, la gente, según la opinión generalizada, vive mucho peor.
Los cubanos siguen resentidos por el embargo de Estados Unidos y preguntan cuándo se va a levantar. En realidad, el embargo protege al régimen de Castro, puesto que le da una coartada muy útil para justificar las penalidades económicas y le permite jugar la baza nacionalista, muy poderosa con su orgulloso pueblo. El levantamiento del embargo seguramente ahogaría la revolución de Castro en un torrente de turistas norteamericanos, inversores norteamericanos, bienes de consumo norteamericanos y cultura popular norteamericana. Por eso los disidentes en el interior de Cuba, a diferencia de los fanáticos anticastristas de Miami, están en contra del embargo. No obstante, la oposición al embargo también sigue siendo la postura oficial del régimen.
Yo intenté explicar que Cuba no es un asunto de política exterior para Estados Unidos; es una cuestión de política interior. Florida es el cuarto Estado más grande y -como demostraron las últimas elecciones presidenciales- un trofeo crucial. Se considera que los cubanos partidarios de la línea dura que viven alrededor de Miami tienen la clave de la victoria. Lo único que quieren respecto al embargo es que sea más estricto. Y el hermano del nuevo presidente es gobernador de Florida.
Igual que el lobby chino de los años cincuenta y sesenta paralizó la política norteamericana respecto a China continental durante toda una generación, el lobby cubano paraliza hoy la política estadounidense respecto a Cuba. Cuando Kissinger y Nixon fueron a China, la reanudación de relaciones fue muy bien acogida. Hoy, las encuestas dicen que la mayoría de los norteamericanos recibiría bien la reanudación de relaciones con Cuba. Este año, al menos 200.000 estadounidenses visitarán la isla. Los países que viven de la agricultura consideran que Cuba es un mercado para sus excedentes. Los empresarios observan con envidia cómo invierten en Cuba sus competidores canadienses, españoles, venezolanos y alemanes. Incluso The Wall Street Journal se muestra escéptico sobre el embargo.
Pero los duros siguen asegurando que el refuerzo del embargo serviría, no se sabe cómo, después de cuarenta años de ineficacia, para derrocar el régimen. También emplean la excusa de los derechos humanos. Desde luego, Castro no es un modelo de respeto a los derechos humanos. Sin embargo, países como China y Arabia Saudí, con los que Washington tiene plenas relaciones diplomáticas, tienen un historial mucho peor que la Cuba de Castro al respecto.
Hay pocas esperanzas de que el Gobierno de Bush reabra las relaciones diplomáticas formales entre Cuba y EE UU. Pero, como muestran las estadísticas de viajeros y confirmó la conferencia sobre Bahía de Cochinos, las relaciones informales entre ambos países se fortalecen sin cesar. Antes de su regreso, Alfredo Durán y sus cuatro colegas de la Brigada 2506 colocaron una corona de flores en Playa Girón, con un letrero que decía simplemente 'Por los caídos'... en ambos bandos.
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